Al ser último domingo de mes, estamos de retiro. ¡Rezad por nosotras! ¡Gracias!
SAN MATEO 5,1-12a
“En aquel
tiempo, al ver Jesús al gentío subió a la montaña, se sentó y se acercaron sus
discípulos, y él se puso a hablar enseñándoles:
Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los Cielos.
Dichosos
los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos
los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos
los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos
los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos
los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos
los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán “los hijos de Dios”.
Dichosos
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos.
Dichosos
vosotros cuando os insulten, y os persigan, y os calumnien de cualquier modo
por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande
en el cielo.”
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Las
“bienaventuranzas” escenifican y visualizan el “resto” que preside Jesús; las
mimbres con las que Dios decide construir su Reino; y son la vocación y
la misión de la Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden
anunciarse sino desde su vivencia, a imagen de Jesús. Y hay que anunciarlas con
claridad, amor y esperanza, como hay que vivirlas. Porque quien hace de las
“bienaventuranzas” solo una denuncia, no anuncia el Evangelio.
En una apretada síntesis podrían subrayarse las siguientes líneas hermenéuticas
de estas proclamaciones de Jesús, son: Palabra teológica: revelan el
verdadero rostro de Dios. Palabra cristológica: revelan el proyecto y la
causa de Jesús. Palabra antropológica: diseñan el programa del hombre
nuevo. Palabra paradójica: son anuncio y denuncia; gracia y exigencia. Palabra
escatológica: signos de la instauración del futuro de Dios entre los
hombres, de su reino.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Si no lo
hubiera dicho Jesús, nos parecería una tomadura del pelo; pero las
bienaventuranzas son sus palabras y, sobre todo, son su vida. Son palabras de
“altura” y “chocantes”.
El fue pobre (Mt 8,20), manso y humilde (Mt 11,29), tuvo hambre y sed de
justicia (Lc 4,16-20), lloró (Lc 19,41), fue misericordioso (Mt 9,13),
construyó la paz (Ef 2,14; Jn 14,27), y fue perseguido y murió por la causa del
reino de Dios.
Las bienaventuranzas no son un sermón improvisado, de circunstancias. Se
encuentran al principio (Lc 4,16ss), en el centro (Mt 11,24) y al final de la
vida de Jesús (Mt 25,31ss). Son su filosofía o, mejor, su teología. Porque
ellas nos hablan en primer lugar de Dios, de sus preferencias y de sus
sufrimientos.
Son declarados bienaventurados los pobres, los que tienen hambre, los que
lloran, los perseguidos… ¿Por qué? ¿Por qué Dios se complace en esas
situaciones? No; porque a Dios le duelen y no las soporta más; porque ese dolor
humano es dolor de Dios. El pobre, el que llora, el perseguido es
bienaventurado no por la situación que padece, sino por la opción de Dios a
favor suyo.
Las bienaventuranzas son la expresión de la opción de Dios a favor del pobre
contra la pobreza, a favor del hambriento contra el hambre, a favor del que llora
contra las lágrimas… Nos dicen que Dios o es indiferente, sino beligerante,
ante el dolor del hombre. Por eso decide instaurar el Reino.
El Dios que nos revelan las bienaventuranzas es un Dios de una gran seriedad
ante el dolor humano: misericordioso y justo, pues no hay misericordia sin el
restablecimiento de la justicia. La proclamación de las bienaventuranzas puede
ser una mofa si se desplazan, interesada o inconscientemente, sus acentos. No
pueden ser la canonización de situaciones humanamente deterioradas, de “segunda
clase”. Porque en no pocas ocasiones, el hambre, las lágrimas, la pobreza…, no
son signos de la presencia de dios, sino de su ausencia; y entonces son una
invitación a actuar para cambiar tal estado de cosas.
Las bienaventuranzas son a nuncio y denuncia; felicidad y juicio; sabiduría y
necedad; antropología y teología; ética y gracia.
Y el cristiano ha de abrirse al Dios que se revela en ellas, y al hombre a
favor del que Dios se revela. Porque las bienaventuranzas son el proyecto de
una vida – la de Jesús-, pero son, también, un proyecto de vida - el del
cristiano -. Las bienaventuranzas son las vibraciones más íntimas del corazón
de Cristo. Confrontémonos con ellas y veamos si somos bienaventurados según
ellas.
Las Bienaventuranzas fueron proclamadas en una montaña, a cielo abierto. Con
olor a tomillo…Y no pueden perder ese perfume. Son la vocación y la
misión de la Iglesia. Y es necesario respetar este orden: no pueden anunciarse
sino desde su vivencia, a imagen de Jesús. Y hay que anunciarlas con claridad,
amor y esperanza, como hay que vivirlas. Porque quien hace de ellas sólo una
denuncia, no anuncia el Evangelio. La nueva evangelización, de la que tanto
hablamos ahora, pasa por aquí. No se trata de otra cosa. Perdemos excesivo
tiempo en buscar titulares. Las Bienaventuranzas son el titular
programático de la evangelización de Jesús. Salirse de ahí, o no entrar ahí, es
andar por caminos equivocados.
La vida cristiana necesita oxigeno, y uno de esos principios de
reanimación, de donde podemos extraer el aire necesario para oxigenarnos y
oxigenar la vida son las Bienaventuranzas. Son el “cartel” de Jesús, su
programa personal y vocacional.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Creo en
las Bienaventuranzas?
.- ¿Hasta
qué punto configuran mi proyecto personal y comunitario?
.-¿Busco ser bienaventurado desde ellas? ¿O buceo
en otras aguas?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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