SAN MARCOS 1, 29-39
"En aquel tiempo, al salir Jesús de la
sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón
estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la
mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer,
cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y poseídos. La población
entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y
expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al
descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al
encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca.
Él les respondió: Vámonos a otra parte, a
las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en
las sinagogas y expulsando los demonios."
*** *** ***
Tres momentos destacan en este relato: 1)
la curación de la suegra de Pedro (que muestra el talante natural de Jesús, atento
a los detalles. 2) Un sumario que globaliza su actividad sanadora y
regeneradora de la vida. 3) La indivisible unión entre oración y misión. Marcos
subraya que Jesús no se deja hipotecar por la popularidad; no se detiene a
rentabilizar el éxito; su tarea es evangelizar, pasar por la vida haciendo el
bien, gratuitamente.
REFLEXIÓN PASTORAL
Jesús es un centro, un foco de salud y de
vida. Entra en la historia anunciando y realizando el Reino de Dios, es decir,
anunciando y realizando la presencia salvadora de Dios, a todos los niveles y
en todos los lugares.
Nos cuenta hoy el evangelista Marcos que, al
salir de la sinagoga de Cafarnaún, donde acababa de curar a un enfermo, Jesús
se dirige con los primeros cuatro discípulos a la casa de Simón y de Andrés. Al
entrar, se entera de que la suegra de Simón está enferma, inmediatamente se
acerca a ella, interesándose por su estado; le toma de la mano y le devuelve la
salud, incorporándose ella a los quehaceres de la casa. Se trata casi de una
anécdota intranscendente, que nos habla, sin embargo, elocuentemente de la
sensibilidad de Jesús. Para él nada es irrelevante.
Al atardecer, pasado el sábado, la casa de
Simón y de Andrés se ve rodeada de enfermos que buscan ser curados. Y Jesús,
nos dice el evangelista, devuelve a muchos la salud. Pero no termina ahí su
quehacer.
Cuando
todos duermen, él sale a un lugar solitario a orar. La oración es un aspecto
fundamental de su acción evangelizadora. A Jesús no le bastaba estar con los
hombres, ni siquiera morir por los hombres; necesitaba momentos de absoluto, de
comunicación y comunión íntima con el Padre Dios.
Y aquí suele residir el fallo de no pocos
proyectos de evangelización y de no pocos evangelizadores: la falta de
la
oración. Evangelizar no es solo transformar el mundo, sino transformarlo
según
el designio de Dios. Para eso hay que contemplar a Dios. Y eso no se
improvisa. ¡Cuánto tiempo dedicamos a programar! ¿Y a orar? ¿Oramos
nuestras
programaciones?
Advertida
su ausencia, los discípulos le buscan nerviosos. “Todo el mundo te busca”, le dicen al encontrarle, en un intento de
hacerlo regresar al fervor de la multitud entusiasmada. Pero Jesús no se deja
monopolizar ni marear por los aplausos. Su misión es hacer el bien, sin
detenerse a rentabilizarlo; por eso les dice. “Vamos a otra parte…, que para eso he salido”.
Y
es que Jesús todavía es necesario, y “todos le buscan”. Todos los que como Job,
en la primera lectura, buscan el sentido de la vida. Para ese hombre, descrito
como jornalero resignado, muchas veces sin horizontes ni perspectivas,
agotado, desasosegado, para ese hombre debe seguir resonando y actualizándose
el evangelio de Jesús. Y ¿cómo? A través de hombres que sientan en lo más hondo
de su ser la urgencia de prestar ese servicio.
“¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!”,
exclama san Pablo en la segunda lectura. Y para eso no duda en hacerse “débil con los débiles…, y todo a todos”.
Sabiendo que en ese deshacerse por el Evangelio está construyendo su futuro
personal, y un futuro mejor para los demás.
La palabra de Dios nos invita hoy a dirigir
la mirada a Jesús, fuente de vida y de salud, modelo de evangelizador con la
acción y la oración; a dirigir la mirada
al hombre para ofrecerle, desde la propia vivencia, el mensaje sanador y esperanzador
de la caridad del Evangelio como alternativa a una vida que se consume sin
esperanza (y muchas veces hasta sin pan); y a dirigir la mirada a Dios, para
pedirle la audacia que, como a Pablo, nos lleve a servir con generosidad la
causa del Evangelio, que muchas veces es la causa de los menos favorecidos.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Siento la urgencia de anunciar y hacer presente el Evangelio de Jesús?
.- ¿Se
consume mi vida en una atonía existencial?
.-
¿Busco de verdad a Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
Como el domingo anterior,
os invitamos a compartir
vuestras respuestas
o meditación sobre esta Palabra.
vuestras respuestas
o meditación sobre esta Palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario