SAN JUAN 3, 14-21
"En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo: Lo
mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado
el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en el tenga vida eterna. Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de
los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su
Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él, no será condenado; el que no cree, ya está condenado, porque
no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. Esta es la causa de la
condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a
la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente
detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus
obras están hechas según Dios."
*** *** ***
Jesús es portador de la salvación y la
sanación de los hombres, de la vida eterna. Y lo es desde la paradoja de la
Cruz. Él es la epifanía del amor de Dios al mundo. Su misión es exclusivamente
salvadora. Y a esa salvación se accede por la fe. La misión de Jesús es
iluminadora, y el que opta por esa Luz pasa de las tinieblas a la luz. Quien no
opta por él, opta por la muerte y la tiniebla.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Durante el tiempo de Cuaresma se nos
insiste de manera primordial en la conversión; pero frecuentemente se hace una
presentación muy limitada. Se habla de la necesidad del hombre de convertirse a
Dios. Pero esto es solo parte de la conversión y no la más importante; es, en
todo caso, la segunda parte.
La primera, y más importante, es
proclamar que primero Dios se ha convertido al hombre, y de una manera
insospechada e inmerecida (Jn 3,16), “estando
muertos por los pecados” (2ª lectura).
La conversión cristiana no es cuestión
de mortificación cuanto de acogida de un amor real y efectivo, el de Dios. Para
eso Dios “enviaba mensajeros a diario”
(1ª lectura). Y, especialmente, para eso envió a su Hijo. Que no vino a
repartir reprobaciones, sino a salvar y a hacer posibles las condiciones de
salvación. “Es palabra digna de crédito y
merecedora de toda aceptación que Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los
pecadores” (1 Tim 1,15). Jesucristo es la
expresión más real y más veraz del amor de Dios al mundo. Y este es un aspecto
que merece ser subrayado. Desde esa opción amorosa de Dios quedan
desautorizadas las “pastorales” anti-mundo. La de Dios, encarnada en Jesús, fue
una pastoral pro-mundo.
Jesús es la visibilización, el sacramento de
la conversión de Dios al hombre y del hombre a Dios. Y como en él la conversión
de Dios al hombre es total y sin reservas, así ha de ser la conversión del
hombre a Dios, total y sin reservas (Mt 10, 37 ss). Él encarna el sí de Dios al hombre y el sí del
hombre a Dios, pues “el Hijo de Dios, Jesucristo, anunciado entre vosotros
por mí…, no fue sí y no, sino que en él
solo hubo sí. Pues todas las promesas de
Dios han alcanzado su sí en él” (2 Cor 1, 19 -20). “Aprended de
mí” (Mt 11, 29). Pablo recomendará: “Tened entre vosotros los
sentimientos propios de Cristo Jesús” (Flp 2, 5). La conversión es un
“con-sentimiento” con Cristo.
En Cristo, Dios se revela apostando por el
hombre; es la expresión de la opción
humana de Dios. En su persona, el hombre recupera la esperanza y la alegría, al
descubrir el compromiso de Dios en su defensa (Rom 8,31). La garantía de que
Dios está por el hombre es que por él se hizo hombre. La conversión cristiana
es, en primer lugar, celebración de la conversión de Dios…
Pero esto no debe inducirnos a una
falsa seguridad. “El amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5,14), es el
principio de nuestra responsabilidad. Sin esa experiencia de un Dios vuelto
hacia nosotros, en una revelación de amor, es imposible la respuesta del
hombre; pero sin la respuesta, libre y amorosa, del hombre queda bloqueada la
iniciativa salvadora de Dios.
El hombre no se salva por sus obras -la salvación
viene de Dios- (2ª lectura); pero este Dios no impone la salvación al hombre,
le hace una oferta responsable. Nos lo recuerda el evangelio de san Juan: la
condenación del hombre es autocondenación, pues “el que cree en Él, no será juzgado; el que no cree ya está juzgado,
porque no ha creído en el nombre del
Unigénito de Dios. Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas,
porque sus obras eran malas”.
Sí, Dios solo es Salvador, y el solo Salvador.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.- ¿Siento que Dios está de
mi parte?
.- ¿Hasta dónde llegan en mi
vida las urgencias del amor de Dios?
.- ¿Cómo es mi conversión:
ritual, parcelaria…?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.
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