"En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los
fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos.
Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni
alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una
túnica de repuesto. Y añadió: Quedaos en la casa donde entreis, hasta que os
vayais de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos
sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión,
echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban."
*** *** ***
Los Doce son iniciados en el segundo
objetivo de la elección: “ser enviados a
predicar con poder de arrojar los demonios” (Mc 3, 14-15). Enviados por
Jesús, con la misión de Jesús y al estilo de Jesús. Se trata de una avanzadilla
circunscrita a Galilea. La misión evangelizadora es una misión liberadora, que
exige, en primer lugar, la liberación del evangelizador. El mensaje debe ser el
único bagaje del misionero. El envío de dos en dos puede obedecer a la
conveniencia de ayuda recíproca y de fortalecimiento del testimonio de la
palabra. Quizá en estas recomendaciones se recojan ya prácticas de la primera
misión pospascual.
REFLEXIÓN
PASTORAL
Misionero del Padre, Jesucristo nos ha dado
a conocer el Misterio de su voluntad, el plan que había proyectado realizar
cuando llegase la plenitud de los tiempos: recapitular todo en Cristo (2ª
lectura; cf. Col 1,15-20).
En Él “hemos
sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales”, hemos sido elegidos
y consagrados; en Él hemos sido destinados a ser hijos de Dios y hemos sido
redimidos de nuestros pecados. ¡Somos la obra del amor de Dios revelado en
Jesucristo! Este es el plan que el Padre le encomendó. Y del que Él nos ha
hecho no solo destinatarios sino mensajeros-misioneros.
Una misión, un plan que primero hemos de
vivenciar personalmente nosotros y después anunciar públicamente a los otros.
En eso consiste la misión de la Iglesia y de cada miembro de la Iglesia.
Una misión que encontrará reticencias y
resistencias. Fue lo que ya le ocurrió al profeta Amós (1ª lectura). Las instituciones
oficiales, acostumbradas a las rutinas de lo oficial y a los intereses del
poder, lo rechazaron. Como le sucedió a Jesús. Su misión liberadora, salvadora
fue rechazada por la oficialidad de entonces, porque no encajaba ni servía a
sus intereses.
La misión, el anuncio del Evangelio, lleva
en sí este riesgo, porque es una llamada real a la conversión y a la revisión,
y eso nos cuesta a todos asumirlo. Pero hay que hacerlo. ¡Misión hay! ¿Hay
misioneros?
El relato evangélico de hoy nos dice que
ser cristiano es enrolarse en la misión de Jesús: con su contenido y sus
estilos.
Hubo tiempos en que “misión” sonaba a
lejanas tierras, y que identificaba a
“misionero” con hombres y mujeres abnegados, que, dejándolo todo, se embarcaban
para esa tarea. Ese rostro de la misión continúa, pero no es ya su único rostro
y, si se me permite, no es el más urgente.
Se han producido transformaciones
importantes en nuestra sociedad y en la misma Iglesia. Ya no hace falta
embarcarse hacia tierras lejanas, porque el campo misional se ha extendido e
introducido en espacios y ambientes considerados tradicionalmente cristianos.
Hoy es campo de misión la familia, la parroquia, la sociedad en que vivimos…;
nuestra propia vida necesita ser “misionada”, en cuanto está necesitada de una
sincera conversión.
Es necesario avivar y vivir esta
conciencia y esta urgencia misionera, que es tanto como decir que es necesario
vivir conscientemente nuestra responsabilidad cristiana. “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz…, brille vuestra
luz” (Mt 5,13. 14.16). ¿Qué hemos hecho de esa luz…? ¿Qué hemos hecho de
esa capacidad de sazonar la vida? “Si la
luz que hay en ti está oscura… (Mt
6,23); si la sal se vuelve sosa…” (Mt
5,13)”.
Hoy es un día para dar gracias a Dios
por la obra, por la misión realizada en favor nuestro por Jesucristo; pero
también es un día para tomar conciencia de la necesidad de entregarnos
generosamente a la difusión, al testimonio de esa obra -que es nuestra misión-.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Siento en mí la urgencia de la misión?
.-
¿Vivo encerrado en mis intereses?
.-
¿Experimento la obra de Dios realizada en mí por Jesucristo?
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