domingo, 15 de julio de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 15º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS  6, 7-13
                                        
 "En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: Quedaos en la casa donde entreis, hasta que os vayais de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
   Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban."
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    Los Doce son iniciados en el segundo objetivo de la elección: “ser enviados a predicar con poder de arrojar los demonios” (Mc 3, 14-15). Enviados por Jesús, con la misión de Jesús y al estilo de Jesús. Se trata de una avanzadilla circunscrita a Galilea. La misión evangelizadora es una misión liberadora, que exige, en primer lugar, la liberación del evangelizador. El mensaje debe ser el único bagaje del misionero. El envío de dos en dos puede obedecer a la conveniencia de ayuda recíproca y de fortalecimiento del testimonio de la palabra. Quizá en estas recomendaciones se recojan ya prácticas de la primera misión pospascual.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Misionero del Padre, Jesucristo nos ha dado a conocer el Misterio de su voluntad, el plan que había proyectado realizar cuando llegase la plenitud de los tiempos: recapitular todo en Cristo (2ª lectura; cf. Col 1,15-20).
    En Él “hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales”, hemos sido elegidos y consagrados; en Él hemos sido destinados a ser hijos de Dios y hemos sido redimidos de nuestros pecados. ¡Somos la obra del amor de Dios revelado en Jesucristo! Este es el plan que el Padre le encomendó. Y del que Él nos ha hecho no solo destinatarios sino mensajeros-misioneros.
     Una misión, un plan que primero hemos de vivenciar personalmente nosotros y después anunciar públicamente a los otros. En eso consiste la misión de la Iglesia y de cada miembro de la Iglesia.
     Una misión que encontrará reticencias y resistencias. Fue lo que ya le ocurrió al profeta Amós (1ª lectura). Las instituciones oficiales, acostumbradas a las rutinas de lo oficial y a los intereses del poder, lo rechazaron. Como le sucedió a Jesús. Su misión liberadora, salvadora fue rechazada por la oficialidad de entonces, porque no encajaba ni servía a sus intereses.
     La misión, el anuncio del Evangelio, lleva en sí este riesgo, porque es una llamada real a la conversión y a la revisión, y eso nos cuesta a todos asumirlo. Pero hay que hacerlo. ¡Misión hay! ¿Hay misioneros?
     El relato evangélico de hoy nos dice que ser cristiano es enrolarse en la misión de Jesús: con su contenido y sus estilos.
     Hubo tiempos en que “misión” sonaba a lejanas tierras, y  que identificaba a “misionero” con hombres y mujeres abnegados, que, dejándolo todo, se embarcaban para esa tarea. Ese rostro de la misión continúa, pero no es ya su único rostro y, si se me permite, no es el más urgente.         
     Se han producido transformaciones importantes en nuestra sociedad y en la misma Iglesia. Ya no hace falta embarcarse hacia tierras lejanas, porque el campo misional se ha extendido e introducido en espacios y ambientes considerados tradicionalmente cristianos. Hoy es campo de misión la familia, la parroquia, la sociedad en que vivimos…; nuestra propia vida necesita ser “misionada”, en cuanto está necesitada de una sincera conversión.
         Es necesario avivar y vivir esta conciencia y esta urgencia misionera, que es tanto como decir que es necesario vivir conscientemente nuestra responsabilidad cristiana. “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz…, brille vuestra luz” (Mt 5,13. 14.16). ¿Qué hemos hecho de esa luz…? ¿Qué hemos hecho de esa capacidad de sazonar la vida? “Si la luz  que hay en ti está oscura… (Mt 6,23); si la sal se vuelve sosa…” (Mt 5,13)”.
         Hoy es un día para dar gracias a Dios por la obra, por la misión realizada en favor nuestro por Jesucristo; pero también es un día para tomar conciencia de la necesidad de entregarnos generosamente a la difusión, al testimonio de esa obra -que es nuestra misión-.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento en mí la urgencia de la misión?
.- ¿Vivo encerrado en mis intereses?
.- ¿Experimento la obra de Dios realizada en mí por Jesucristo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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