SAN LUCAS 17, 5-10.
"En aquel tiempo los Apóstoles dijeron al Señor:
Auméntanos la fe. El Señor contestó: Si
tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de
raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
Suponed que un criado vuestro trabaja como labrador o
como pastor, cuando vuelve del campo, ¿quién de vosotros le dice: “En seguida,
ven y ponte a la mesa?” ¿No le diréis: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme
mientras yo bebo; y después comerás y beberás tú?” ¿Tenéis que estar agradecido
al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: Cuando hayáis hecho lo
mandado, decid: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que
hacer”.
*** *** ***
Dos instrucciones aparecen en estos versículos del
texto lucano. Una, centrada en la fuerza de la fe. Otra, exhorta al servicio
fiel, sin expectativas compensatorias añadidas.
La instrucción sobre la fe responde a una petición de
los Apóstoles: reconocen que su fe es débil, y solo Jesús puede acrecentarla y
fortalecerla. La respuesta es, a primera vista, sorprendente, porque la fe no
está para cambiar la orografía, ni Jesús ha venido para eso. Con ella
simplemente quiere indicarles que “todo es posible al que tiene fe” (Mc 9,23).
Con la segunda instrucción Jesús invita a adoptar en
la vida el puesto del servicio, como hizo él, hasta lavar los pies de los
discípulos: “Os he dado ejemplo” (Jn 13,15). A Dios no hay que pasarle factura.
REFLEXIÓN
PERSONAL
Actualmente el número de los españoles que se declaran
ateos, agnósticos e indiferentes es considerable; además de todos aquellos que
se manifiestan como creyentes no practicantes. Pero hay algo más preocupante
que la mera estadística: la mayoría de
los que se declaran así fueron un día miembros de la Iglesia; de ella
recibieron los sacramentos de la iniciación cristiana y, por rudimentaria que
fuera, la catequesis del Evangelio. Y, además, es precisamente este bloque de
ciudadanos el que aparece con mayor futuro social y capitaliza el dinamismo de
la vida pública de nuestro país.
¿Cómo se ha llegado a esta situación? Sin duda que las
causas son variadas. ¿Qué se está haciendo para poner freno a esta hemorragia
de lo religioso? Algunos han tomado
conciencia del problema, pero a la mayor parte de los católicos esto les (nos)
deja despreocupados. Es como si hubiéramos decidido responder con la
indiferencia al indiferentismo religioso que nos rodea.
“El justo vivirá por su fe”, afirma el profeta
Habacuc; “Si tuvierais fe como un
granito de mostaza diríais a esa morera: arráncate y plántate en el mar, y os
obedecería”. Palabras que hemos de
entender correctamente. Solemos decir que la fe mueve montañas, pero
evidentemente la fe no es una fuerza para trasformar la orografía y el paisaje,
sino la propia vida.
“Si tuvierais fe...”;
si tuviéramos fe...
·
Buscaríamos ante
todo el Reino de Dios...
·
Daríamos mayor
profundidad a nuestra vida...
·
Seríamos capaces
de reconocer la presencia de Dios...
·
Superaríamos el
miedo a “dar la cara por nuestro Señor”, y la tentación al disimulo.
·
Nuestra oración
sería más abundante y comprometida...
·
Dejaríamos de
lamentar el mal, para entregarnos a hacer el bien...
·
No nos
limitaríamos a ocupar un asiento en la
iglesia, sino que buscaríamos desempeñar una función en ella.
·
No nos
contentaríamos con oír el Evangelio, sino que
participaríamos “en los duros trabajos del evangelio”...
Si tuvierais fe... ¿Tan poca fe tenemos? ¿Qué es tener
fe? Por supuesto que no es solo creer que Dios existe. “También lo demonios lo
creen y tiemblan”, afirma Santiago en su carta (2,19). ¡Y esa fe no les salva!
¡Nuestra fe no puede ser la fe de los demonios!
Sin duda que una respuesta ajustada a esas
preguntas supone integrar muchos
elementos. Propongo un camino sencillo: acercarnos al Evangelio. Conocemos la
narración del centurión (Mt 8,5-13). La actitud de aquel militar pagano admiró
a Jesús (“En ningún israelita he encontrado tanta fe”). Y no es este el único
botón de muestra. Una mujer pagana, cananea (Mt 15,21-28), se acerca a Jesús
con una petición: “Ten compasión de mí. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Jesús se hace el huidizo; casi la provoca con
un desaire. La mujer, que es madre, no se rinde ni se ofende. Y Jesús se
entrega: “¡Qué grande es tu fe, mujer!”.
A Jesús le impresionó y casi desarmó la “fe” de estos
dos “no creyentes” oficiales; al tiempo que le decepcionó profundamente la
falta de fe de tantos “creyentes de oficio”. En su propio pueblo “se extrañó de
aquella falta de fe” (Mc 6,6).
¿En qué consiste, entonces, la verdadera fe? ¿Cuál es?
Son cuestiones que rehúyen la simplificación de una respuesta apresurada. Al
evocar estos hechos, a primera vista paradójicos, mi propósito es invitar a
buscar la respuesta. Pero quiero ofrecer una pista: Dios es más que un dogma, y
la fe más que una teoría.
Creer no es solo saber y aceptar intelectual y
afectivamente unas verdades; hay que acogerlas efectivamente. Creer es integrar
la vida en el designio, en la verdad de Dios, e integrar el designio de Dios,
su verdad, en la vida. La fe es acogida y entrega; recepción y donación.
Creer es situar la vida en otra dimensión; sentirse
profunda, vitalmente captado por Dios. Dejar que él protagonice mi vida. Creer
no es tanto opinar cuanto vivir. Habituados a creer creyendo, nos hemos
olvidado de creer creando. El justo vive de la fe. “Tu eres nuestra fe”
exclamará Francisco.
Y una última sugerencia apuntada en el evangelio,
“Cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos inútiles;
hemos hecho lo que debíamos hacer”. O sea que por creer, por vivir según la fe,
a Dios no hay que pasarle factura, ni pedirle cuentas; hay que darle
gracias.
Como
los apóstoles, pidámosle: “Señor, auméntanos la fe”, o como aquel otro
personaje del evangelio digámosle: “Señor, creo, pero ven en ayuda de mi poca
fe” (Mc 9,24). Con Francisco de Asís oremos: “Dame fe recta”.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
Si creer es crear, ¿qué dinamismo aporta la fe a mi vida?
.-
¿Oro sinceramente a Dios pidiéndole cada día el don de la fe?
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