SAN MATEO 3, 13-17.
"En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea
al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba
disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes
a mí?
Jesús le contestó: Déjalo ahora. Está bien
que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se
bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios
bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que
decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto."
*** *** ***
El bautismo de Jesús en el Jordán fue un
hecho incuestionable, pero difícil de asumir por la primitiva comunidad
cristiana en sus relaciones con los seguidores del Bautista. San Mateo quiere
dejar clara la prioridad de Jesús sobre el Bautista, cuya misión es la de
precursor. Su persona y su bautismo son preparación de la persona y misión de
Jesús, que queda desvelada con la presencia del Espíritu de Dios y la voz del
cielo. El texto está cargado de intencionalidad teológica. La alusión al Jordán
evoca la entrada definitiva del pueblo en la Tierra prometida y supone el fin
del éxodo. Entrando en sus aguas, Jesús anuncia la verdadera libertad. Juan le
reconoce como el Mesías de Dios, y la voz del cielo le identifica como su Hijo.
Jesús es el Libertador, el Mesías, el Hijo de Dios.
REFLEXIÓN
PASTORAL
La fiesta del bautismo de Jesús pone fin
al ciclo litúrgico de la Navidad. Es una fiesta chocante. Sin embargo, el hecho
de que Jesús acudiera al río Jordán, para ser bautizado por Juan es un hecho
históricamente cierto. Coinciden en el dato los cuatro Evangelios.
En la Palestina contemporánea a Jesús
estaba extendida la costumbre de purificarse ritualmente por medio del agua. En
este contexto apareció Juan, predicando conversión y ofreciendo, como signo de
la misma, una purificación a través de un bautismo. Para ello eligió las aguas
del río Jordán, un río que evocaba el paso definitivo a la tierra
prometida. Y muchos aceptaban su
predicación, se arrepentían y recibían su bautismo. Hasta aquí todo normal.
¿Pero, qué hace Jesús en la fila de los
hombres pecadores? ¿Por qué realiza él ese gesto de bautizarse, además diluido
en “un bautismo general” (Lc 3,21)?.
El mismo Juan se extraña: “Soy yo quien
debe ser bautizado por ti...” (Mt 3, 14). Pero es que Jesús no había venido
a hacer ostentación de sus privilegios, sino que, por libre decisión, se hizo
semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en el pecado (2 Cor 5,21; I Jn
3,5; 1 Pe 2,22). Hasta aquí llegó la
encarnación del Hijo de Dios. No terminó en el seno de María, sino que recorrió
toda la andadura humana, hasta pasar por la muerte, él que era la Vida.
Por eso Jesús, sin pecado, no duda en
mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y
desde abajo, la condición del hombre... Jesús entra en nuestra “corriente de
agua”, para sanarla, cual nuevo Elías (2 Re 2,19-22); entra en nuestra vida, en
nuestra historia para salvarlas. El pecado no entró en él; es él quien entró en
el pecado, para redimirlo y desactivar su poder destructor (2 Cor 5,21; Rom
8,33; Gal 3,13).
Y, al confundirse entre los hombres, al
hundirse en nuestras aguas, se abren los cielos de par en par para revelar su
grandeza y su verdad y se “oye la voz del
Señor sobre las aguas” (Sal 29,3): “Este
es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Ya no son ángeles, pastores
ni estrellas quienes nos descubren su verdad, es el Padre Dios.
Pero no terminan aquí las lecciones de
este día. La 1ª lectura pone de relieve proféticamente, el estilo y el
contenido del auténtico enviado de Dios: no quebrar ni ahogar esperanzas... (Is
42,2-3). Y hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir
vida y esperanzas donde otros sólo constatan desesperación y muerte. Muchos se
han hundido en lo que llamamos “mala vida”, porque no encontraron a tiempo
alguien que les concediera un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos
tendidas y acogedoras, sólo encontraron dedos anatematizadores y
descalificadores.
El
paso de Jesús, como nos recuerda la 2ª lectura, fue muy distinto. “Pasó haciendo el bien y curando a los
oprimidos..., porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38).
De todo esto nos habla la fiesta del
bautismo de Jesús, y nos invita a verificar nuestra vivencia bautismal, porque
el bautismo no se acredita con un documento sino con una vida, y nuestra vida no puede ser la negación, sino
la acreditación de nuestro bautismo.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿Qué significa para mí el bautismo?
.-
¿Qué huella dejo en la vida?
.-
¿La de Jesús, que pasó haciendo el bien?
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