EL DRAMA DE LA FUGA
(año 1212)
Pasaron algunos meses.
Llegó el domingo de Ramos,
que quedaría imborrable
en este dichoso año.
Clara escapó del Castillo
y Catalina al saberlo,
sintió traspasada el alma:
fue intolerable su duelo.
Sin embargo, en su horizonte
brilla una luz de esperanza;
ella iría presurosa,
iría en busca de su hermana,
y seguiría sus pasos,
costase lo que costara.
En efecto; quince días
pasaron de este suceso,
y Catalina, animosa
se presentó en el Convento,
donde Francisco llevara
a Clara por el momento.
En su rostro se refleja
todavía la emoción
en la súplica amorosa
con que a su hermana le habló:
-¡Admíteme, hermana mía!
¡También hay fuego en mi amor,
y quiero contigo siempre
igual servir al Señor!
Clara la abraza y acoge
con indecible alegría:
- ¡Qué orgullosa estoy de ti,
Catalina, hermana mía!
Entre tanto en el castillo
de los Condes-Sasorroso
hay indecible revuelo;
¡están por demás nerviosos!
Unos cuantos caballeros
al mando de tío Monaldo
asaltarán el convento,
sin demora… bien armados.
Hacia el campo se dirigen
dispuestos a rescatar
a la atrevida chiquilla
que se ha ido del hogar.
Llegan a aquel conventillo
de Sant’Angelo dichoso;
donde Francisco guardara
a sus “plantitas” celoso.
Y penetran sin reparo
en el sagrado recinto,
donde moran almas vírgenes
ya consagradas a Cristo.
Clara protege a su hermana,
a quien buscan con empeño.
Se la arrebatan, la llevan
hacia fuera del convento.
Catalina se resiste,
con increíble energía;
pero los hombres la arrastran
a viva fuerza, la obligan
a caminar a empellones
no sin muy grande fatiga.
Y Clara corre angustiada
a rezar a la capilla,
mientras Catalina cae
al suelo desfallecida.
Un caballero fornido
va ligero a levantarla:
mas, ¡qué espanto si esta niña
es como el plomo pesada!
Nadie pueda ya moverla;
está allí como clavada.
Ante tamaña derrota,
tío Monaldo, muy furioso,
quiere descargar un golpe
sobre el débil cuerpo roto.
Pero el brazo levantado
queda seco en el momento;
y así su intento frustrado
sin tener más movimiento.
- ¡Milagro! -gritaron todos-
huyendo despavoridos:
y lamentaban el hecho
de veras arrepentidos.
Tío Monaldo recupera
el movimiento del brazo,
por sus sobrinas, que rezan,
pues le tienen perdonado.
En el sendero ha quedado
tendida la pobre niña…
Clara deprisa recoge
a su pequeña hermanita.
Y la abraza con cariño,
y la sostiene y la cuida.
Catalina victoriosa,
le dice ahora a su hermana:
- ¡Oh, por fin hemos vencido
en la lucha sobrehumana,
gracias a Cristo bendito,
amado de nuestras almas.
Ahora ya nada en la tierra,
me apartará de tu lado;
serviremos al Señor,
juntas, con todo entusiasmo.
- Sí, demos gracias a Dios,
que con bondad infinita,
como Padre amorosísimo,
protege así nuestras vidas.
Y se fueron presurosas
a postrarse ante el Sagrario,
para agradecer humildes
al Jesús allí adorado,
estas gracias recibidas,
¡prodigio tan grande obrado!
De nuevo la paz se extiende
por los campos de la Umbría.
La brisa lleva en sus alas
mil perfumes y caricias;
mil notas de mil canciones;
mil leyendas y sonrisas…
¡Es la hora de la tarde!
Otra vez anochecía.
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