En
el nombre del Señor…
Hermanos,
los ejemplos de Santa Clara nos invitan a imitar a Jesús en las expresiones más
significativas de su vida terrena. Pidamos al Divino Maestro quiera instruirnos
amorosamente.
Oremos
Oh Jesús, que para enseñarnos los
caminos de Dios te has hecho nuestro humilde maestro y modelo de perfección,
concédenos, que como la Madre Santa Clara, nos sintamos también nosotros
animados a imitar fielmente tus ejemplos. Tú que vives y reinas por los siglos
de los siglos. Amén.
Escuchamos la Palabra de Dios
Del Evangelio
según San Lucas 9, 57-62
Reflexión
La
primera de las ocho bienaventuranzas proclamadas por Jesús en el llamado
“Sermón de la montaña”, está destinada a los pobres: “Bienaventurados los
pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos”.
El mundo de hecho, ve y busca la
felicidad en los bienes, en el placer, en el poder, en el huir de la adversidad
y del dolor. Cristo, en cambio, asegura la felicidad más bien a los puros, a
los mansos, a los que sufren, a los perseguidos, a los que tienen hambre y sed
de justicia, a los que trabajan y llevan la paz, a los “pobres de espíritu”. Y
para confirmar sus palabras, él, aun siendo el dueño del universo, no ha
querido construir su Reino con las riquezas, sino que viniendo a este mundo, ha
escogido para sí y para los suyos la pobreza: “Las zorras tienen sus
madrigueras y los pájaros del cielo tienen sus nidos, pero el Hijo del Hombre
no tiene dónde reclinar la cabeza”.
La pobreza Evangélica no es
solamente renuncia a los bienes de este mundo, sino donación de amor, de cuanto
se tiene y de cuanto se es, por amor a Dios y por amor de Dios.
Si ahora dijéramos que Santa Clara
vivió y entendió así la pobreza evangélica, diremos la verdad, pero acaso
diríamos demasiado poco. En la escuela de Jesús, bajo la guía experta del
Poverello, por antonomasia y con la llama ardiente de caridad que ardía en su
corazón, ella llegó a ser la gran defensora de la pobreza proclamada por
Cristo. Toda su vida trabajó para que tal espíritu de pobreza fuese bien
comprendido y fielmente vivido por todas sus seguidoras. ¡Cuánto hizo y cuánto
rezó! ¡Cuánto tuvo que rogar para que “el privilegio de la pobreza”, la perla
preciosísima de la pobreza evangélica , le fuese concedida como don divino y
confirmada por la suprema autoridad de la Iglesia. Su Regla, su Testamento, sus
Escritos, nos ofrecen amplios testimonios de cómo la Santa entendió, vivió,
proclamó y defendió este gran privilegio para su Orden, llamada precisamente
Orden de las Hermanas Pobres.
En la 1ª carta a Santa Inés de
Praga, enardecida por este amor entona un bello canto a la pobreza evangélica.
Le dice así: “¡Oh bienaventurada pobreza, que a quienes la aman y abrazan, les
alcanza las riquezas eternas! ¡Oh santa pobreza, por la que, a quienes la
poseen y desean, Dios promete el reino de los Cielos y les ofrece sin lugar a
dudas, la gloria eterna y la vida bienaventurada! ¡Oh piadosa pobreza, a la
que, por encima de toda otra cosa, se dignó abrazar el Señor Jesucristo, que
gobernaba y gobierna el cielo y la tierra, y que con sólo decirlo hizo todas
las cosas!”
Hermanos, a nosotros el Señor nos ha
concedido comprender a tiempo la bienaventuranza de la pobreza evangélica.
Siguiendo a Francisco y Clara de Asís hemos aprendido a comprender y a apreciar
la santísima y altísima pobreza. Pero ¿es alegre nuestra pobreza? ¿Recordamos
siempre que la pobreza de espíritu no es solamente desapego afectivo y efectivo
de todo aquello que no es Dios, sino acto de amor, es decir, donación alegre y
libre de amor a Dios y al prójimo? Porque mirad, valen también para nosotros
las palabras de San Pablo: aunque distribuyese a los pobres todo cuanto tengo y
diese mi cuerpo a las llamas, si no lo hago por amor y con amor, nuestra
pobreza sería una cosa muy pobre.
Plegaria comunitaria
Hermanos,
estimulados por el ejemplo luminoso de Santa Clara, pidamos a Dios nos conceda
el verdadero espíritu de pobreza.
Roguemos juntos diciendo:
R. Escúchanos,
Señor
·
Para que en el
mundo sea desarraigado el egoísmo y triunfe la caridad de Cristo, en el cual
todos los hombres se reconozcan como hermanos. Oremos. R.
·
Para
que todos los hombres aprendan a reconocer el orden de los valores asignados
por Dios en sus creaturas y a respetarlos con espíritu de humildad y de
pobreza. Oremos. R.
·
Para que los
cristianos demos testimonio de verdadero espíritu evangélico con un sincero
desapego de los bienes de la tierra y con la honestidad y ejemplaridad de vida.
Oremos. R.
·
Para que
nosotros, los aquí presentes, seguidores y admiradores de Santa Clara, Princesa
de los pobres, aprendamos a vivir nuestra vida en pobreza de espíritu, como
acto de amor a Dios y de ayuda a nuestros hermanos. Oremos. R
Ahora en silencio, pidamos al Señor
por intercesión de Santa Clara, las gracias que deseamos alcanzar en esta
Novena. (Petición)
Padrenuestro, Ave María y Gloria
Oremos
Oh Señor Jesús, que por nuestro amor
te hiciste humilde y pobre en este mundo hasta no tener dónde reposar la
cabeza, haz que enriquecidos con tu pobreza divina, nada más deseemos en este
mundo, con todo el corazón, sino amarte y poseerte a Ti, Bien infinito y
eterno. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
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