No olvides que Dios es el Padre providente y que su Amor y el alcance de
su Providencia no tiene límites.
Recuerda la parábola del Buen Samaritano: nunca pases de largo ante el
hermano que sufre.
Recuerda que Dios es Padre, el Padre bueno, cercano, tu Padre. Y Él te ama
a ti. Eres su hijo.
Pero cuando Jesús te enseñó a invocarlo te dijo que le llamaras Padre
nuestro. Si olvidas el “nuestro”, pierdes buena parte de tus derechos de
llamarle Padre.
Desea con ardor la llegada del Reino.
Cuando ores en la intimidad de tu silencio, no estás solo, están tus
hermanos. Es la humanidad, es la Iglesia, quien ora en ti.
Intercede y suplica con confianza.
De Dios recibirás cuanto de Él esperes.
Al interceder no pongas límites a tu amor.
Cuando quieras encontrar a Dios, cuando desees hacer de tu oración un
tiempo de encuentro, entra en tu propio interior.
Allí habla al Padre.
Haz de tu oración un tiempo fuera del tiempo.
Vive tu encuentro con el Padre con la actitud gratuita de quien lo da y lo
recibe todo como un don.
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