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domingo, 27 de mayo de 2018

SÓLO QUIERO QUE LE MIRÉIS A ÉL




Es el lema para la Jornada Pro-orántibus de este año, jornada para rezar y recordar a los que hemos ofrecido nuestra vida en alabanza continua a la Santísima Trinidad y nuestra oración de intercesión por la comunidad cristiana y el mundo entero.
Santa Clara nos invita en su testamento a dar gracias a Dios por todos los dones que recibimos de Él diariamente, y entre ellos, el más grande es el de la vocación, que no acontece una sola vez, sino que se recrea y activa cada día. Permitidme que este artículo se convierta en una acción de gracias al Señor por la vocación recibida, y no de manera personal, sino haciéndome eco de la acción de gracias de todas y cada una de mis hermanas contemplativas de nuestra diócesis, que estoy segura, ofrecen cada día a Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Santa Teresa invita a sus hijas: “Sólo quiero que le miréis a Él”. Ya el salmista lo proclamaba: “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro” (Salmo 26), y exhortaba a los oyentes: “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará…” (Salmo 33). 
Por su parte, Santa Clara nos anima a mirar a Jesucristo y a mirarnos en Él como en un espejo: “Mira, pues, diariamente este espejo (…) y observa constantemente en él tu rostro. Y continúa: “Mira atentamente en el comienzo de este espejo a la pobreza de aquel que fue colocado en un pesebre y envuelto en pañales (…) Y en el centro del espejo considera la santa humildad (…) Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad con que quiso padecer en el leño de la cruz y morir en él de las más infames de las muertes”. En otra de sus cartas se expresa de la siguiente manera: “Míralo hecho despreciable por ti, y síguelo, hecha tú despreciable por él en este mundo. Observa (…) a tu esposo, el más hermoso entre los hijos de los hombres, hecho por tu salvación el más vil de los varones (…) Medita, contempla y trata de imitarlo”. Y en otra dice: “Fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la misma sustancia y transfórmate toda entera por la contemplación en imagen de su divinidad”.
No olvidemos, que es Él quien primero nos mira. Sólo así, mirándole a Él y dejándonos mirar por Él, podremos ver su rostro en el rostro de los hermanos que nos rodean y “descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana (…) en un mundo que ignora su presencia” (VDQ). Sólo así podremos ser faros, para los cercanos y para los lejanos, antorchas que acompañan el camino de los hombres y mujeres en la noche oscura del tiempo, centinelas de la aurora que anuncian la salida del sol, como nos anima el Papa Francisco en su Constitución apostólica sobre la Vida contemplativa.
Hago mías las palabras de Santa Clara al final de su vida: ¡Gracias, Señor porque me pensaste! ¡Gracias porque me creaste! Y añado: ¡Gracias, Señor porque me miraste! ¡Gracias porque me elegiste! ¡Gracias porque me esperaste!
Sor Mª Cristina de la Eucaristía, o.s.c.

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

  SAN MATEO 28, 16-20
    "En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
    Acercándose a ellos, Jesús les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
                                                ***             ***             ***
   La misión evangelizadora consiste en introducir al hombre en el misterio de comunión con Dios Trinidad. No se trata de ampliar fronteras exteriores, sino de abrir al hombre a esta realidad del Dios Amor y Comunión. Y solo será posible en la cercanía de Jesús.


REFLEXIÓN PASTORAL
    El hombre de hoy sabe mucho y sobre muchas cosas: su información cada vez es más abundante y mejor documentada. Pero, frecuentemente, se trata de un saber teórico, nocional, periférico; que le ilustra pero no le afecta; que le informa pero no le transforma.
    También el cristiano sabe, o cree, muchas cosas. Sabe, o cree, por ejemplo, que existe Dios; que Jesucristo es el Hijo de Dios; que su muerte y resurrección nos han redimido del pecado; que el Espíritu Santo es Dios…, pero ¿lo saborea? ¿Degusta esa realidad? ¿Vibra con ella? ¿Esa verdad serena, ilumina y motiva su vida? “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9). Ésta es la sabiduría cristiana.
     La verdad de Dios, como toda verdad existencial, si no pasa al corazón y lo enciende (“¿No ardía nuestro corazón…? Lc 24,32), queda reducida a una mera información; pero cuando entra en él, se convierte en energía transformadora (Jer 20,9).
     Dios tuvo interés en que ése y así fuera nuestro saber sobre Él; no una mera información sobre su existencia, sino una experiencia filial, traducida en actitud fraternal hacia los otros. Y ése fue también el interés de Jesús: transmitirnos la convicción de que “el Padre mismo os quiere” (Jn 16,27), con amor afectivo y efectivo (Jn 3,16; Mt 6,25-32).
     El AT resaltaba la unidad y unicidad de Dios, su soberanía y poder (Dt 4,39; 6,4). El NT, en la revelación de Cristo, profundiza en el misterio y nos abre a la verdad íntima de Dios: nos dice que Dios es “familia”, y que nos quiere incorporar a esa “familia de Dios” (Ef 2,19).
     Por aquí debería comenzar la reflexión sobre nuestra fe en Dios, y ver si realmente lo sentimos y reconocemos como Padre, es decir, como Amor (“Dios es amor” 1 Jn 4,8) y como urgencia de amar (2 Cor 5,14).
     Porque la fe en el Dios revelado en Cristo es más, mucho más, que una doctrina; es una experiencia, pues “nosotros hemos conocido (saboreado) el amor que Dios nos tiene (Jesucristo) y hemos creído en El” (1 Jn 4,16), hasta el punto de que “aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque Tú vas conmigo” (Sal 23,4).
     La fiesta de la Santísima Trinidad nos invita a contemplar con los ojos de la fe y del corazón esa realidad en la que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
     Nos dice que Dios es comunión de personas, que es relación viva con vocación permanente de habitar en el hombre. Y nos recuerda que somos “templo” de Dios (1 Cor 3,16-19), su “morada” (Jn 14,23). Por eso, también, nos invita a “contemplar” al hombre. No nos abstrae en una nube de misterio, sino que nos invita a entrar en el misterio del hombre, que Dios ha elegido como morada. Y reconocerle y confesarle allí.
     “Más íntimo a mí mismo, que yo mismo” (san Agustín), Dios no es lejano ni habita en la lejanía. Nos está próximo, a nuestro lado, en nosotros. ¿Experimentamos su presencia, su cercanía?

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué experiencia tengo de Dios?
.- ¿Me siento vitalmente hijo de Dios?
.- ¿Siento la urgencia de anunciar a ese Dios Amor y Comunión?

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

sábado, 19 de mayo de 2018

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

  SAN JUAN 20, 19-23

    "Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
                                                      ***             ***             ***
     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin Él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como Él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y, como Él, esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.

REFLEXIÓN PASTORAL
         Los cristianos necesitamos dirigir la mirada a los puntos orientadores de la existencia, para recorrer los senderos oscuros de la vida (Sal 23,4). Y uno de esos puntos luminosos y orientadores es el Espíritu Santo. Es el guía por excelencia en esa ruta inevitable, pero arriesgada, hacia la Verdad (Jn 16,13). Perfilar el Espíritu sería una contradicción y, sin embargo, se trata de un Espíritu con “rostro”, con entidad e identidad.
         No es fácil hablar del Espíritu Santo. La fiesta de Pentecostés nos ofrece la posibilidad de hacerlo. Es un tema fluido que rehúye el encasillamiento en nuestros estrechos esquemas mentales. Hablar de Dios siempre supera las capacidades expresivas de nuestro lenguaje. La inexactitud, la imprecisión resultan inevitables. ¡Casi es un buen síntoma! (cf. 1 Cor 13,9). Exige un descalzamiento de los estereotipos ordinarios, es una “tierra sagrada” (Éx 3,5).
          Si a esto se añade la falta de práctica, es decir el relativo silencio creado en torno al Espíritu Santo, la dificultad se acentúa. Sí, nuestra “ciencia” del Espíritu es bastante limitada y elemental (y quizá también nuestra conciencia), y esto ya parece venir de atrás (Hch 19,2). Y, sin embargo es la gran novedad aportada por Jesús, su promesa (Jn 14, 15-17. 25-26), su don más específico (Gál 4,6; Jn 16,5-15).
          Un don para todos y a favor de todos (Hch 11,17; 15,8-9; 1 Cor 12,3); necesario para pertenecer a Cristo, porque “si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo” (Rom 8,9), ni “puede  decir Jesús es “Señor” (2ª), y para acceder a la comprensión de los designios de Dios, pues “lo íntimo de Dios lo conoce solo el Espíritu de Dios… El hombre natural no capta lo que es propio del Espíritu de Dios…, pero nosotros tenemos la mente  de Cristo” (1 Cor 2, 12-16), por el Espíritu, “que nos ha sido dado” (Rom 5,5).
         Un Espíritu de perdón (Jn 20,22); integrador y promotor de las peculiaridades carismáticas (1 Cor 12); pluralista y no discriminador (Hch 11,17); inspirador del testimonio y de la audacia cristiana (Hch 5,17-22) frente a miedos congénitos o repliegues sistemáticos (Jn 20,19); que supera las barreras confesionales para acoger “al que practica la justicia” (Hch 10,34-35); que prioriza la obediencia a Dios (Hch 5,29); que no impone cargas más allá de lo esencial (Hch 15,28s).
         Un Espíritu de libertad interior (Gál 5,18; Rom 8,5-11) y de amor sin límites (1 Cor 12,31-13,13), verdaderos e inequívocos signos de su presencia, pues “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rom 5,5), y “donde está el Espíritu del Señor, hay libertad” (2 Cor 3,17), pues no hemos recibido un espíritu de esclavos, sino el de hijos, que es el del Hijo (cf. Rom 8,14-16).
Un Espíritu de quien depende la alegría de creer y la fuerza para ser testigos; la paz para trabajar unidos; la generosidad para socorrer al necesitado; la capacidad para perdonar; la esperanza para superar los momentos oscuros y la luz para reconocernos y reconocer a los otros como templo e imagen de Dios…
          Un Espíritu que hemos de recuperar. Y eso exige “volver a Pentecostés”, mejor, revivirlo, ya que Pentecostés no puede reducirse a un “instante” de la Iglesia, sino que ha de ser su “situación” permanente.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué vivencia tengo del Espíritu Santo?
.- ¿Qué espíritu anima mi espíritu?
.-  ¿Hablo el amor que es el lenguaje del Espíritu?

Domingo J. Montero Carrión, OFMCap.

¡VEN, ESPÍRITU VIVIFICADOR!




¡Ven, Llama de Amor viva! Conmueve mi corazón y hazlo humilde y sencillo, e inúndalo de mansedumbre y suavidad.
           ¡Oh Espíritu Santo que eres todo Amor! Adorna mi alma con el don exquisito de Piedad. Sana mi corazón de toda dureza y ábrelo plenamente a la dulzura de la oración. Que al llamar con este nombre a mi Padre Dios, que yo experimente la riqueza de esa dulce palabra: su Bondad, su Ternura, su Misericordia. ¡Qué incomparables atributos! En ellos descanso, en ellos me recreo, en ellos tengo yo mi oasis de paz. ¡Lléname de este don maravilloso! Extingue en mi corazón toda amargura e impaciencia, y ábrelo a la comprensión y a la mansedumbre con todos los hombres, hijos de Dios y mis hermanos. ¡Ven!

viernes, 18 de mayo de 2018

¡VEN, ESPÍRITU SANTIFICADOR!



¡Ven, Roca y Alcázar! ¡Infúndeme valor y coraje para ser testimonio vivo de Cristo y de su Evangelio! Ven, Defensor en las luchas, Don incomparable.
           ¡Cuán necesaria me es tu fuerza y tu ayuda en las tribulaciones de la vida!  El dolor me asusta y me deprime. Siento una enorme debilidad ante el sufrimiento.            
           Ven con tu fortaleza a poner esfuerzo y ánimo en mi vivir. Tú, que eres el Dador de toda valentía, cobíjame bajo tus alas poderosas. No me dejes sola jamás, y sobre todo, asísteme en las grandes pruebas de la vida y en la hora de mi tránsito hacia la Patria, donde pienso encontrar en los brazos de Jesús, la eterna alegría.

jueves, 17 de mayo de 2018

¡VEN, ESPÍRITU DEFENSOR!



¡Ven, Espíritu de verdad!, Compañero de camino: confírmame en  la fe para dar razón de mi esperanza. ¡ Ven, luz de Dios !
           Guíame en esta búsqueda de ti mismo, para penetrar a fondo en tu designio amoroso sobre mi vida. Alumbra mi interior, pon alerta mi conciencia para que sepa elegir siempre lo mejor para tu gloria y para mi perfección.
           Que sea como la Virgen, mi Madre: Virgen prudente y santa, que me deje guiar por tu consejo íntimo que me llevará a identificarme con Jesús, a tratar de que su Reino llegue a todos los hombres.
Dame el acierto y la seguridad de vivir en tu Verdad, que es el mayor gozo del corazón.
¡En ella descanso, Dios mío!