SAN MATEO 10, 26-33.
"En aquel tiempo dijo Jesús a sus Apóstoles:
No tengáis miedo a los hombres porque nada hay cubierto que no llegue a
descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse.
Lo que os digo de noche decidlo en pleno
día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la azotea.
No tengáis
miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que
puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones
por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga
vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de vuestra cabeza tenéis
contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre vosotros y los
gorriones.
Si uno se pone
de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre
del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi
Padre del cielo."
*** *** ***
En el “Discurso de la misión”, Jesús no
oculta las dificultades inherentes a la tarea evangelizadora, pero les
garantiza la presencia providente del Padre. No hay que tener miedo. Los
“peligros” de la misión están cubiertos por un seguro de calidad: nuestras
vidas están en las manos de Dios. Como dirá Pablo: “En todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó…; pues nada
podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”
(Rom 8,37. 39).
REFLEXIÓN
PASTORAL.
“No
tengáis miedo” (Mt 10,26) es la expresión que más frecuentemente se repite
en el Evangelio de este Domingo. Una invitación
no a la temeridad autosuficiente, sino a la audacia asentada en la
confianza en la Providencia de Dios, que no crea que nada que no haya amado, y
no mantiene en la existencia nada que no ame (cf. Sab 11,24-25).
El profeta Jeremías (1ª) sintió los miedos
del entorno: “Oía el cuchicheo de la
gente…” (Jr 20,10), pero sintió también por dentro la fuerza de la
presencia del Señor: “El Señor está
conmigo” (Jer 20,11).
“Estad
prontos a dar razón de vuestra esperanza” nos recuerda la 1ª Carta de san
Pedro (3,15). No podemos hurtar a los hombres el testimonio cristiano; aunque,
en no pocas ocasiones, revista una modalidad crítica para el que escucha, y
autocrítica para los que hemos de dar
ese testimonio.
El
amplio y rápido despliegue de comportamientos y actitudes fundamentalistas e
intransigentes en nuestro tiempo es un signo preocupante. Oponer a eso la
tolerancia es bueno y necesario. Pero, ¿qué tolerancia?
No es infrecuente que, ante ese
“fundamentalismo” intransigente, se defienda un “neutralismo” que, en el fondo,
no es sino “absentismo” y huída del compromiso por buscar y testimoniar la
Verdad.
La tolerancia debe surgir de la convicción
de que la verdad es un horizonte y un quehacer, y de que todos somos peregrinos
en esa búsqueda. Nadie la “agota” y nadie está totalmente desprovisto de ella.
Sin “agotarla” nadie, pero sin “imponerla” nadie ni a nadie, la verdad se
expone y propone, pero no se impone.
El Evangelio, invitando a ser no solo
críticos, sino autocríticos; no llama a
la indiferencia, sino al amor. Y el amor nunca es indiferente frente al prójimo
y frente a la Verdad.
Hoy existe mucha indiferencia camuflada
de tolerancia, porque existe poco amor al prójimo y a la Verdad.
La tolerancia supone un esfuerzo positivo
de comprensión, de respeto, de pluralismo, de acogida, aceptando la diferencia
no como distancia sino como riqueza. Y, al mismo tiempo, supone un rechazo de
cualquier tipo de inhibición, de huída ante las urgencias del prójimo.
Jesús
nos invita a la claridad. Las “oscuridades” de nuestro tiempo, ¿no dependerán,
al menos en parte, de la falta de “luminosidad” de muchos cristianos? La falta
de Verdad que nos rodea e invade quizá sea una invitación a preguntarnos ¿qué
hemos hecho los cristianos de la Verdad?
El
libro de los Hechos nos dice que los discípulos daban testimonio de Jesús
públicamente con mucho valor y que la ciudad se “llenó de alegría” (8,8). ¿No seremos responsables, con nuestro
silencio sobre Jesús, de la falta de alegría que existe en nuestra ciudad?
“¡No tengáis miedo!” “¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo
y de aceptar su potestad! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par
las puertas a Cristo! ¡No tengáis miedo!” (Juan Pablo II: Homilía en el
comienzo de su Pontificado).
“No
tengáis miedo”. El Evangelio no puede ser silenciado, aunque no falten los
intentos por conseguirlo. Los creyentes no podemos ser cómplices de esa campaña
que, so capa de convivencia y de respeto a todas las opciones y opiniones,
tiende a devaluar la voz específica del Evangelio.
“No
tengáis miedo”, porque Cristo no ha dudado en precedernos en esa ruta de un
testimonio radical en favor de la verdad, obteniéndonos “la benevolencia y el don de Dios” (Rom 5,15).
REFLEXIÓN
PERSONAL.
.-
¿Cuál es la razón de nuestros miedos?
.-
¿Cuáles son nuestro miedos?
.-
¿Quizá hemos confiado demasiado en nuestros “medios”, y éstos han revelado su
inconsistencia y fragilidad?
Domingo J. Montero Carrión, franciscano – capuchino..
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