domingo, 17 de noviembre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 33º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


San Marcos 13, 24-32. 

     “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.

      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.

      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre.”

 

¡Nada me falta”, y todo lo espero!

 

La fe confiesa la obra de Dios, y de la confesión de fe, nace la paz que llena el corazón de los fieles: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano… Con el Señor a mi derecha, no vacilaré”… “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena”…

El creyente puede siempre decir con verdad: “El Señor es mi pastor: nada me falta”…

La profecía, a su vez, conjuga en futuro los verbos de la esperanza: “Se levantará Miguel, el arcángel que se ocupa de tu pueblo… Entonces se salvará tu pueblo: todos los inscritos en el libro”.

Por su parte, la esperanza conjuga en futuro los verbos de su oración: “No me entregarás a la muerte, no dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia”…

Y el evangelio vuelve a ser promesa de futuro y motivo de esperanza: Entonces verán venir al Hijo del hombre… Entonces, de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte, reunirá a sus elegidos”…

Hoy, cuando lector y salmista nos hacen escuchar lo que aún esperamos, lo que deseamos, lo que aún está por venir, una onda de paz rompe, también desde el futuro, en el acantilado de nuestro corazón: “¡Nada me falta!

La fe confiesa la obra de Dios que es Cristo Jesús, la gracia de Dios que es Cristo Jesús, el amor de Dios que es Cristo Jesús, la plenitud del don de Dios que es Cristo Jesús. Lo podemos decir con verdad: en Cristo Jesús, “¡nada me falta!”.

Y, al mismo tiempo, desde lo hondo, desde la noche, desde cada sufrimiento humano, desde cada patera o cayuco naufragados, desde cada injusticia, desde cada mentira, desde cada humillación, desde cada vejación, los ojos y el corazón, todo mi ser va diciendo: “Venga a nosotros tu reino”, venga desde su gloria el Hijo del hombre, “¡ven, Señor Jesús!

¡Nada me falta!”, y ¡todo lo espero! “¡Nada me falta!”, y ¡todo lo busco con fe!

¡Nada me falta!”, y te busco, Señor, “como busca la cierva corrientes de agua”, “tengo sed de ti, como tierra sedienta, agostada, sin agua”.

¡Nada me falta!”, “aunque es de noche”.

¡Nada me falta!”, pero, desde la noche de los pobres, voy gritando: “¡Ven, Señor Jesús!

Y tú me invitas, Señor, a “estar despiertosiempre despierto-, pidiendo fuerza para mantenerme en pie ante el Hijo del hombre”.

Tú me invitas a escuchar tu palabra, a guardarla en el corazón, a obedecerla con fidelidad de hijo.

Tú me invitas a buscarte en la Iglesia, a comulgar con tu cuerpo eclesial y con tu cuerpo eucarístico, a ser uno con la Iglesia y contigo.

Tú me invitas a amarte en los pobres, a cuidar de ti en los pobres, a iluminar tu noche en los pobres, a ser para los pobres la mano compasiva del Padre del cielo.

Y entendí que, si lo daba todo, sólo dándolo todo, podría decir con verdad: “¡nada me falta!”

 El mundo –puede que también nosotros, los que aún nos decimos cristianos-, hemos desechado como engañosa la eterna paradoja de la fe: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo… porque tú vas conmigo; tu vara y tu cayado me sosiegan”. Y no caemos en la cuenta de que, aunque todo lo posea, ¡todo me falta!

“¡Ven, Señor Jesús!”

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 10 de noviembre de 2024

INVITACIÓN



 

¡FELIZ DOMINGO! 32º DEL TIEMPO ORDINARIO

  San Marcos 12, 38-44

    "En aquel tiempo enseñaba Jesús a la multitud y les decía: ¡Cuidado con los letrados! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos. Esos recibirán una sentencia más rigurosa.

    Estando sentado enfrente del cepillo del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban en cantidad; se acercó una viuda pobre y echó dos reales.

     Llamando a sus discípulos les dijo: Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado de lo que tenía para vivir."

 

Soy cristiano

“¿Sois cristiano? –Soy cristiano, por la gracia de Dios.

¿De quién viene el nombre de cristiano? _El nombre de cristiano viene de Cristo, nuestro Señor”.

 Así lo aprendí en el catecismo de mi infancia.

Si hoy, muchos años después de aquel catecismo, me preguntaran por el significado de ese nombre, volvería a hablar de ti, Cristo Jesús, de lo que tú eres para mí, de lo que yo soy para ti.

Soy cristiano porque, en Cristo, mi Señor, me reconozco amado de Dios, agraciado por Dios, bendecido por Dios, elevado a la condición de hijo de Dios…

Soy cristiano porque, en Cristo Jesús, me reconozco en comunión con mis hermanos en la fe –con la Iglesia que es el cuerpo consagrado de Cristo-, con  mis hermanos los pobres –que son el cuerpo sufriente de Cristo-, con la humanidad entera –para la que Cristo es sacramento del amor del Padre-…

Soy cristiano, porque la gracia de Dios hizo de mí un pobre con fe, con esperanza, con amor, un pobre que aprende la fe, la esperanza, el amor con que Cristo Jesús vivió su relación de Hijo con el Padre del cielo.

Soy cristiano, porque el amor del Padre, la gracia de Cristo Jesús, y la comunión del Espíritu Santo, se han quedado en este pobre como en su casa.

Soy cristiano, porque tú, Jesús, con tu puñado de harina y tu poco aceite –con tu pobreza-, preparaste la mesa a la que nos sentamos, contigo, la Iglesia y sus hijos.

Soy cristiano, porque tú, Jesús, para que yo viviese, echaste en el arca de las ofrendas todo lo que tenías para vivir.

Soy cristiano porque Dios es fiel y, en Jesús, hizo justicia a los oprimidos, se hizo pan para los hambrientos, se hizo libertad para los cautivos.

Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, Dios se hizo luz para los ciegos, fortaleza para los débiles, certeza de vida para los crucificados.

Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, Dios se hizo evangelio para los pobres.

Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, también yo fui ungido por el Espíritu de Dios, que me envió, al modo de Cristo Jesús, a evangelizar a los pobres, a ser buena noticia de Dios para los pobres, a ser para los pobres lo que los pobres necesitan…

Hoy, comulgando contigo, Cristo Jesús, comulgaré con el Padre del cielo y el Espíritu Santo, comulgaré con la humanidad entera, con toda la creación… para amarte en tus criaturas, en tus pobres, en tu Iglesia, en todos, en todo, en mi corazón.

Hoy comulgaré para ser más tuyo, más de todos.

Hoy comulgaré para aprenderte a ti, hasta que no sea yo quien vive, sino que seas tú quien vive en mí.

 Alaba, alma mía, al Señor”, porque la orza de harina, con que el amor de Dios nos alimenta, jamás se vaciará. “Alaba, alma mía, al Señor”, pues la alcuza de la divina unción jamás se agotará.

Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a hacer de nuestra vida un panecillo para el necesitado, aprendemos a echar en el arca de las ofrendas lo que tenemos para vivir. Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a Cristo: “Alaba, alma mía, al Señor”.

 

Siempre en el corazón Cristo.


+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

 

lunes, 4 de noviembre de 2024

domingo, 3 de noviembre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 31º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

San Marcos 12, 28-34

    "En aquel tiempo, un letrado se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Qué mandamiento es el primero de todo?

    Respondió Jesús: El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.

    El letrado replicó: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

    Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas."

 

El gran ausente

Alguien hasta ayer respetado, puede que admirado, puede que envidiado, puede también que temido, hoy, convertido en apestado, despreciado, detestado, se encuentra arrojado como un monstruo en medio de todas las páginas.

A mi mente, espero que deformada por el evangelio, sube la imagen de aquella mujer sorprendida en flagrante adulterio, a la que, con la ley en la mano, una multitud de pretendidos inocentes se disponía a lapidar.

Recuerdo aquel episodio, no tanto por el culpable a quien se pretende lapidar, cuanto por los inocentes que se sienten legitimados para hacerlo.

Todos, en aquel otro tiempo, se sentían distintos de aquella mujer, todos se estimaban mejores que aquella mujer, todos se veían superiores a aquella mujer…

Hasta que un dedo comenzó a escribir en el suelo…

Nadie sabe lo que Jesús escribió. Sólo sabemos que aquellos distintos de la mujer, aquellos mejores que ella y superiores a ella, todos aquellos legitimados para apedrearla, se fueron marchando uno a uno, empezando por los más viejos.

Aquel día de Jesús y de la adúltera, día en que fueron honradas la verdad, la justicia y la piedad, no encontrará eco en este otro día que nos ha tocado vivir: hoy, para la vida social y política, el monstruo ya ha sido lapidado, y quienes han hecho su ejercicio de justicia, volvieron a casa, no ya con la conciencia tranquila, sino con el orgullo del deber cumplido, pues eso de lapidar, que lo mandaba entonces la Ley, la grande, la de Dios, lo manda hoy esa ley, más grande aún, que todos llevamos grabada a fuego en la piedra del corazón: la ley de lo correcto, de lo asumido, de lo respirado…

En estos días, en este mundo nuestro de puros e impuros, de normalidades y monstruosidades, tampoco encuentra eco el viejo y escandaloso mandato del amor: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Amarás y buscarás al que está perdido. Amarás y recuperarás al que ha sido abandonado al borde del camino. Amarás y vendarás al que encuentres herido.

Amarás…

En estos días y en este mundo nuestro de mentiras, corrupción e hipocresía, nadie se preguntará por la escuela en la que se enseña a violar, a humillar, a acosar, a asesinar, a encubrir crímenes y delitos…

Pero la vida continúa escribiendo en el suelo: El mar es un cementerio de hombres, mujeres y niños a los que nuestras opciones políticas, nuestra indiferencia distraída, y nuestras manos impolutas han empujado fuera de la vida… Los caminos de la inmigración están llenos mujeres a las que nosotros, con nuestra arrogancia y nuestra palabrería, hemos condenado a la violación, a la prostitución, a la vejación continuada de su dignidad… A través de la política, la información, la educación, la distracción, hemos reducido la mujer a hembra, a receptáculo efímero de un desahogo animal… El misterio de la relación sexual lo hemos encerrado en la banalidad de un “sí es sí”, sin caer en la cuenta de que estábamos degradando a la mujer y al hombre a la condición de cosas, objetos, producto, mercancía, que, sin riesgo de terminar en los tribunales, se pueden adquirir y utilizar indistintamente –basta un sí-, y pueden después olvidarse mutuamente sin nostalgia ni reproche…

¡Qué lejos nos hemos quedado de aquel mandato anacrónico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Amarás a las víctimas como a ti mismo… amarás a los pobres como a ti mismo… amarás a todos como a ti mismo… Amarás hasta perder la vida por quien ni siquiera te lo ha pedido ni te lo va a agradecer…

En la historia de estos días, el gran ausente es el amor…

O tal vez haya de decir que el gran ausente eres tú, Jesús.

Siempre en el corazón Cristo.


+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 27 de octubre de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 30º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


San Marcos 10, 46-52

    "En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí.

    Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.

    Llamaron al ciego, diciéndole: ánimo, levántate, que te llama.

    Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?

    El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.

    Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado."

 

“Ábreme los ojos”

 

El ciego Bartimeo nos representa a todos, ya sea porque estamos sentados aún al borde del camino, pidiendo limosna, ya sea porque, iluminados ya por la fe, seguimos a Jesús por el camino.

La fe –luz que ilumina la vida- es gracia que se nos da, no ya para que veamos, sino para que, viendo, caminemos.

En la curación de Bartimeo, no se trata tanto del milagro que a un ciego le permite ver –Jesús no es un oculista-, cuanto de la gracia que capacita al ciego para que camine hacia la meta, hacia su tierra prometida, hacia una tierra que mana leche y miel, hacia la tierra de Dios,  hacia esa tierra de destino para toda la humanidad que es Cristo Jesús…

A aquel ciego, a todos los ciegos en él representados, la gracia de la fe los pone en condiciones de “seguir a Jesús por el camino”.

Sólo el camino recorrido con Cristo Jesús, sólo el éxodo desde lo nuestro a lo de Dios, merece el nombre de salvación.

Si la fe nos ha permitido “recobrar la vista”, el mundo que contemplaremos “siguiendo a Jesús”, es éste: “En Cristo Jesús, Dios nos eligió antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor… Por medio de Cristo Jesús, Dios nos destinó a ser sus hijos… En Cristo Jesús tenemos la redención… En él hemos sido marcados con el sello del Espíritu Santo…”

Y también recordamos las palabras de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él –todo el que sea iluminado por la luz de la fe- tenga vida eterna”.

Y guardamos en el corazón la memoria de aquella mujer, sorprendida en adulterio, colocada en medio y juzgada por el amor: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”. E intuimos que ese amor es luz; lo intuimos antes de que él lo diga: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue,  no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida”.

Y también se nos hace de hoy y nuestro el asombro agradecido del anciano Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto dónde está tu salvación”.

Entonces, en los labios del pueblo de la fe, en los de Bartimeo, en los de la adúltera perdonada, en los del anciano Simeón, en los míos, en los de esa comunidad de Bartimeos que es la Iglesia, la salvación se hace memoria: “El Señor ha estado grande con nosotros… nos parecía soñar… la boca se nos llenaba de risas, se nos llenaba de cantares la lengua…”. Y si la salvación se hace memoria, la memoria se hace fiesta: “Gritad de alegría… regocijaos… proclamad, alabad, decid: El Señor ha salvado a su pueblo”.

Ésa es la Iglesia en la que el Señor se complace: comunidad gozosa de ciegos que han sido iluminados con la luz de la fe; comunidad agradecida de adúlteras perdonadas; comunidad asombrada de justos que llevan la salvación como un niño entre los brazos… Comunidad a la que pertenece también aquella encinta de Dios que fue la Madre de Jesús, destinada como adúltera a la lapidación: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador”.

Ábreme los ojos, Señor, y contemplaré las maravillas de tu voluntad”. “Ábreme los ojos”, y habrá siempre un cántico de alabanza para ti en mi corazón.

“¡Ábreme los ojos!”

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger