viernes, 31 de julio de 2020

PRÓXIMO DOMINGO, 2 DE AGOSTO

EL PERDÓN DE ASÍS O INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA.

La Porciúncula de Asís, Italia, fue el hogar de San Francisco y la primitiva fraternidad de los Hermanos Menores. Allí San Francisco pidió a Cristo, mediante la intercesión de la Reina de los Ángeles, el gran perdón o «indulgencia de la Porciúncula», confirmada por el Papa Honorio III a partir del 2 de agosto de 1216. Allí murió el santo. Más tarde se construyó la gran Basílica de Santa María de los Ángeles para cobijar a la pequeña iglesita de la Porciúncula.
“El Poverello sabía que la gracia divina podía ser concedida a los elegidos de Dios en cualquier parte; de igual modo, había experimentado que el lugar de Santa María de la Porciúncula rebosaba de una gracia copiosa, y solía decir a los frailes: “Este lugar es santo, es la morada de Cristo y de la Virgen, su Madre”». La humilde y pobre iglesita se había convertido para Francisco en el icono de María santísima, la «Virgen hecha Iglesia», humilde y «pequeña porción del mundo», pero indispensable al Hijo de Dios para hacerse hombre. Por eso el santo invocaba a María como tabernáculo, casa, vestidura, esclava y Madre de Dios.
Precisamente en la capilla de la Porciúncula, que había restaurado con sus propias manos, Francisco, iluminado por las palabras del capítulo décimo del evangelio según san Mateo, decidió abandonar su precedente y breve experiencia de eremita para dedicarse a la predicación en medio de la gente, «con la sencillez de su palabra y la magnificencia de su corazón».
La Porciúncula es uno de los lugares más venerados del franciscanismo, no sólo muy entrañable para la orden de los Frailes Menores, sino también para todos los cristianos que allí, cautivados por la intensidad de las memorias históricas, reciben luz y estímulo para una renovación de vida, con vistas a una fe más enraizada y a un amor más auténtico La Porciúncula, tienda del encuentro de Dios con los hombres, es casa de oración. «Aquí, quien rece con devoción, obtendrá lo que pida», solía repetir Francisco después de haberlo experimentado personalmente..
El hombre nuevo Francisco, en ese edificio sagrado restaurado con sus manos, escuchó la invitación de Jesús a modelar su vida «según la forma del santo Evangelio y a recorrer los caminos de los hombres, anunciando el reino de Dios y la conversión, con pobreza y alegría. De este modo, ese lugar santo se había convertido para san Francisco en «tienda del encuentro» con Cristo mismo, Palabra viva de salvación” (Juan Pablo II).

CÓMO SAN FRANCISCO PIDIÓ Y OBTUVO LA INDULGENCIA DEL PERDÓN

Una noche del año 1216, Francisco estaba en oración y contemplación en la iglesita de la Porciúncula, cuando de improviso el recinto se llenó de una vivísima luz, y Francisco vio sobre el altar a Cristo revestido de luz y a su derecha a su Madre Santísima, rodeados de una multitud de Ángeles. Francisco con el rostro en tierra adoró a su Señor en silencio.
Ellos le preguntaron entonces qué deseaba para la salvación de las almas. La respuesta de Francisco fue inmediata: “Santísimo Padre, aunque yo soy un pobre pecador, te ruego que a todos los que, arrepentidos de sus pecados y confesados, vengan a visitar esta iglesia, les concedas amplio y generoso perdón, con una completa remisión de todas las culpas”.
“Lo que pides, Hermano Francisco, es grande -le dijo el Señor -, pero de mayores cosas eres digno, y mayores tendrás. Por lo tanto, accedo a tu petición, pero con la condición de que pidas de mi parte a mi vicario en la tierra esta indulgencia”. Y Francisco se presentó de inmediato al Pontífice Honorio III que en aquellos días se encontraba en Perusa, y con candor le contó la visión que había tenido.
El Papa lo escuchó con atención y después de algunas objeciones, le dio su aprobación. Luego dijo: “¿Cuántos años de indulgencia quieres?”. Francisco al punto le respondió: “Padre Santo, no pido años, sino almas!”. Y se dirigió feliz hacia la puerta, pero el Pontífice lo llamó de nuevo: “Cómo, ¿no quieres ningún documento?”. Y Francisco le dijo: “¡Santo Padre, me basta su palabra!”.
“Si esta indulgencia es obra de Dios, Él verá cómo dar a conocer su obra; yo no necesito ningún documento; el papel debe ser la Santísima Virgen María, Cristo el notario y los Ángeles los testigos”. Y algunos días después, junto con los Obispos de la Umbría, dijo con lágrimas al pueblo reunido en la Porciúncula: “¡Hermanos míos, quiero mandaros a todos al Paraíso!”

LA INDULGENCIA

Los pecados no sólo destruyen o lastiman la comunión con Dios, sino que también comprometen el equilibrio interior de la persona y su ordenada relación con las criaturas.
Para una curación total no sólo se necesita el arrepentimiento y el perdón de las culpas, sino también una reparación del desorden provocado, que normalmente sigue existiendo. En este empeño de purificación el penitente no está solo. Se encuentra inserto en un misterio de solidaridad en virtud del cual la santidad de Cristo y de los santos le ayuda también a él. Dios le comunica las gracias merecidas por otros con el inmenso valor de su existencia, a fin de hacer más rápida y eficaz su reparación.
La Iglesia siempre ha exhortado a los fieles a ofrecer oraciones, buenas obras y sufrimientos como intercesión por los pecadores y sufragio por los difuntos. En los primeros siglos los obispos reducían a los penitentes la duración y el rigor de la penitencia pública por la intercesión de los testigos de la fe que sobrevivían a los suplicios. Progresivamente se ha acrecentado la conciencia de que el poder de atar y desatar recibido del Señor incluye la facultad de librar a los penitentes también de los residuos dejados por los pecados ya perdonados, aplicándoles los méritos de Cristo y de los santos, de modo que obtengan lograda de una ferviente caridad. Los pastores conceden tal beneficio a quien tiene las debidas disposiciones interiores y cumple algunos actos prescritos. Su intervención en el camino penitencial es la concesión de la indulgencia.

LAS CONDICIONES REQUERIDAS PARA GANAR LA INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA SON LAS SIGUIENTES:

1. Visita a una iglesia franciscana, rezando un Padre Nuestro y un Credo.

2. La recepción del sacramento de la Penitencia, la Comunión eucarística y una oración por las intenciones del Papa (Padre Nuestro, Ave María y Gloria)

Estas condiciones pueden cumplirse unos días antes o después, pero conviene que la comunión y la oración por el Papa se realicen el mismo día en que se cumple la obra.

Esta indulgencia sólo se puede ganar una vez.

domingo, 26 de julio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 17º DEL TIEMPO ORDINARIO


PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO | Artesanías de historia de la ...

SAN MATEO  13, 44-52

    "En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
    El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
    El Reino de los Cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Entendéis bien todo esto? Ellos contestaron: Sí. Él les dijo: ya veis, un letrado que entiende del Reino de los Cielos es como un padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo."
                                      ***             ***             ***
      Estas parábolas son propias del evangelio de Mateo. El Reino de Dios es una realidad preciosa, sorprendente, por la que hay que apostar decididamente y con alegría. La parábola de la red apunta a una ulterior realidad: la postura que se adopte ante el Reino de Dios no será irrelevante, pues habrá un juicio, una evaluación final. Dios no excluye, pero puede haber quienes le excluyan a él y se autoexcluyan. Sin embargo, el juicio, la selección queda en las manos del Dios de la misericordia, capaz de revertir ese juicio en la oferta definitiva de su amor infinito.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Vivir la fe como “un tesoro escondido” (Mt 13,44), como “una perla de gran valor” (Mt 13,46), no parece ser la experiencia de la mayoría de los cristianos o, al menos, no es esa la sensación que transmitimos; más bien sucede lo contrario, la de sentirla como una carga pesada que nos obliga y fatiga o, en todo caso, algo que no nos motiva excesivamente.
    Nos cuesta visibilizar la dimensión gozosa de la fe. Parece que, como diría el profeta, “la alegría ha huido de nuestra tierra” (Is 24,11). Llamamos “celebración” a la eucaristía, aspecto difícilmente reconocible por nadie ajeno que entrase en nuestras iglesias. Hemos formalizado y ritualizado todo tanto, que cuesta fatiga descubrir y vivir esa dimensión gozosa de la fe. Y vivir el seguimiento de Jesús como una gracia y no como una pena es el secreto para vivirlo de verdad.
     San Pablo, en la carta a los Romanos nos habla de la maravilla y de la excelencia de haber sido encontrados, elegidos y amados por Dios. Él lo vivió así, y lo agradeció de todo corazón.
    En el Evangelio, en esas dos miniparábolas, la del tesoro y la de la perla, Jesús nos dice que la opción por él, por el Reino de Dios, es la opción más inteligente y con más futuro, aunque nos cueste. Porque esta es la otra lección: Jesús y el Reino de Dios son un regalo, pero no son una baratija.
     Hay que “venderlo todo”. Jesús no lo ocultó nunca: “Quien quiera seguirme…” (Mc 8,34). Se lo dijo a los discípulos, que lo dejaron todo, y a otros  que se retiraron porque eran muy ricos. “Venderlo todo” no es una invitación a la frustración, sino a la realización; no es una llamada al empobrecimiento sino al enriquecimiento; un enriquecimiento paradójico, porque “el que ama su vida, la perderá…” (Lc 9,24). Invitación a invertir en valores de futuro, perennes, a los que no afecta la devaluación, “ni la polilla los corroe” (Lc 12,33).
    No se trata tanto de enajenar nuestros “bienes” cuanto de enajenar nuestros “males”, los que obstaculiza el seguimiento de Jesús. Y  hacerlo “con alegría”.
    Para ello necesitaremos como Salomón (1ª lectura) que Dios nos de el discernimiento para hacer esa lectura correcta de las experiencias de la vida, y que configure nuestro corazón a su imagen y semejanza, para buscar y vivir su voluntad. Porque no es posible intentar “servir a dos señores” (Lc 16,13), viviendo fracturados, con referencias opuestas. Convertir al Señor en nuestra porción (Sal 119,57), en nuestra opción, es la decisión mejor y la más inteligente.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Manifiesto el gozo de haber sido encontrado por Dios?
.- ¿Apuesto con alegría por el Reino de Dios?
.- ¿Cuáles son los contenidos de mi oración?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCAp.

domingo, 19 de julio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 16º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 13, 24-43.

    "En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras la gente dormía, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña? Él les dijo: Un enemigo lo ha hecho. Los criados le preguntaron: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No, que podríais arrancar también el trigo.   Dejadlos crecer juntos hasta la siega, y cuando llegue la siega diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.
    Les propuso esta otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeñas de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
    Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos se parece a una levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina y basta para que todo fermente.
    Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: “Abriré mi boca diciendo parábolas; anunciaré el secreto desde la fundación del mundo.”
    Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: Acláranos la parábola de la cizaña en el campo. El les contestó: El que siembra la semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será el fin del tiempo: el Hijo del Hombre enviará a sus ángeles, y arrancará de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojará al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga."
                                            ***             ***             ***
     Con estas tres parábolas Jesús quiere exponer algunas realidades del Reino de Dios. La primera es exclusiva de Mateo; la segunda encuentra paralelos en Mc 4, 30-32 y Lc 13,18.19, y la tercera es compartida solo por Mt y Lc 13,20-21. En la de la cizaña destaca la paciente sabiduría de Dios (cf. 1ª lectura), que sabe dar tiempo a las cosas y enseña a no ser precipitados. El Reino de Dios ha de saber integrar las tensiones inherentes a su devenir histórico. Ha de admitir con esperanza que la obra de Dios alcanzará su fruto, pero para eso el grano ha de ser enterrado (parábola de la mostaza); porque esa humilde semilla participa de la energía de Dios, capaz de transformar y dinamizar la realidad. La explicación pormenorizada de la parábola de la cizaña, como la del sembrador, responde a un momento ulterior de la enseñanza reservada a los discípulos. Como en la del sembrador, se concluye con una llamada al discernimiento personal.
REFLEXIÓN PASTORAL
   Dejadlos crecer juntos…”. ¡Una lección de realismo! Aceptar vivir en un mundo en el que hay buenos y malos, trigo y cizaña. Convivencia, a veces tan dura, que aparece la tentación de la impaciencia: ¡arranquemos la cizaña! ¿por qué ha de ocupar espacio en el campo?
Jesús hablaba a personas impacientes, que se preguntaban: ¿por qué tantos malhechores?, ¿a qué espera Dios para liquidarlos a todos? Y tiende a calmar e iluminar esa impaciencia.
     Dios no es el sembrador de la cizaña. Al final habrá un juicio. Y Dios será el único juez, porque los hombres podemos confundirnos, al no ver en el interior del corazón (cf. 1 Sam 16,7).
     La 1ª lectura nos habla del juicio de Dios, un juicio “con moderación”, “con gran indulgencia”, un juicio justo, “que te hace perdonar a todos” y que “en el pecado das lugar al arrepentimiento”. Porque la dureza es, en el fondo, debilidad; el verdadero poder es indulgente. Y procediendo así, “enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano”. La revelación del hombre a ser hombre: humanidad es el indicativo de la verdadera justicia.
     Es una pena que haya tanta cizaña en el mundo. ¡Y tanta cizaña dentro de nosotros! Lo que podemos y debemos hacer para reducirla es comenzar por arrancar la del propio campo. Acondicionar nuestro terreno. Ante la pretensión de entrar a limpiar el campo ajeno, Jesús advierte: “Saca primero la viga de tu ojo y, luego, verás a sacar la mota del ojo de tu hermano” (Mt 7,5). Porque, si no, “podríais arrancar también el trigo”.
     Nadie es enteramente trigo limpio, ni totalmente cizaña. Y todos podemos evolucionar positivamente ¡gracias a Dios! A Él no le apremia el tiempo. Su perspectiva es más amplia y generosa que la nuestra.
     No es infrecuente en algunos sectores de la Iglesia la tentación de recluirse en grupos homogéneos, elitistas, excluyendo a los semiconvencidos, a los no comprometidos… Jesús ve a su iglesia de un modo distinto: un pueblo de amplia acogida y paciencia, de humildad y esperanza. Porque, cizaña era la oveja perdida (Lc 15,1-7), la moneda extraviada (Lc 15,8-9), el hijo pródigo (Lc 15,11-32), el “buen ladrón” (Lc 24,33-43), la mujer adúltera (Jn 8,3-11), Zaqueo (Lc 19,1-10), la pecadora pública (Lc 7,37-49), los publicanos y pecadores (Mc 2,15-17)…
     “Ser humanos” es, entre otras cosas, tener voluntad y compromiso serio por la justicia, pero también comprensión y acogida para acompañar y convivir con las debilidades, propias y ajenas. Rezuman sabiduría evangélica las palabras de Benedicto XVI: “¡Cuántas veces desearíamos que Dios se mostrara más fuerte! Que actuara duramente,  que derrotara el mal y creara un mundo mejor. Todas las ideologías de poder se justifican así, justifican la destrucción de lo que se opondría al progreso y a la liberación de la humanidad. Nosotros sufrimos por la paciencia de Dios, Y, no obstante, todos necesitamos su paciencia. El Dios que se ha hecho Cordero, nos dice que el mundo se salva por el Crucificado y no por los crucificadores. El mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres” (Benedicto XVI en la eucaristía de su entronización el 24-IV-005).
    La paciencia hoy no tiene buena prensa -ni siquiera tiene prensa-; vivimos en el signo contrario, el de la urgencia. Está vinculada a la esperanza –“Tened paciencia, hermanos… Mirad cómo el labrador sabe esperar…” (Sant 5,7-8); con el optimismo en la bondad última de las cosas -“de las piedras puede sacar Dios hijos de Abrahán” (Lc 3,8)-, y con el amor –“el amor es paciente” (1 Cor 13,4). La paciencia no es una “debilidad”, sino una “energía” para afrontar las “provocaciones” de la vida sin ofuscarse, incurriendo en decisiones o juicios precipitados, resultado de una lectura deficiente, poco ponderada o pasional. La paciencia da tiempo al tiempo, porque “todo tiene su tiempo” (Qoh 3,1), y porque es generosa y piensa bien.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué nivel de humanidad se refleja en mis juicios?
.- ¿Cómo es mi oración? ¿Está inspirada por el Espíritu?
.- ¿Qué siembro en la vida: buena semilla o cizaña?
 DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 12 de julio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 15º DEL TIEMPO ORDINARIO

SAN MATEO 13, 1-23.
    2Aquel día salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas:
    Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga.
    Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas? El les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo; son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.
    Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
    Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del Reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la Palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la Palabra, pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la Palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno."
                                             ***             ***             ***
    El texto consta de dos momentos: la parábola propiamente dicha y la explicación alegorizada de la misma. La parábola podríamos calificarla de “autobiográfica”: Jesús es ese sembrador salido a sembrar; no ha excluido a nadie, a ningún terreno; su palabra, de momento, ha germinado solo en unos pocos, los humildes, que son la tierra de futuro. En ella hay también una denuncia de los que se inmunizan y se cierran a la semilla de Dios. Y concluye con una seria llamada al discernimiento responsable. Puede también leerse como una proclamación de confianza en la vitalidad y fecundidad de la semilla, la palabra de Dios.
   La ampliación alegórica se centra ya en los diversos terrenos, y es una invitación a identificarse y a ver qué tipo de acogida dispensa cada uno a la Palabra de Dios.
    REFLEXIÓN PASTORAL
    “Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar…” (Is 55, 10-11).  Esto se predica de la palabra de Dios, pero conviene profundizar. Porque Dios no solo pronuncia palabras, es personalmente la Palabra. (Jn 1, 1.14). Y esa Palabra salida de Dios, humanizada, encarnada en Jesús, nos habla. Y hoy nos habla a través de esta parábola.
      Mateo la denomina “parábola del sembrador”, porque el protagonista principal es el Sembrador, que siembra esperanzadamente en el corazón de los hombres la buena nueva de Dios, sin discriminar terrenos. Pero no es él el único protagonista; está “la tierra”, que también tiene sus responsabilidades, y está “la semilla”.
      Para entender la parábola hay que remontarse a la experiencia de Jesús. Llevaba ya un tiempo anunciando el Reino en todos los terrenos, con reacciones muy diversas. Había chocado con la oposición de los escribas y fariseos (Mc 3,22); la incomprensión de los familiares (Mc 3,21); había visto cómo algunos, al principio entusiasmados, lo abandonaron pronto (Jn 6,66); había sentido la indiferencia de ciudades como Corazaín y Betsaida (Mt 11,21); había percibido las reticencias de los discípulos del Bautista y las perplejidades de éste (Mt 11,3)-; también había conocido a limpios de corazón, sencillos y abiertos a su palabra (Mt 11,25)…
     Llegó un momento de cierta crisis en el grupo, al ver el poco eco y la resistencia que encontraba en el público. Y Jesús tuvo que retirarse hacia la región de Cesarea de Filipos, para hacer una profundización con los discípulos (Mt 16,13ss).
     La “buena noticia” salida de Dios suscitó un entusiasmo inicial. Cuando reveló sus exigencias, algunos hundieron en ella sus raíces, pero otros volvieron a la vida superficial o desorientada por los múltiples afanes, llegando incluso a la hostilidad.
     Senderos, piedras, zarzas, tierra buena: ¡qué diferentes son los terrenos! ¡No importa! El sembrador es optimista, porque la semilla es buena, y ve cosechas no uniformes, pero cosechas al fin y al cabo. También el texto de la segunda lectura insiste en el optimismo radicado en la obra creadora de Dios, que, “aunque sometida a la frustración…, expectante está aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios (Rom 8, 20.19).
     Aquí está el nudo de la parábola: en el optimismo radical que transmite. ¡Siempre hay cosecha, aunque desgraciadamente no todos los terrenos se dejen fecundar!
    En nuestro presente eclesial se detecta desencanto. Y surgen preguntas como: ¿No se habrá perdido la semilla? ¿No habrá perdido ésta su capacidad fecundadora? ¿Dónde está fructificando hoy tan prodigiosamente? ¿Es solo fecunda en los mundos subdesarrollados? ¿No se habrá engañado y nos habrá engañado Jesús? Cuando arriesgamos tan poco, ¿no será que no nos fiamos de él? ¿Qué acogida encuentra en mí la palabra de Dios? ¿Qué resistencias encuentra?
         La parábola invita a una doble verificación. En primer lugar, la de nuestra actitud de escucha: “Escuchad” (Mc 4,3). “¡Ojalá escuchéis hoy su voz! ¡No endurezcáis el corazón!” (Sal 95,7-8).  La escucha de la palabra de Dios no es solo un ejercicio exterior, de audición externa, verbal, sino que exige una acogida interior. Y, en segundo lugar, la de la identificación de la situación personal ante la palabra de Dios. Verificar qué tipo de tierra somos.
Ya en otros lugares advirtió Jesús de que la escucha es imposible sin una verificación y discernimiento profundos. Sin ellos se confunde y tergiversa al mensaje (Lc 23,5.14); al mensajero (Mt 11,18-19), y se confunden los propios oyentes, que acaban por inmunizarse ante las urgencias renovadoras de la palabra de Dios (Mt 3,9). “¡Quien tenga oídos, que oiga!” (Mc 4,9).
REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Cuál es mi actitud ante la palabra de Dios?
.- ¿Está mi vida orientada linealmente a Jesucristo?
.- ¿Soy sembrador de la palabra de Dios? 

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.




jueves, 9 de julio de 2020

domingo, 5 de julio de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 14º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MATEO 11, 25-30.

    "En aquel tiempo exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera."
                                         ***             ***             ***
    Tres pasos pueden individuarse en este precioso texto: 1) Una alabanza a Dios Padre por su opción de revelarse a los humildes, y por revelarse humildemente. 2) Una declaración de su misterio y comunión personal con el Padre: Jesús es el Hijo y la revelación exhaustiva del Padre; no hay que buscar otro, porque él conoce el interior del Padre y lo conoce desde el interior. 3) Una invitación a participar de la Buena Noticia  de la que él es portador. Su propuesta de vida, que pasa por la cruz, es posible porque la comparte él, personalmente, con cada uno de nosotros.
   
REFLEXIÓN PASTORAL
     Aprended de mí” (Mt 11,29). La invitación es clara. Jesús es el Maestro; quien imparte la enseñanza más veraz de Dios, pues conoce al Padre desde dentro -habita en Él (cf. Jn 6,57; 14,10)-; y conoce su interior.
     ¿Y quiénes son los destinatarios de esa revelación? Los sencillos. ¿Por méritos propios? No; porque esa ha sido la opción de Dios (Mt 11,26).
     A Dios le gusta trabajar con material frágil (Gn 2,7). La elección de Israel (Dt 7,6) no se debió a su calidad ética o numérica (Dt 9,4.6), sino por puro amor (Dt 7,7-8). Y, “llegada la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo…” (Gál 4,4), quien “se despojó de su rango, tomando condición de siervo” (Flp 2,7) y, “siendo rico, se hizo pobre por nosotros” (2 Cor 8,9). Sí; “Dios ha escogido lo débil” (1 Cor 1,27; cf. St 2,5). Más aún, se ha hecho débil (cf. Lc 2,7) y ha cargado con nuestra debilidad (Is 53,4). Para interpretarse, eligió el tono menor. 
       Dios ha escogido más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte… Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios” (1 Cor 1,27-29). Pero no hay por qué identificar la sencillez con la ignorancia y, menos aún, con la vulgaridad. Jesús la identifica con la mansedumbre y la humildad. Así es su corazón -el de Jesús -, y así ha de ser el del cristiano: “manso y humilde” (Mt 11,29).
      Y Jesús agradece y celebra esa decisión de Dios, a quién ya el profeta Zacarías presenta en la 1ª lectura inclinado hacia la humildad y sencillez (Zac 9,9).   ¡Qué insondables son sus decisiones!” (Rom 11,33).
     La opción de Dios y su estilo están claros. Opción y estilo, que frecuentemente contrastan con los nuestros: a nivel personal y eclesial.
    La debilidad, la propia y la ajena, nos desestabiliza y angustia. Evaluamos y sobrevaloramos nuestros haberes  y saberes… Pretendemos construir el Reino de Dios con “otros” materiales; seguir a Jesús con “otros” estilos…
     Hemos de asumir nuestro barro con serenidad y gratitud (Is 64,7); entonces percibiremos que “el espíritu de Dios viene en ayuda de nuestra debilidad” (Rom 8,26). Y desde aquí se entienden las bienaventuranzas.
       En una sociedad que no solo exalta el poder sino que lo identifica con la violencia; que equipara al héroe con el vencedor, al valiente con el violento…,¡qué necesario es releer estas palabras!
       Jesús se presenta, además, como el consolador y el reposo de los agobios y cansancios del hombre, pero no oculta sus exigencias: no es un colchón cómodo, ni inspirador de un sentimentalismo barato.
       Jesús se reconoce como el destinatario de la revelación y salvación de Dios en beneficio del hombre. Y se ofrece y la ofrece generosamente, pero también responsablemente. Acercarse a él no es una decisión irrelevante.
       Para ello es necesaria, recuerda la 2ª lectura, la presencia del Espíritu. La existencia cristiana tiene parámetros de referencia propios. Hay dos tipos de existencia, una carnal, con la muerte como horizonte, y otra espiritual, asimilada al Espíritu de Dios que habita en los creyentes; y ésta es imprescindible para ser cristiano, pues: “El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Cristo” (Rom 8,9).
     Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28).
REFLEXIÓN PERSONAL.
.- ¿Sé interpretar la vida en clave menor? 
.- ¿Qué espíritu anima mi vida? ¿El de Cristo?
.- ¿A dónde acudo? ¿A Cristo o a “otros” lugares?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.