domingo, 25 de julio de 2021

¡FELIZ DOMINGO! SOLEMNIDAD DE SANTIAGO APÓSTOL


 

SAN MATEO 20, 20-28

"En aquel tiempo se acercó a Jesús la madre de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición. Él le preguntó:
-- ¿Qué deseas?
Ella contestó:
-- Ordena que estos dos hijos míos se siente en tu reino, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Pero Jesús replicó:
-- No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?
Contestaron:
-- Lo somos.
El les dijo:
-- Mi cáliz lo beberéis; pero el puesto a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre.
Los otros diez, que lo habían oído, se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús reuniéndolos les dijo:
-- Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros; el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos."


DE LAS HOMILÍAS DE SAN JUAN CRISÓSTOMO, OBISPO, SOBRE EL EVANGELIO DE SAN MATEO

      "Los hijos de Zebedeo apremian a Cristo, diciéndole: Ordena que se siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. ¿Qué les responde el Señor? Para hacerles ver que lo que piden no tiene nada de espiritual y que, si hubieran sabido lo que pedían, nunca se hubieran atrevido a hacerlo, les dice: No sabéis lo que pedís, es decir: "No sabéis cuán grande, cuán admirable, cuán superior a los mismos coros celestiales es esto que pedís." Luego añade: ¿Soís capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar? Es como si les dijera: "Vosotros me habláis de honores y de coronas, pero yo os hablo de luchas y fatigas. Éste no es tiempo de premios, ni es ahora cuando se ha de manifestar mi gloria; la vida presente es tiempo de muertes, de guerra y de peligro."


       Pero fijémonos cómo la manera de interrogar del Señor equivale a una exhortación y a un aliciente. No dice: "¿Podéis soportar la muerte? ¿Soís capaces de derramar vuestra sangre?", sino que sus palabras son: ¿Soís capaces de beber el cáliz? " Y para animarlos a ellos, añade: Que yo he de beber; de este modo, la consideración de que se trata del mismo cáliz, que ha de beber el Señor había de estimularlos a una respuesta más generosa. Y a su pasión le da el nombre de "bautismo", para significar, con ello, que sus sufrimientos habían de ser causa de una gran purificación para todo el mundo. Ellos responden: Lo somos. El fervor de su espíritu les hace dar esta respuesta espontánea, sin saber bien lo que prometen, pero con la esperanza de que de este modo alcanzarán lo que desean.


      ¿Qué les dice entonces el Señor? El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizarán con el bautismo con que yo me voy a bautizar. Grandes son los bienes que les anuncia, esto es: "Seréis dignos del martirio y sufriréis lo mismo que yo, vuestra vida acabará con una muerte violenta, y así seréis partícipes de mi pasión. Pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre." Después que ha levantado sus ánimos y ha provocado su magnanimidad, después que los ha hecho capaces de superar el sufrimiento, entonces es cuando corrige su petición.


      Los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. Ya véis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretendían una precedencia sobre los otro diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas. Pero -como ya dije en otro lugar- si nos fijamos en su conducta posterior, observamos que están ya libres de esta clase de aspiraciones. El mismo Juan, uno de los protagonistas de este episodio, cede siempre el primer lugar a Pedro, tanto en la predicación como en la realización de los milagros, como leemos en los Hechos de los apóstoles. En cuanto a Santiago, no vivió por mucho tiempo; ya desde el principio se dejó llevar de su gran vehemencia y, dejando a un lado toda aspiración humana, obtuvo bien pronto la gloria inefable del martirio."

 

domingo, 18 de julio de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 16º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


SAN MARCOS  6, 30-34

“En aquel tiempo, los apóstoles volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.

Él les dijo: «Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco.»
Porque eran tantos los que iban y venían que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado. Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.”

 

 “El Señor es mi pastor, nada me falta”

El salmista lo dijo de su Dios: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Con el salmista, lo ha dicho Jesús. Con el salmista y con Jesús lo vas diciendo tú, Iglesia en camino, Iglesia cuerpo de Cristo: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Las palabras de vuestro salmo son confesión de lo que Dios es para Jesús y para ti: es Dios quien te hace recostar y te conduce, es él quien te guía por el sendero justo, es él quien prepara una mesa delante de ti.

Y esas mismas palabras van diciendo lo que en Jesús y en ti ha dejado la cercanía del Señor: mientras va contigo tu pastor, mientras escuches el latido de su cayado contra la tierra, caminas sin temor, caminas confiada, siempre sosegada.

Con el salmista y con Jesús, todo tu ser va salmodiando: “El Señor es mi pastor, nada me falta”.

Pero Dios no es sólo pastor “de Jesús”: también es pastor “en Jesús”.

Entrando en ese misterio, dejas que tu fe se eleve y ves que, “en Jesús”, Dios se ha hecho tu pastor; “en Jesús”, “Dios ha preparado una mesa ante ti”; “en Jesús”, “tu copa rebosa”; “en Jesús”, “Dios ha ungido con perfume tu cabeza”; “en Jesús”, Dios “te ha bendecido con toda de bienes espirituales y celestiales”.

“En Jesús”, el Señor tu Dios, tu pastor, te ha buscado, y cuando te ha encontrado, ha cargado contigo sobre sus hombros y, con alegría del cielo, te ha devuelto al redil.

“En Jesús”, el Señor, tu pastor, se te ha revelado como un Dios soñador de encuentros y fiestas, un Dios de pies llagados por buscarte, de manos heridas por recogerte, de corazón abierto por cobijarte.

“En Jesús”, el Señor, tu pastor, te miró con ternura, se compadeció de ti, y se puso a enseñarte con calma.

Deja que vuele tu fe: el Señor que es tu pastor, es también tu alimento; tu Señor es el manantial de aguas tranquilas en el que apagas tu sed; tu Dios es la unción perfumada que ha llenado de su Espíritu todo tu ser.

Entra en el misterio de la Eucaristía que celebras, y la reconocerás sacramento de Dios pastor de su pueblo: la reconocerás memoria de Cristo, nuestro buen pastor; reconocerás en ella el sacramento-memoria en el que eres apacentada y conducida a fuentes tranquilas y ungida de Espíritu Santo, memoria-sacramento de la que sales transformada en Cristo, tu pastor.

Deja que vuele siempre tu fe, pues, transformada en Cristo, también tú has de ser pastor en busca de ovejas perdidas –pastor de pies llegados, manos heridas, corazón abierto-; también tú has de hacerte pan para su hambre, bebida para su sed, unción que perfume su existencia; has de bajar con Jesús hasta lo hondo de la condición humana, hasta lo último, hasta los últimos, para que todos se sienten a la mesa de Dios, para que todos sean uno, para que todos digan contigo: “el Señor es mi pastor, nada me falta”.

Es éste un gran misterio: en Cristo, Dios se ha hecho nuestro pastor; en Cristo, la misericordia y la bondad de Dios nos acompañan; en Cristo, habitamos en la casa del Señor por años sin término.

Y tú, su Iglesia, su cuerpo, sabes que eso se ha de decir también de ti: en la comunidad eclesial, Dios se compadece de los pobres; en la comunidad eclesial, la misericordia y la bondad de Dios les salen al encuentro, los abrazan, se les hacen compañeras de camino; en la comunidad eclesial los pobres son evangelizados.

Danos, Señor, tu mirada compasiva, tu corazón de amar, y los pobres sabrán por nosotros que tú eres su pastor.

Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 11 de julio de 2021

¡FELIZ DOMINGO! 15º DEL TIEMPO ORDINARIO

 


 SAN MARCOS  6, 7-13

“En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.

       Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.»

     Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.”

 

Dios en busca de su pueblo

 

Es el Señor el que habla: “Ve y profetiza a mi pueblo”.

El que sacó al profeta de junto al rebaño y le dijo: “ve”, es el que en persona quiere ir. El que le dijo: “profetiza”, es el que en persona quiere hablar.

Y si preguntas a dónde quiere ir el Señor y con quién quiere hablar, él mismo te responderá: “a mi pueblo”.

“Mi pueblo”: No lo entiendas como expresión de dominio sino de ternura, pues son palabras que no recuerdan una conquista sino una alianza.

Cuando esa alianza se estableció, el Señor, te dijo: “Yo seré vuestro Dios; vosotros seréis mi pueblo”; y tú le dijiste: “Nosotros seremos tu pueblo; tú serás nuestro Dios”.

Asombroso intercambio para ti. Ruinoso intercambio para Dios.

Por asombroso para nosotros, se diría que ese intercambio es lo que nunca podríamos olvidar; y, sin embargo, es lo que una y otra vez olvidamos, como si se tratase de algo que fuese deseable sólo para Dios, y ruinoso y menospreciable para nosotros.

De ahí que en la historia de la salvación –en la historia de Dios con nosotros-, una y otra vez volvamos a encontrar a Dios en misión, un Dios adicto al amor, un Dios en busca de su pueblo, un Dios que envía profetas, que envía a su Hijo, para arruinarse más, para perderse aún, para darse siempre.

En ese Hijo “nos ha bendecido”, en ese Hijo “nos eligió para que fuésemos santos”, en ese Hijo “nos predestinó a ser sus hijos”, por ese Hijo “hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.

Y en ese Hijo, en su cuerpo, en su Iglesia, en ti y en mí, Dios continúa saliendo en busca de los que aún están lejos, de los que aún no lo conocen, de los que aún no saben lo amados que son, de los que aún no saben que es Dios quien los ama, que es Dios quien los busca porque quiere ser suyo.

Es como si a Dios le faltasen palabras para decir a sus hijos lo que él lleva en su corazón, y les dijese con palabras tuyas, con palabras mías, que él es un Dios soñador de encuentros que llenen de alegría su casa del cielo.

 Es como si a Dios le faltasen manos para ungir enfermos y pidiese las tuyas, pidiese las mías, para curarlos, para bendecirlos, para acariciarlos.  

Es como si todos –Dios y nosotros- fuésemos pocos para perdonar pecados y apagar infiernos y expulsar demonios.

Es como si todos fuésemos pocos para anunciar la paz, para esparcir como lluvia la justicia, para hacer que a todos los abrace la salvación.

 Es como si Dios y nosotros tuviésemos en el corazón un mismo sueño y llevásemos en las manos el mismo reino.

Para ese camino –para realizar ese sueño e instaurar ese reino- no hace falta pan, ni alforja, ni dinero en la faja, ni túnica de repuesto: basta la palabra de quien nos envía, la autoridad con que se nos envía, el evangelio que se nos confía.

Hoy no sólo escucharemos la palabra de quien nos envía sino que comulgaremos con él.

Eso quiere decir que es él, Cristo Jesús, quien va con nosotros, y es él quien en nosotros predica la conversión, expulsa demonios y cura enfermos. Es él quien envía, es él quien va; él es el reino que llega, él es la libertad y la salud que necesitamos.

En Cristo Jesús y en ti, que eres su cuerpo, Dios anda en busca de su pueblo.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger