domingo, 31 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO DE PENTECOSTÉS!

  SAN JUAN 20, 19-23.
                        

    "Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros.
     Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
     Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
     Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos."
                                                                                                                                        ***    ***    ****
     La muerte de Jesús había desconcertado a los discípulos; el miedo les atenazaba. Jesús se les presenta, como dador de la Paz y acreditado por las señales de su pasión y muerte: el Resucitado es el Crucificado; la resurrección no elimina la cruz sino que la ilumina. Al verlo, los discípulos recuperan no solo la Paz sino la alegría (sin él no hay alegría ni paz verdaderas). Y Jesús, antes de marchar, les confía la tarea de proseguir la obra que le encomendó el Padre. Como él, la realizarán, con la ayuda del Espíritu, su don definitivo; y como él esa misión tendrá como contenido principal anunciar y realizar la oferta misericordiosa de Dios: el perdón.
 
REFLEXIÓN PASTORAL.
     Con esta fiesta se cierra la gran trilogía pascual. Con la aparición de la fuerza de Dios, que es su Espíritu, se pone en marcha el tiempo de la Iglesia, fundamentalmente dedicado a la predicación del Evangelio.
     "¿Habéis recibido el Espíritu Santo?”, preguntó S. Pablo a los cristianos de Éfeso.  "No hemos oído decir siquiera que exista el Espíritu Santo", respondieron (Hech 19, 1-2). Posiblemente, nosotros habríamos dado alguna respuesta: es Dios, la Tercera persona de la Santísima Trinidad...Y quizá ahí se acabaría nuestra "ciencia del Espíritu". Y sin embargo es la gran novedad aportada por Cristo; es su don, su herencia, su legado.
      Un don necesario  para pertenecer a Cristo (Rom 8,9), para sentirle y tener sus criterios de vida, y acceder a la lectura de los designios de Dios.  Un don para todos (universal) y en favor de todos. De ahí que todo planteamiento "sectario" en nombre del Espíritu sea un pecado contra el mismo. Los monopolizadores del Espíritu no son sino sus manipuladores.
       Es el Maestro de la Verdad; es él quien nos introduce en el conocimiento del misterio de Cristo -"Nadie puede decir: "¡Jesús es Señor!" sino por influencia del Espíritu" (I Co 12,3)- , y del misterio de Dios -"Nadie conoce lo íntimo de Dios sino el Espíritu de Dios" (I Co 2,11)) -.
       Es el  Maestro de la oración. El Espíritu Santo es la posibilidad de nuestra oración -"viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros" (Rom 8,26)-  y el contenido de la oración (Lc 11,8-13).
       Es el Maestro de la  comprensión de la Palabra. Inspirador de la Palabra, lo es también de su comprensión, pues "la Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita". El da vida a la Palabra; hace que no se quede en letra muerta. El facilita su encarnación y su alumbramiento. “El os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13)
      Es el Maestro del testimonio cristiano. Sin la fuerza del Espíritu, el hombre no solo carece de fuerza para dar testimonio del Señor, sino que su testimonio es carente de fuerza.
      Es una realidad envolvente. Cubrió totalmente la vida de Jesús - "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18) - ; la vida de María  -"La fuerza del Altísimo descenderá sobre ti" (Lc 1,35)-, y debe cubrir la vida de todo cristiano comunitaria e individualmente.
 
REFLEXIÓN PERSONAL.

.- ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo?
.- ¿Sigo su magisterio?
.- ¿Sé escuchar el lenguaje del Espíritu?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano Capuchino.

domingo, 24 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

  SAN MATEO 28, 16-20.

                                             
    "En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
    Acercándose a ellos les dijo: Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo."
                                               ***             ***             ***
    Nos hallamos ante el final del Evangelio de san Mateo. Jesús reúne a los Once en Galilea (lugar del inicio de su misión) y en un monte (lugar preferido por Jesús para dictar sus enseñanzas más importantes). Todavía es vacilante la fe de los discípulos. Jesús les descubre su “entidad e identidad” (depositario universal del poder del Padre), y los envía definitivamente a la misión. No estarán solos, Él les acompañará siempre. La misión de la Iglesia es hacer discípulos de Jesús, siguiendo sus enseñanzas, e introduciéndolos por el bautismo en el misterio de la familia de Dios.


REFLEXIÓN PASTORAL
    El triunfo de Cristo gira en torno a tres celebraciones: la Resurrección, la Ascensión y Pentecostés.  Hoy celebramos la Ascensión.
     La 1ª lectura  narra la Ascensión de una manera plástica y visual; la 2ª lectura y el Evangelio nos hablan de sus implicaciones: lo que supuso para Jesús, y lo que supone para nosotros.
     La Ascensión de Jesús es el primer paso de nuestra ascensión, y un paso seguro, porque lo ha dado El. Ya tenemos un pie en el cielo (Ef 2,6).  Pero  ese primer paso de Jesús hay que seguirlo con nuestros propios pasos, porque se trata de seguirle en esa ascensión personal.
     La obra de Jesús: su vida para los demás, su amor preferencial por los menos favorecidos, su vocación por la verdad..., su ser y su hacer, han sido rubricados por el Padre. Y, cumplida su misión, retorna al Padre, su punto de partida (Jn 16,28). Pero no es un adiós definitivo, sino un hasta luego, porque “voy a prepararos un lugar, para que donde esté Yo estéis también vosotros” (Jn 14,2.3).
     La Ascensión no significa la ausencia de Jesús (Mt 28,20), sino un nuevo modo de presencia entre nosotros. Él continúa presente donde dos o más estén reunidos en su nombre (cf. Mt 18,20), en la fracción del pan eucarístico (cf. Lc 22,19 y par), en el detalle del  vaso de agua fresca dado en su nombre (cf. Mt 10,42), en la urgencia de cada hombre  (Mt 25,31-46).
      Pero ya no será Él quien multiplique los panes, sino nuestra solidaridad fundamentada en Él. Ya no recorrerá los caminos del mundo para anunciar la buena noticia, sino que hemos de ser nosotros, sus discípulos, los que hemos de ir por el mundo anunciando y, sobre todo, viviendo su Evangelio...
      Desde la Ascensión del Señor, sobre la Iglesia ha caído la responsabilidad de encarnar la presencia y el mensaje de Cristo. Se le ha asignado una tarea inmensa: ¡que no se note la ausencia del Señor! Jesús nos ha encargado ser su rostro: que cuantos  nos vean, le vean. ¿Tenemos esta transparencia? ¡La fe nos hace creyentes; el amor, la vida nos hacen creíbles!
       La fiesta de hoy nos invita a levantar nuestros ojos, a mirar al cielo para recuperar para nuestra vida la dosis de trascendencia y esperanza necesaria para no sucumbir a la tentación de un horizontalismo materialista; para dotar a la existencia de motivos válidos y permanentes más allá de la provisoriedad y el oportunismo utilitarista. 
      Vivir mirando al cielo es no perder nunca de vista la huella del Señor; no es una evasión sino una toma de conciencia crítica. Elevar nuestros ojos a lo alto es reivindicar altura y profundidad para nuestra mirada, para inyectar en la vida la luz y la esperanza que nos vienen de Dios; para “comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, cuál la riqueza de gloria que da en heredad a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros” (Ef 1,18-19).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo asumo la tarea de hacer presente al Señor?
.- ¿Soy consciente de la herencia y la riqueza recibida por la fe en Cristo?
.- ¿Vivo en ascensión o en depresión?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 17 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 6º DE PASCUA

  SAN JUAN 14, 15-21
    "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os de otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo porque no lo ve ni le conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está con vosotros. No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy con mi Padre, vosotros conmigo y yo con vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él."
                                             ***             ***             ***
    Continúa “el discurso de despedida” de Jesús, desgranando elementos fundamentales para fortalecer la fe y la esperanza de los discípulos. El gran legado, promotor de todo su dinamismo será el Espíritu, aquí denominado como el Defensor y el Espíritu de la verdad. Un Espíritu desconocido por  el mundo”. Declara que el verdadero amor se manifiesta en la guarda de sus “mandamientos”, y que la identificación con Jesús supone el acceso al corazón del Padre.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Estad dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os lo pida, Pero con mansedumbre, respeto y buena conciencia” (1 Pe 3,15-16).
     Esta invitación, esta urgencia, no ha desaparecido, y es particularmente necesaria en estos momentos de crisis de valores.
     No a la confrontación, pero, también, no a la inhibición. Así surgió la Iglesia, del testimonio de la esperanza de los discípulos. Un testimonio que “llenó de alegría a la ciudad” (Hch 8,8). La tristeza existencial que nos atenaza, a pesar del barullo reinante, ¿no obedecerá a que hemos silenciado esa esperanza? ¿Tenemos algo que decir? ¿Decimos algo? ¿Cómo lo decimos?
    Primero, hemos de decir una palabra humana y humanizadora. Los cristianos debemos estar presente -no solo no ausentes- con presencia peculiar y propia, en la configuración del proyecto humano. Hay que humanizar, impidiendo que el rostro del hombre se vaya desfigurando con rasgos inhumanos e infrahumanos. No debemos extrañarnos sino entrañarnos en el compromiso humano. Nuestra profesión de fe debe ser humanizadora; debe ayudar a que nazca ese hombre nuevo apuntado en la resurrección de Cristo, habitante de unos cielos nuevos y una tierra nueva, donde habite la justicia (2 Pe 3,13). Pero antes, y para eso, nuestra vida personal debe humanizarse, y nuestra fe debe humanizarnos. Es la primera palabra: una palabra humana, desde el modelo de hombre que Dios nos reveló en Cristo.
      Y una palabra religiosa. No podemos sustraer, silenciar o camuflar esta palabra (Mt 5,16). Necesaria e inequívoca, creída y creíble. Pues no se trata de “terrenizar” el Evangelio, sino de “evangelizar” la tierra; no se trata tanto de “humanizar” el Evangelio, cuanto de “evangelizar” al hombre. ¿Somos religiosamente inexpresivos? ¿Los que se encuentran con nosotros, con quién se encuentran? ¿Con Dios? ¿A dónde y a quién remitimos con nuestro ser y nuestro obrar? Y esa palabra, humana y religiosa, no es más que una: JESUCRISTO. Y para pronunciarla con verdad y credibilidad necesitamos la asistencia del Espíritu
    El evangelio de hoy nos insta a una adhesión personal, íntima y consecuente a él, a Cristo, a sus “mandamientos”, que se reducen a un mandamiento: “Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). En esa adhesión hallaremos la experiencia de la filiación divina y de la presencia fortificante del Espíritu de Dios, que es presentado como el “Espíritu de la verdad”. Un Espíritu que nos invita a vivir en la “verdad de Jesús” en medio de una sociedad donde la verdad está siendo desnaturalizada y tergiversada: donde a la explotación se le llama negocio; a la irresponsabilidad, tolerancia, a la injusticia, orden establecido; a la arbitrariedad, libertad; a la falta de respeto, sinceridad… Desde esa adhesión a Jesús, a sus mandamientos, y al Espíritu de la verdad, entraremos a formar parte de la “familia de Dios”, y superaremos la sensación de orfandad, desamparo y desconcierto.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Anuncio y vivo el Evangelio de la alegría y con alegría?
.- ¿Con qué actitudes doy razón de mi esperanza en Cristo?
.- ¿Guardo (viviendo) o guardo (ocultando) el mandamiento del Señor?
Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.

domingo, 10 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 5º DE PASCUA

  SAN JUAN 14, 1-12.
                                                           

    "En aquel tiempo dijo a Jesús a sus discípulos: No perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, si no os lo había dicho, y me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
    Tomás le dice: Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
    Jesús le responde: Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
     Felipe le dice: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.
     Jesús le replica: hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dice tú: Muéstranos  al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo digo por mi cuenta propia. El Padre que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el que cree en mí, también el hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre."
                                              ***             ***             ***
    En “el discurso de despedida” Jesús intenta serenar el espíritu de los discípulos ante su inminente y dramático final. Su ausencia no será definitiva. La vocación de Jesús es vivir con los suyos para siempre.
    Va al Padre, que es su hogar original y el de los que le sigan. Jesús descubre a los suyos su secreto: el Padre. Y nos descubre que “su” Padre es “nuestro” Padre. El es el Camino para ir al Padre y el Camino por el que el Padre viene a nosotros; es la Verdad  y la Vida del Padre; una Verdad y una Vida que se nos entrega abundantemente (Jn 10,10) a través de su persona. Jesús no va por libre, sigue y sirve el diseño amoroso del Padre. Su ser y su proyecto se generan en el seno del Padre y conducen al Padre.
    La pregunta de Jesús a Felipe sigue teniendo vigencia: Tanto tiempo y ¿aún lo conocemos de verdad? 
REFLEXIÓN PASTORAL.

         Atención a las preguntas de Tomás y de Felipe…  La tarde del Jueves Santo, a la pregunta de Tomás, Jesús responde con una afirmación sin precedentes ni analogías: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6).
    En un mundo sumido en el escepticismo, acostumbrado o resignado a tonos mediocres; donde parece no haber verdades programáticas sólidas, sino solo verdades estadísticas; donde se nos ha acostumbrado a lo de “caminante, no hay camino…”; donde de la vida se tiene una visión epidérmica y materialista, aparece Jesús, reclamando y encarnando esa función fundamental para la existencia del hombre.
     Jesús es el Camino. Para quien no tiene destino, ni interés por llegar a parte alguna, cualquier camino sirve; pero a quien busca la Verdad y la Vida no le sirve cualquier camino.  En la peregrinación del hombre hacia Dios, y en el acercamiento de Dios hacia el hombre, Cristo es el Camino. Porque no solo vamos a Dios por Él, sino que por Él viene Dios a nosotros.  
      Jesús es la Verdad. La Verdad no es algo (Jn 18, 38); la Verdad es Alguien…, lleno de verdad, que ha venido a dar testimonio de la verdad, y que ora al Padre para que nos santifique, nos consagre en la verdad, porque solo la verdad hace libres (Gál 5,1).
      Jesús es la Vida (Jn 10,10). No solo para la otra vida; también para esta vida. Por eso es agua viva, pan de vida, palabra de vida… Una vida que se ofrece y que cada uno ha de personalizar, al estilo de Pablo, para quien: “Mi vivir es Cristo; para mí la vida es Cristo” (Gál 5,6).
       En esas palabras de Jesús se fundamenta la vida de la Iglesia. Una Iglesia que, como sugiere la primera lectura, ha de priorizar sin renunciar. Ha de saber delegar funciones para no ralentizar la misión, para “no descuidar la Palabra de Dios” (Hch 6,2).
       Una Iglesia consciente de su condición: raza elegida (pero no racista), sacerdocio real (pero no clericalista), nación consagrada (pero no elitista), y de su misión: “proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa” (1 Pe 2,9).
       Una Iglesia, construcción viva, asentada sobre Cristo (1 Cor 10,4),  piedra angular” (1 Pe 2,6) y “roca espiritual” de la que brota el agua que nos permite saciar la sed en el largo camino del éxodo de la vida (cf. Ex 17,5-6; Jn 7,37-38).
        Jesús es el Camino para ser andado; la Verdad para ser creída, la Vida para ser vivida, y la Piedra fundamental que sustenta, como apoyo y fuerza vital, la vida de la Iglesia.
         Y María es el camino para ir a Jesús. “Muéstranos al Padre” (Felipe); “Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”…
REFLEXIÓN PERSONAL.
.- ¿Es el discernimiento fraterno la metodología en el “debate” eclesial?
.- ¿Cómo siento y actúo mi responsabilidad eclesial?
.- ¿Es Cristo el Camino, la Verdad y la Vida?
Domingo J. Montero Carrión. franciscano capuchino. 

domingo, 3 de mayo de 2020

¡FELIZ DOMINGO! 4º DE PASCUA O DEL BUEN PASTOR

  SAN JUAN 10, 1-10.
                                
      "En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.
     Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante."
       
                                          ***             ***             ***
    Dos imágenes utiliza Jesús para revelar su relación con los suyos -sus ovejas-, la de la puerta y la del buen pastor. El contexto de estas palabras es una agria polémica con los fariseos (Jn 9,40).
    Tomados de una cultura pastoril, estos símbolos necesitan una clarificación. La puerta significa la vía de acceso “legal” al rebaño, y estaba vigilada por un guarda; los ladrones la evitan. En los rediles se recogían distintos hatos de ovejas de diversos pastores.
    Jesús se reivindica como la “puerta” no solo de acceso al redil, sino de acceso al Padre (Jn 14,6). Una puerta que no dudó en calificar de estrecha (Lc 13,24). A los que quieren acceder al redil prescindiendo de Jesús les califica ladrones y bandidos.
    Y se reivindica también como el buen pastor (Jn 10,11). Si el redil significa el pueblo de Dios, el guardián evoca a Dios, que ha reconocido a Jesús como su enviado y por eso le abre. El buen pastor conoce a sus ovejas por su nombre, las congrega, las precede y conduce a pastos fecundos, “para que tengan vida y la tengan en abundancia
REFLEXIÓN PASTORAL
       Afirmar que Cristo ha resucitado no es -no debe ser- una afirmación gratuita, teórica e insignificante. A la proclamación de Pedro sobre Cristo resucitado, siguió en el auditorio la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer?” (Hch 2,37). Y es que la resurrección del Señor es un acontecimiento vital, concreto, con consecuencias en la vida personal y comunitaria.
     La primera lectura ofrece la respuesta de Pedro: “Convertíos y bautizaos en el nombre de Jesucristo” (Hch 2,38). Es decir, aceptad en vuestra vida a Jesucristo, dejaos normar por él, esforzaos por tener sus sentimientos y criterios, hacedle un espacio, concededle credibilidad y autoridad, porque es el único que la tiene, porque es el único que puede salvar la vida, el auténtico pastor.
      En la resurrección de Jesús, Dios dirige al hombre una llamada a un nuevo modo de existencia. “Antes andabais descarriados, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras vidas” (1 Pe 2,25). Él es la puerta legítima de acceso al “redil” de la salvación de Dios. Hay que pasar por Jesús, hay que entrar en él y con él; lo contrario es buscar atajos equivocados.
      Dios nos ha llamado porque nos ha amado, no con una llamada genérica e indiferenciada, sino con una llamada concreta y personal, como personal y concreto es su amor. Y a ese Dios que ama y que llama personal y concretamente hay que responderle también personal y concretamente. ¡No hay anónimos…! ¿Tenemos esta experiencia? ¿Reconocemos su voz?
      Hoy la Iglesia celebra la Jornada mundial de Oración por las vocaciones. Y, ante planteamientos como este, existe el peligro de reducirlo todo a unas  cuantas peticiones  incomprometidas, para los otros o por los otros; el de considerar que esto no nos afecta, que es un tema para curas, frailes y monjas. No; las vocaciones de especial consagración son vocaciones de la Iglesia y para la Iglesia. Hay que orar, porque así lo mandó el Señor (Mt 9,38)-, pero con una oración responsable, que parta de la conciencia y de la vivencia de la propia vocación cristiana, que es de donde surgen y para quien surgen las vocaciones específicas a la Vida consagrada y al ministerio sacerdotal.
     La crisis vocacional no es un hecho aislado ni aislable, es la expresión de una crisis mayor, la de la familia y la de la comunidad cristiana, la de su identidad y sensibilidad. Las vocaciones son el termómetro, el indicador de la vitalidad religiosa de una comunidad. Por eso, la carencia de vocaciones en la Iglesia no es una fatalidad, que traen los tiempos, sino una irresponsabilidad –falta de responsabilidad – cristiana.
       Hemos de orar, en primer lugar, por nuestra vocación cristiana, para agradecerla, celebrarla y testimoniarla; y hemos de orar para que no nos falte la sensibilidad necesaria para acoger en nuestra vida, en nuestra familia la llamada del Señor a dejarlo todo por Él, por su causa, que es, también, la del hombre.
  
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento la resurrección del Señor como quehacer personal?
.- Reconozco al Señor y su palabra como normativos en mi vida?
.- ¿Cultivo y celebro mi vocación cristiana?
 Domingo J. Montero Carrión, franciscano capuchino.