domingo, 28 de enero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 4º DEL TIEMPO ORDINARIO


                                                    San Marcos 1, 21-28.


    “Llegó Jesús a Cafarnaún, y cuando al sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le increpó: Cállate y sal de él.  El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y lo obedecen. Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.”

 

Aceptar una declaración de amor

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”: eso decimos en nuestra celebración eucarística, animándonos unos a otros a la fidelidad en la relación con el Señor, a la obediencia que es propia de los hijos de Dios, a la responsabilidad gozosa que es propia de la familia de la fe.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: No endurezcáis vuestro corazón”.

El Dios de nuestra fe, el Dios amor, siendo un eterno donante de amor, es al mismo tiempo un mendigo de amor.

Escuchar hoy la voz del Señor” significa acoger el amor que nos ofrece –el suyo-, y darle el amor que mendiga –el nuestro -: intercambio asombroso, y se diría que siempre ruinoso para nuestro Dios y Señor, como lo son todos los que ha hecho y hace con nosotros.

Y si preguntáramos dónde nos ofrece ese amor nuestro Dios, dónde se nos declara, dónde podemos acogerlo, la fe nos invitaría a vislumbrar en la hermosura de las criaturas la presencia del amado, a leer como cartas suyas de amor las páginas de la Escritura santa, a recibir como suyas las palabras de sus profetas, a acoger en nuestra casa su Palabra hecha carne, a creer en su nombre para ser hijos de Dios.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”.

Ahora, en Cristo Jesús, puedes reconocer el lugar de la salvación que te viene de Dios, el cuerpo del amor que Dios te tiene, la palabra humana con la que asomarte al misterio de un amor inefable por divino, la medida humana con la que aventurarte en el misterio de un amor insondable por divino, la luz con la que vislumbrar la belleza del amor de un Dios escondido, un amor que ilumina siempre aunque es de noche.

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor”: Dios pequeño, Dios humilde, Dios pobre, Dios necesitado, Dios ignorado, Dios rechazado, Dios crucificado… Todo se te ha dado en ese Hijo, todo se te ha dado en ese Único, en ese solo don, todo se te ha declarado tu Dios en esa sola Palabra suya. ¡Todo!

Pero no dejamos de oír tampoco la advertencia con que nos amonesta el salmista, la misma con que hoy unos a otros nos amonestamos en nuestra oración: “No endurezcáis vuestro corazón”. Porque ésa es la realidad: podemos “endurecer el corazón”, podemos no escuchar la voz del Señor, podemos no leer su mensaje, podemos leerlo e ignorarlo, podemos leerlo y despreciarlo, ¡podemos no creer!

A la vista de todos está que podemos prostituir la creación, mensajera obstinada de la belleza de Dios; podemos menospreciar, por su apariencia humilde, la palabra inspirada; podemos cerrar la puerta de nuestra vida a la evidente pobreza de la Palabra encarnada; podemos quedarnos sin acoger un amor infinito, sólo porque Dios no se nos ha presentado como pretendíamos que fuese.

Puede suceder todo eso también en nuestra comunidad, pero no queremos que suceda: Hoy en nuestra Eucaristía escucharemos y comeremos la Palabra, celebraremos el amor con que Dios nos ama, haremos fiesta por la salvación que se nos ofrece, nos asombraremos por el misterio de gracia que se abre ante nuestros ojos.

Hoy comulgamos con Cristo Jesús, con el que “enseña con autoridad”, con el que “manda a los espíritus inmundos y le obedecen”, con el que, luchando contra el mal del hombre, nos revela el compromiso de Dios con las víctimas del mal.

Y no olvidamos que la comunión con Cristo Jesús en la Eucaristía no será verdadera si no es verdadera nuestra comunión con él en los pobres: “Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano tuyo, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre”. Habremos acudido al Señor –lo habremos amado- si hemos amado a nuestro hermano pobre.

«No endurezcáis el corazón»: Escucha la voz del Señor, la voz de los pobres.

Los verás sólo a ellos, pero es Él.

         Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 21 de enero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 3º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

San Marcos 1, 14-20.

    “Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en la Buena Noticia.

    Pasando junto a lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él.”

 

Se abrió el plazo

El mensaje del profeta emplazaba a los ninivitas: “Dentro de cuarenta días Nínive será destruida”.

Era un modo de darles un tiempo para arreglar cosas. Era un tiempo breve, pero era un tiempo. ¡Y los ninivitas lo aprovecharon!

También Jesús habla de un plazo: ha vencido el tiempo señalado para la llegada del reino de Dios. El reino ya está cerca, tan cerca como lo está el mismo Jesús. Y ese reino, que va con Jesús, es el evangelio, es la buena noticia que Dios ofrece a los pobres.

¡Reino! ¡Jesús! ¡Evangelio!: No son nombres para una fantasía del deseo, para una creencia ilusoria, para una religiosidad que esclaviza. Evocan realidades sencillas, humanas, deseables, un tesoro al alcance de la fe.

Sólo hace falta reconocerlas y entrar en ellas, fijarse en ellas y optar por ellas.

Dicho con palabras de Jesús, hace falta “convertirse y creer en el evangelio”.

Lo que no se dice, aunque se intuye, es que en convertirnos y creer nos va la vida.

Si el plazo para la llegada del reino se ha cerrado, el plazo para entrar en él se ha abierto, y la única puerta de entrada es convertirse y creer.

Entrar en el reino de Dios está en nuestras manos porque está en nuestra fe.

El de Dios es el reino de la justicia, o si prefieres, es el reino de los justos, de hombres y mujeres que Dios justifica, que Dios purifica, que Dios santifica, que Dios llena de gracia, que Dios resucita; el de Dios es el reino del amor y de la paz…

Si crees, entras. Si crees, el reino se hace realidad en ti. Si crees, la fe es tu modo de decir: “Hágase”, y el reino de Dios vendrá a ti, y tú te hallarás dentro de él.

El reino de Dios se nos hace cercano en la persona de Jesús: Si decimos Dios salva, decimos Jesús; si decimos santidad, decimos Jesús; si decimos gracia, decimos Jesús; si decimos resurrección y vida, decimos Jesús; si decimos paz o decimos amor, decimos Jesús.

Y para que los dones de Dios, que a todos él ofrece en Cristo Jesús, sean nuestros, sólo hace falta convertirse y creer: la fe nos hace de Jesús, la fe nos hace un solo cuerpo con él y hace posible que, en él, Dios Padre nos bendiga con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Si crees, te habrá alcanzado la buena noticia de Dios, que es Cristo Jesús.

Un mundo nuevo, un mundo con un solo corazón y un alma sola, un mundo de hijos de Dios, un mundo de hermanos, el mundo de Jesús, ese mundo está cerca de nosotros, al alcance de la fe. Si creemos en Jesús, entramos en su mundo.

Y enseguida te das cuenta de que el mundo de Jesús no es una fantasía, una ilusión, una esclavitud, sino que es tu mundo, lo que tú eres, pues tú eres de Dios, eres de Jesús, eres de tus hermanos, de todos, de la creación entera.

Y eso que vislumbras en la fe, se te hace sacramento, realidad tangible, en la eucaristía: allí, comulgando con Cristo Jesús, te haces uno con él, recibes el evangelio, viene a ti el reino de Dios.

No pases a prisa sobre ese encuentro –con el evangelio, con el reino de Dios, con Jesús de Nazaret-, pues si mucho es lo que la fe te ofrece –es Dios mismo quien se te ofrece-, lo que la fe te pide no es mucho: es todo. Y habremos de hacer nuestra opción entre el reino de Dios y “nuestras riquezas”, entre el don de Dios y nosotros mismos.

Y empiezas a sospechar que la fe no es posible por confianza en uno mismo: sólo es posible porque confías en Dios: sólo es posible por gracia de Dios.

Lo normal parece ser que a Jesús se le deje solo: “Entonces Jesús dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna»”.

Padre, venga a nosotros tu reino”.

 

Siempre en el corazón Cristo.

 

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 14 de enero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

 

 

San Juan 1, 35-42.

    “En aquel tiempo estaba Juan con dos de sus discípulos y fijándose en Jesús que pasaba, dijo: Este es el cordero de Dios.

    Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?

    Ellos le contestaron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?

    Él les dijo: Venid y lo veréis.

    Entonces fueron, vieron dónde vivía, y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.

     Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encontró primero a su hermano Simón y le dijo: Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)”.

 

Ser lo que comulgamos

Samuel aprendió a decirlo: “Habla, que tu siervo escucha”.

El Salmista se adentra en el misterio de Dios y hace suyas las palabras del libro: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Y añade: “Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas”.

La carta a los Hebreos recuerda que Cristo Jesús, al entrar en el mundo, dice: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: «He aquí que vengo  -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mí-, para hacer, oh Dios, tu voluntad»”.

Y la carta del Apóstol nos recuerda cuál es nuestra relación con Cristo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?” E insiste: “¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?”.

Y la fe de la Iglesia responde: Lo sabemos.

Así, iluminados por la fe, reconocemos y confesamos que también en nosotros –en este cuerpo suyo que somos nosotros-, Cristo continúa haciendo su declaración de obediencia a Dios y nosotros la hacemos con él: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”.

La eucaristía que celebramos y la comunión que hacemos son evidencia sacramental de que somos uno con Cristo y hacemos con él su misma declaración de obediencia a la voluntad del Padre.

Ahora, si no quiero que mi comunión con Cristo y mi declaración de obediencia se queden en palabras que nada significan, de aquel con quien comulgo tendré que aprender a obedecer.

Comulgamos para ser lo que comulgamos: para ser en Cristo, para que Cristo sea en nosotros. De ahí la necesidad de ir a su escuela: escucharlo, seguirlo, imitarlo, aprenderlo.

Hay algo que intuimos desde la primera clase: Jesús no vive para sí mismo; el Espíritu de Dios lo unge y lo envía a vivir para el Padre y para los demás, a trabajar por el reino de Dios y su justicia, a evangelizar a los pobres, a dar su vida en rescate por todos.

En Jesús, todo parece orientado a arrebatarle víctimas al mal, sea cual fuere la forma en que el mal se presenta.

Allí donde el mal retrocede, es el reino de Dios el que avanza.

Y si preguntamos hasta dónde hemos de llegar en la lucha contra el mal, el Maestro nos dice: “Venid y lo veréis”.

Y si vamos con él, nos mostrará hasta dónde ha llegado su entrega, veremos hasta dónde ha llegado su amor.

El evangelista nos lo dijo así: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Y nos lo dice también la eucaristía que celebramos y recibimos, memoria real y verdadera de la vida entregada de Jesús, memoria de su amor “hasta el extremo” al Padre del cielo y a todos los necesitados de salvación, memoria de su obediencia, memoria de su único sacrificio.

Y no hay otro sacrificio que podamos imitar, no hay otro que podamos ofrecer, no hay otro que pueda agradar al Padre del cielo y llevar salvación a los pobres, si no es el de Cristo y el nuestro con Cristo.

Haber llevado al terreno de la obligación moral grave la participación de los fieles en la eucaristía, los ha distraído de lo esencial, los ha apartado del conocimiento de la vocación a la que son llamados, del proyecto de vida que la comunión con Cristo lleva consigo.

La fe no pide de nosotros la misa del domingo: reclama para Dios y para los pobres nuestra vida entera.

La obediencia de la fe reclama nuestra vida como reclamó la de Jesús.

La fe reclama que seamos lo que comulgamos.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

domingo, 7 de enero de 2024

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR


 

SAN MARCOS  1, 6b-11.

    “En aquel tiempo proclamaba Juan: Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo os bautizo con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.

    Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: Tú eres mi Hijo amado, mi preferido.”

                                ***                   ***             ***

    Tres momentos en el relato: Juan, Jesús y la revelación del misterio de Jesús por obra de Dios. Juan, el precursor, no solo anuncia a Jesús sino que descubre su novedad cualitativa: el bautismo con Espíritu. Jesús, presentándose en el Jordán, aparece como uno más, mojándose con el agua de los hombres humildes, metiéndose en la corriente de la humanidad que busca el perdón de Dios. Pero en esa opción de Jesús, Dios deshace cualquier ambigüedad: ese hombre, hundido en esas aguas penitenciales, es el Hijo de Dios. Es la segunda epifanía del Hijo de Dios. Nos encontramos con la primera confesión del misterio trinitario en  los evangelios.

REFLEXIÓN PASTORAL 

     La fiesta del bautismo de Jesús pone fin al ciclo litúrgico de la Navidad. Con matices redaccionales propios, los cuatro evangelios testimonian este “paso” de la vida de Jesús. Un paso transcendente, porque en este bautismo Jesús no solo se homologa con los hombres pecadores, entrando penitencialmente en las aguas del Jordán, sino que allí es revelado por el Padre como su Hijo amado, su preferido.

     En realidad lo significativo en ese bautismo no es el agua que resbala por su cabeza, sino el Espíritu que lo inunda. Ese bautismo supone el fin de un ciclo - el del bautismo con agua (el de Juan)-, e inagura otro -el del bautismo en el Espíritu-, el de Jesús (Jn 1,33). Y nos enseña algo muy importante: que ese espacio donde se evidencia la debilidad humana (el bautismo penitencial de Juan) ha sido el espacio elegido por Dios para revelarse y revelar la verdad de Jesús. San Pablo subrayará en diversos pasajes de sus cartas esta estrategia “misteriosa” de Dios (cf. Flp 2,6ss; 1 Cor 1,22-2,5)…

     Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: “No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará... Promoverá fielmente el derecho...”. Este fue el tono y el estilo del paso de Jesús, como nos recuerda la 2ª lectura: pasar haciendo el bien… Fue la percepción de la gente: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37).

     De todo esto nos habla la fiesta del bautismo de Jesús, y nos plantea una pregunta para el examen personal a todos los bautizados en Cristo: si este es el significado del bautismo para Jesús, ¿qué significa para nosotros nuestro bautismo? Él nos incorpora a la comunidad de los creyentes, siendo el fundamento de la fraternidad cristiana; él significa el paso de la muerte a la vida, siendo el fundamento de nuestra liberación y libertad; él supone una vida coherente, siendo el fundamento de nuestra responsabilidad, Y, sobre todo, nos incorpora al mismo Cristo.

     ¿Ya advertimos en nosotros y testimoniamos a los otros nuestro bautismo? Porque este no se acredita solo documentalmente, sino vitalmente. No lo garantiza el documento extendido en la parroquia, sino una vida inspirada en el seguimiento del Señor. ¡Nuestra vida no puede ser una negación, sino una acreditación de nuestro bautismo!

REFLEXIÓN PERSONAL

.- ¿Con qué signos acredito mi bautismo?

.- ¿Es solo un dato “histórico” o, además, vivencial?

.- ¿Recuerdo y celebro el día de mi bautismo?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.