SAN LUCAS 14, 1. 7-14
"Entró Jesús un sábado en casa de uno de los
principales fariseos para comer, y ellos le estaban espiando. Notando que los
convidados escogían los primeros puestos, les propuso este ejemplo: “Cuando te
conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal no sea que hayan
convidado a otro de más categoría que tú; y vendrá el que os convidó a ti y al
otro, y te dirá: ‘Cédele el puesto a este ´. Entonces, avergonzado, irás a
ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el
último puesto, para que cuando venga el que te convidó, te diga: ‘Amigo, sube
más arriba ´. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo
el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.
Y dijo al que le había invitado: “Cuando des una
comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes
ricos; porque corresponderán invitándote y quedarás pagado. Cuando des un
banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no
pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”.
*** *** ***
La escena presenta a Jesús como “Maestro” de
sabiduría, invitando a rechazar la vanidad y la prepotencia, y a asumir la
humildad como estrategia de comportamiento. Pero reducir a esto el mensaje
sería muy poco. Jesús no está diseñando solo una táctica para “ascender” a los
puestos de honor; está describiendo el comportamiento de Dios, encarnado de
manera singular en Él. Él ha venido y se ha puesto el último de la fila (Flp
2, 6ss), y ha invitado a su banquete a los “cansados y agobiados…” (Mt 11,28),
perdidos “por los caminos” (Mt 22,9). Él se ha hecho “humilde de corazón” (Mt
11,29).
REFLEXIÓN
PASTORAL
En una sociedad en que la gente se
esfuerza por
ascender, por ocupar los primeros puestos, por encabezar todo tipo de
listas,
aunque para eso tenga que convertir a otros en peldaños en la escalera
del
propio ascenso…; en una sociedad que ha convertido el interés -el alto
interés-
en el único criterio de inversión…; en una sociedad en la que antes de
prestar algo a alguien se garantiza la solvencia del acreedor… En una
sociedad así, y así es la
nuestra, la invitación a ocupar el último puesto del banquete provoca,
en el
mejor de los casos, una sonrisa de compasión condescendiente. Y la
urgencia de
dar a fondo perdido, sin esperar la devolución, el principio de la
ruina…
Al oír estos planteamientos no pocos, quizá, nos
preguntemos si el Evangelio sigue teniendo vigencia hoy; si no habrá ya pasado
su momento… Si a esto añadimos las advertencias que se nos hacen en la primera
lectura -“En tus asuntos procede con humildad…, hazte pequeño”-, la cosa se
complica aún más. ¡Así no vamos a ninguna parte!
Jesús no fue ningún ingenuo, ni su mensaje una
ingenuidad. Encierra en sí una enorme carga explosiva y transformadora, que le
explotó en sus propias manos. Jesús fue eliminado por decir, entre otras cosas,
esto que hoy hemos escuchado y aclamado.
Echemos una mirada al mundo en que vivimos. ¿A dónde
está conduciendo el desmesurado interés de las grandes potencias? A dejar
insolvente a medio mundo; a hundir en el endeudamiento a países que así ven
alejarse de ellos toda posibilidad de progreso, de autonomía y de paz.
Y cosa parecida ocurre con la carrera por ocupar los
primeros puestos en los diversos banquetes de la vida. ¡A cuantos hay que
descalificar y hasta eliminar para llegar a ser los primeros! ¡Cuántas
zancadillas y empujones para encabezar una lista!
¡No! La advertencia de Jesús no es una ingenuidad. Lo
que ocurre es que Él tenía la rara virtud de decir sencillamente las cosas más
importantes. Nuestra vida sería más relajada y festiva, menos polémica y menos
tensa si tuviéramos esto en cuenta. El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es
que nosotros aún no hemos llegado a él o, lo que es peor, hemos pasado de él.
Pero hay algo más; con estas palabras Jesús no solo
está denunciando unos comportamientos equivocados; nos está enseñando algo más
que a ser humildes y desinteresados, nos está diciendo cómo es Dios. Dios hizo
una inversión a fondo perdido a favor del hombre, cuando el hombre era
totalmente insolvente. “Cuando todavía estábamos sin fuerzas, escribe san
Pablo, Cristo murió por los impíos…; por un hombre bueno tal vez alguno se
atrevería a morir, pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo
todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5,6-8).
Al venir a nuestro encuentro, Dios no ocupó posiciones
de privilegio. “Siendo de condición divina, se despojó…” (Flp 2,7). Pero la
cosa no terminó ahí: “Por eso Dios le exaltó, para que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble…” (Flp 2,9-10). Y también al que, al estilo de Jesús, ocupe el
último lugar del banquete, el Padre le dirá: “sube más arriba”…; porque “el que
se humilla será ensalzado”.
Jesús tenía autoridad para darnos esta lección; él la
había encarnado; hablaba con experiencia y por experiencia, por eso tiene
derecho a exigirnos. Si somos cristianos no nos queda sino “apropiarnos su
sentimientos” (cf. Flp 2,1).
El Evangelio no ha pasado; lo que ocurre es que,
quizá, aún no hemos llegado a él. Y, sin embargo, ese es nuestro punto de
encuentro.
REFLEXIÓN
PERSONAL
.-
¿A qué puesto aspiro en la vida?
.-
Si humildad es andar en verdad, ¿por dónde ando yo?
.-
¿Me encuentro a gusto entre los humildes?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN,
Franciscano – Capuchino.
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