sábado, 17 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (III)



NUEVA FORMA DE VIDA EN POBREZA Y HUMILDAD
Habíamos dejado a Clara instalada en el pobrecillo conventillo de San Damián con sus numerosas hermanas. Francisco las había dado unas normas evangélicas para su vida y así vivían alegres, confiadas plenamente en la Divina Providencia que no las faltaba jamás. Vivían una experiencia de fe muy confortadora.
Todas ellas han encontrado el atractivo supremo en Aquel que sabe cautivar los corazones generosos y llenos de ideales: ¡Cristo-Jesús!, que era el Centro de su vida.
Así con Clara y su grupo de almas orantes, se había dado origen a una nueva forma de vida en la Iglesia: la Orden de las “Hermanas Pobres”, rama femenina del reciente franciscanismo.
Clara es la que anima aquel plantel escogido. Ella con sus enseñanzas trata de que no decaiga nunca el espíritu seráfico que reina entre las hermanas.
El ejemplo y la doctrina de Francisco es para ellas como una senda viva que deben seguir, lo mismo en la pobreza que en las demás virtudes.
Y para que este modo de vivir en pobreza y humildad nunca se les arrebatara, Clara se había apresurado a pedir al Papa Inocencio lll el “Privilegio de la Pobreza”, es decir, que jamás pudieran ser obligadas a tener posesiones. Más tarde pudo obtener del Papa Gregorio lX la “confirmación” de dicho “Privilegio”, firmado en 1228.
Ella instruye a sus Hermanas en lo que se refiere a esta altísima pobreza evangélica:
- Observad que hay que poner constantemente la mirada contemplativa en Cristo Crucificado, cuyo anonadamiento en la Cruz, debe llenarnos de asombro. Es un vaciamiento y una expropiación que dejará nuestro corazón plenamente disponible para llenarse de Dios, y Dios es la máxima grandeza, la máxima riqueza, pues Dios es la única plenitud.
“Es un gran negocio y loable, dejar lo temporal por lo eterno, ganar el cielo a costa de la tierra”.
Ya veis que esta es nuestra vivencia diaria. ¿No sentimos una gran confianza al escuchar al Divino Maestro aquella bellísima página evangélica (Mt 6, 26-34)?

“No os inquietéis por vuestra vida ni por vuestro cuerpo...Mirad cómo las aves del cielo no siembran ni siegan ni tienen graneros, y vuestro Padre Celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Mirad los lirios del campo cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos...
No os preocupéis, pues... bien sabe vuestro Padre Celestial que de todo eso tenéis necesidad...”

Con estas y otras exhortaciones parecidas, las Hermanas vivían ya lo que Santa Clara más tarde escribirá en su Regla: “Nada se apropien las hermanas, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinas y forasteras en este mundo, sirvan al Señor en pobreza y humildad..” (Cap. Vlll) .
Todas en pos de Clara se habían entregado con tal entusiasmo a Jesucristo en este género de vida, que aún las cosas más desagradables y odiosas, como son la pobreza, el trabajo, las tribulaciones, las ignominias, el desprecio del mundo, dice la misma santa, que las tenían por “grandes delicias”. ¡Qué desprendimiento tan admirable! Así podían repetir con su Padre San Francisco:
“¡Dios mío y todas mis cosas!”

Esta breve oración franciscana sintetiza admirablemente este ideal.

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