sábado, 27 de julio de 2013

PON A CRISTO EN TU VIDA




Lc 9,28b-36: "Qué bien se está aquí"

Queridos jóvenes: 
"Qué bien se está aquí", exclamó Pedro, después de haber visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria. ¿Podríamos repetir también nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros, hoy, es bueno estar aquí reunidos en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y se hace presente en medio de nosotros, aquí en Río. Pero en el Evangelio también hemos escuchado las palabras del Padre: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle" (Lc 9,35). Por tanto, si por una parte es Jesús el que nos acoge; por otra, también nosotros hemos de acogerlo, ponernos a la escucha de su palabra, porque precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf. Carta enc. Lumen fidei, 7). 
 Pero, ¿qué podemos hacer? "Bota fé - Pon fe". La cruz de la Jornada Mundial de la Juventud ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación por Brasil. ¿Qué significa "Pon fe"? Cuando se prepara un buen plato y ves que falta la sal, "pones" sal; si falta el aceite, "pones" aceite... "Poner", es decir, añadir, echar. Lo mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: "pon fe" y tu vida tendrá un sabor nuevo, tendrá una brújula que te indicará la dirección; "pon esperanza" y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; "pon amor" y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor! 
Pero, ¿quién puede darnos esto? En el Evangelio hemos escuchado la respuesta: Cristo. "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Jesús es quien nos trae a Dios y nos lleva a Dios, con él toda nuestra vida se transforma, se renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos, desde el punto de vista de Jesús, con sus mismos ojos (cf. Carta enc. Lumen fidei, 18). Por eso hoy les digo con fuerza: "Pon a Cristo" en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; "pon a Cristo" y verás crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; "pon a Cristo" y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda. 
 Hoy me gustaría que todos nos preguntásemos sinceramente: ¿en quién ponemos nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Tenemos la tentación de ponernos en el centro, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o que es el tener, el dinero, el poder lo que da la felicidad. Pero no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. ¡"Pon a Cristo" en tu vida, pon tu confianza en él y no quedarás defraudado! Miren, queridos amigos, la fe lleva a cabo en nuestra vida una revolución que podríamos llamar copernicana, porque nos quita del centro y pone en él a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad, fuerza, esperanza. Aparentemente no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, todo cambia. En nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22) y nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. En el Año de la Fe, esta Jornada Mundial de la Juventud es precisamente un don que se nos da para acercarnos todavía más al Señor, para ser sus discípulos y sus misioneros, para dejar que él renueve nuestra vida. 
Querido joven, querida joven: "Pon a Cristo" en tu vida. En estos días, Él te espera en su Palabra; escúchalo con atención y su presencia enardecerá tu corazón. "Pon a Cristo": Él te acoge en el Sacramento del perdón, para curar, con su misericordia, las heridas del pecado. No tengas miedo de pedir perdón. Él no se cansa nunca de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! "Pon a Cristo": Él te espera en el encuentro con su Carne en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje de la caridad, de la bondad, del servicio. También tú, querido joven, querida joven, puedes ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo nuestro. 
 "Qué bien se está aquí", poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que él nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en esta celebración hemos acogido la imagen de Nuestra Señora de Aparecida. Con María, queremos ser discípulos y misioneros. Como ella, queremos decir "sí" a Dios. Pidamos a su Corazón de Madre que interceda por nosotros, para que nuestros corazones estén dispuestos a amar a Jesús y a hacerlo amar. ¡Él nos espera y cuenta con nosotros! Amén.

(Palabras del Papa a los jóvenes en la fiesta de bienvenida)

domingo, 21 de julio de 2013

DOMINGO XVI DEL TIEMPO ORDINARIO

  

GÉNESIS 18, 1-10a 

En aquellos días, el Señor se apareció a Abrahán junto a la encina de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra diciendo: 
- Señor, si he alcanzado tu favor no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo. 
 Contestaron: 
- Bien, haz lo que dices. 
 Abrahán entró corriendo a la tienda donde estaba Sara y le dijo: 
- Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza. 
Él corrió a la vacada y escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase enseguida. Tomó también cuajada, leche, y el ternero guisado y lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron. 
Después dijeron: 
- ¿Dónde esta Sara tu mujer? 
Contestó: 
- Aquí, en la tienda. 
Añadió uno: 
- Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo. 

SAN LUCAS 10, 38-42 

"En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y dijo: 
- Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano. Pero el Señor le contestó: 
- Marta, Marta: andas inquieta y nerviosa con tantas cosas: solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor y no se la quitarán." 

AMA Y EL AMOR HABITARÁ EN TI:

Habéis oído lo que el patriarca Abrahán dijo a los tres hombres que vio en pie frente a él: “Señor, no pases de largo junto a tu siervo”. Y también habéis oído lo que el evangelista dice de aquellas dos hermanas que hospedaron a Jesús: “Marta lo recibió en su casa. María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra”. 
Dichosos vosotros, amados de Dios, que por la fe habéis acogido en vuestra casa al Señor, dichosos quienes lo honráis con el obsequio de vuestra hospitalidad, con la sencilla familiaridad de vuestra mesa.
 Puede que hoy, como sucederá “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre”, también vosotros preguntéis: “Señor, ¿cuándo te hemos recibido en nuestra casa?” 
Y el Rey irá desvelando el misterio de su presencia en vuestra vida: “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza”. “Lo que hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. 
Escuchando y creyendo, que es la forma que tiene entre los hombres el amor de Dios, María de Nazaret concibió en su seno para dar a luz a la Palabra de Dios hecha carne. 
Escuchando y creyendo, los hijos de la Iglesia abrimos para Dios las puertas de nuestra vida y lo recibimos en nuestra casa. 
Abrimos las puertas a Dios cuando guardamos en el corazón sus palabras, sus promesas, su memoria, su alabanza. 
 Le abrimos de par en par nuestra casa cuando, comulgando, buscamos que él lo sea todo en nosotros, que se nos pueda decir suyos más que nuestros, que él viva en nosotros más que nosotros mismos. 
Cuando el hambriento, el sediento, el emigrante, el encarcelado, el enfermo, encuentran cobijo en nuestra compasión, es a Dios a quien abrimos las puertas del corazón. 
Ama, y Dios habitará en ti, porque Dios es amor. 
Feliz domingo. 

Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

domingo, 14 de julio de 2013

DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO






SAN LUCAS 10, 25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: 
- Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? 
 Él le dijo: 
- ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella? 
 Él letrado contestó: 
- Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo. 
Él le dijo: 
- Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida. Pero el letrado, queriendo aparecer como justo, preguntó a Jesús: - ¿Y quién es mi prójimo? 
 Jesús dijo: 
- Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: "Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta." ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos? 
Él contestó: 
- El que practicó la misericordia con él. 
Díjole Jesús: 
- Anda, haz tú lo mismo. 

 ¿DE QUIÉN SOY PRÓJIMO?:

No sería prudente que diésemos por descontada la respuesta a la pregunta, quién es mi prójimo, pues no se trata de repetir algo aprendido, sino de entrar en un misterio. 
Prójimo de un pueblo de esclavos se les hizo el Señor que bajó a librarlos. Prójimo se les hizo su Dios en el desierto, al darles su ley, tan prójimo que, con la ley que les dio, quiso estar él también en su corazón y en su boca. 
Prójimo se les hizo el Señor en todo tiempo en la voz de los profetas, en los hechos de la historia, en la palabra de los sabios, en la esperanza de los justos. Prójimo de la humanidad entera se hizo el altísimo Hijo de Dios, prójimo de enfermedades y dolencias, de pobrezas, debilidades y miserias, prójimo de nuestra muerte: un Hijo prójimo que echa sobre sus hombros nuestra cruz, y nos invita a llevar sobre los nuestros su carga ligera. 
Dios te hizo su prójimo cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Dios te quiso su prójimo cuando llamó a tu posada, cuando nació en tu portal, cuando recorrió tus caminos para enseñarte y curarte, cuando se puso a tus pies para lavarte, cuando subió a tu cruz para justificarte y resucitarte. 
Tan cerca de sí te llevó, tan prójimo suyo te quiso que, con el Apóstol, puedes decir con verdad: “Vivo yo, más no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. 
Y éste es un misterio que sólo tu fe puede penetrar y gustar: Hoy, tu Señor se te hace cercano, y tú, su Iglesia, te sabes bienaventurada por ser su prójimo, tan cerca tu Dios de ti, tan cerca tú de tu Dios que guardas en el corazón la palabra que sale del suyo, y acoges en lo más íntimo de tu ser el cuerpo glorioso del altísimo Hijo de Dios. 
Y ahora que has entrado en el misterio de un Dios que se ha hecho tu prójimo, escucha la palabra del mandato evangélico: “Anda, haz tú lo mismo”. 
Como el Señor a quien escuchas, como el Hijo de Dios con quien comulgas, te haces prójimo de aquel a quien amas, haces prójimo tuyo a quien necesita de ti. 
Feliz domingo. 

Siempre en el corazón Cristo. 

 + Fr. Santiago Agrelo 
 Arzobispo de Tánger

domingo, 7 de julio de 2013

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


 ISAÍAS 66, 10-14c
 
Festejad a Jerusalén, gozad con ella, todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos, y apurareis las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor:
-- Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz, como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Llevaran en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo (en Jerusalén seréis consolados) Al verlo se alegrará vuestro corazón y vuestros huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos.

TU NOMBRE ES "RÍO-DE-PAZ"

Ya sea que ores en el secreto, ya sea que celebres en la comunidad los misterios de la fe, el Espíritu del Señor, con la suave eficacia de su santa operación, te lleva de la mano al conocimiento del misterio de la salvación, anunciado por la ley y los profetas, y cumplido en la Palabra de Dios hecha carne. 
Dios habla de Dios, y te revela lo que ha dispuesto para ti; dice: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”. 
Puedes preguntarte quién es ella, por dónde avanza ese río de paz, quiénes son los que se bañan en sus aguas. 
Tu corazón guarda memoria de noches y días de paz. Cuando Jesús nació en Belén, los ángeles llenaron la noche de aquel nacimiento con un canto que anunciaba gloria en el cielo para Dios, y paz en la tierra para los hombres de buena voluntad. Cuando el justo Simeón tomó en brazos al niño Jesús, el alma del anciano se derramó en oración, en palabras que son transparencia de la paz que aquel niño traía consigo y le dejaba: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. 
La memoria de la fe te sugiere que la paz se llama Jesús, y que él es la cabecera de ese río que Dios, por la encarnación de su Hijo, hizo derivar hacia la humanidad entera. 
Ahora el Espíritu del Señor te muestra por dónde corre el río de paz que viene de Dios. Lo has escuchado hoy: “El Señor designó otros setenta y dos, y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir él”. Y has oído también que Jesús les decía: “Cuando entréis en una casa, decid primero: «Paz a esta casa». Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz”. Oyes este evangelio; recuerdas la promesa del Señor: “Yo haré derivar hacia ella como un río la paz”; y la reconoces cumplida en el evangelio que has escuchado: con el saludo de los discípulos, la paz de Dios llama a las puertas de cada lugar a donde Jesús quiere ir. 
Hoy, Iglesia de Cristo, eres tú quien en la Eucaristía te encuentras con el Señor de la paz; eres tú quien, escuchando a Cristo, acoges la paz; eres tú quien, recibiendo el Cuerpo de Cristo, comulgas la paz; eres tú quien, enviada por Cristo, has de llevar a todos los pueblos y lugares la paz que de él has recibido. Tu nombre es «Río-de-paz». 

Feliz domingo
Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger