domingo, 30 de septiembre de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 26º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 9, 38-42. 44. 46-47

     "En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros.
     Jesús le respondió: No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro. El que os dé a beber un baso de agua, porque seguís al Mesías, os aseguro que no se quedará sin recompensa. El que escandalice a uno de estos pequeñuelos que creen, más le valdría que le encajasen en el cuello una piedra de molino y lo echasen al mar. Si tu mano te hace caer, córtatela: más te vale entrar manco en la vida que ir con las dos manos al abismo, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te hace caer, córtatelo: más te vale entrar cojo en la vida que ser echado con los dos pies al abismo. Y si tu ojo te hace caer, sácatelo: más te vale entrar tuerto en el Reino de Dios, que ser echado al abismo con los dos ojos, donde el gusano no muere y el fuego no se apaga."
                            ***             ***             ***
    Como Josué (Núm 11,28), los discípulos sienten celos de un bien  no  protagonizado por ellos; Jesús, como Moisés (Núm 11, 29) invita a la apertura de espíritu para reconocerlo y acogerlo sin actitudes   sectarias. El bien  sólo tiene un origen: el Sumo bien. No hay que temer al bien hecho en nombre de Jesús; sí, a usar en vano su nombre Y si no ha de obstaculizarse el camino a “los que no son de los nuestros”, cuanto menos a los que lo son (“los pequeños que creen en mí”). Pablo reiterará este criterio (Rom 14; 15, 1-2; 1 Cor 8, 7-13). El rigor ha reservarse para uno mismo. Con expresiones tan radicales no se está haciendo una llamada a la mutilación física, sino a jerarquizar la vida según las prioridades de la fe, que no es compatible con cualquier actitud. Los mejores manuscritos suprimen los vv 44 y 46 (Vulg.), simples repeticiones del v. 48.
REFLEXIÓN PASTORAL
     Impresionantes las palabras de Jesús del texto de san Marcos, que hay que comprender correctamente, porque no son una invitación al suicidio ni a la amputación de órganos. Palabras que no hay que tomar al pie de la letra, pero que hay que tomar en serio. Porque son iluminadoras.
     A nosotros, que nos gusta tender la mano a todos los frutos, recorrer todos los caminos, contemplarlo todo…, Jesús nos dice que hay frutos prohibidos, porque no son buenos y no sacian el hambre del hombre; que hay caminos que no conducen a ninguna parte, porque no conducen a Dios; que hay ojos y miradas pecadores, porque ensucian lo que contemplan o se ensucian con lo que ven… Que hay actitudes y comportamientos incompatibles con el Evangelio, con la voluntad de Dios… Que no se puede servir a dos señores a un tiempo, vivir con una vela encendida a Dios y otra al diablo…, y que si surge el conflicto, y tiene que surgir, hay que optar por Dios, aunque esta opción llegue a ser sangrante.
     Es curioso y triste que a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos desangramos por lo caduco;  nos esforzamos en vivir para la muerte, como dice Santiago en su carta, mientras que rehuimos cualquier renuncia en aras de la fidelidad al Evangelio.
      El camino cristiano es arduo, tanto que en ocasiones deja de ser camino para convertirse en áspera y vertiginosa senda. Las cimas a las que llama Jesús no son las domesticadas y colonizadas para un turismo fácil y cómodo, sino aquellas que, vírgenes aún, estimulan el alpinismo más puro y arriesgado.
      Jesús no vino a reseñalizar caminos ya existentes, sino a perfilar un camino nuevo, que no dudó en calificar de “angosto” (Mt 7,14) y que, para ser transitado exige grandes dosis de sensatez (Lc 14,28-29) y audacia (Lc 14,25-27). Es la primera lección del evangelio de hoy: ¡Fuera ambigüedades y vaguedades! ¡Hay que sincronizar, armonizar, la fe y la vida!
      Pero hay otros mensajes, también importantes en este evangelio: la apertura de espíritu para saber reconocer y acoger, sin sectarismos, el bien, venga de donde viniera, aunque no venga de nosotros. ¡Pues las fronteras del bien son más amplias que las nuestras!  Moisés y Jesús nos dan hoy un ejemplo.  Sigue siendo válida para nuestro momento la advertencia de san Pablo: “Todo lo que es  verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (Flp 4,8), venga de donde viniere. Y el dicho de san Francisco: “Dichoso quien no se enaltece más por el bien que el Señor dice y obra por su medio, que por el que dice y obra por medio de otro”. Estamos llamados a promover y reconocer el bien y a no obstaculizar, a no escandalizar con actitudes egoístas, el camino de los que buscan a Dios.

REFLEXIÓN PASTORAL
 .- ¿Soy tolerante o indiferente?
 .- ¿Qué riesgos estoy dispuesto a asumir por el Evangelio?
 .- ¿Sé reconocer el bien, venga de donde viniere?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

domingo, 23 de septiembre de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 25º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 9, 29-36
    "En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará. Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
    Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó: ¿De qué discutíais por el camino? Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quien era el más importante.
    Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. Y acercando un niño, lo puso en medio de ellos, los abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado."
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    El relato contempla dos momentos: uno de camino, y otro ya en casa, en Cafarnaún. Una prioridad de Jesús no fue solo instruir a los discípulos sobre su camino, sino introducirlos en él. Formulado de manera más condensada y genérica que el primero (Mc 8,31-33), este segundo anuncio de la pasión, supone una nueva llamada a los discípulos, quienes no sólo no entienden sino que tienen miedo de entender. El relato nos dice que hay dos modos diferentes de caminar: el de Jesús, en clave de servicio, y el de los discípulos, en clave de autoservicio. Ya en casa, Jesús, una vez más corrige esa perspectiva, descubriéndoles el “puesto” del discípulo en la vida, vinculándose y vinculando a Dios con el servicio y acogida de los menores de este mundo.

REFLEXIÓN PASTORAL
    ¿De qué discutíais por el camino? Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante”.
     Un tema de conversación precristiano, si no ya anticristiano. Mientras Jesús se hace Camino para servir, ellos los discípulos, querían utilizar ese camino para servirse. Un dato aleccionador, que demuestra cómo nadie está libre de la ambición, ni siquiera los que andaban en las proximidades de Jesús. 
     Hoy asistimos a una lucha, no solo dialéctica, sino  física, por ocupar los primeros puestos; el protocolo es muy exigente. Cada grupo, y casi cada hombre, reclama ser protagonista del destino de los otros.
     Los políticos, surgidos en las urnas, reclaman la legitimidad de presidir y configurar la cosa pública; los dirigentes religiosos, argumentando que en el hombre hay dimensiones transcendentes, exigen un amplio espacio de protagonismo y de presencia; el mundo sindical, apoyado en que es el trabajo de sus afiliados quien hace posible la productividad, exigen presidencias cada vez más importantes no solo en la empresa sino en la sociedad; el capital, aduciendo que su dinero y dinamismo organizativo es quien hace posible el crecimiento industrial, pide mayor capacidad de decisión en la configuración del modelo social… Todos  discuten y compiten por la presidencia. Todos quieren -o queremos- servir, pero desde arriba, desde la presidencia.
     Llega Jesús y nos dice: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. No desautoriza ni descalifica el querer ser los primeros -los dirigentes y líderes son necesarios-, pero marca el estilo: servir de verdad, porque detrás de muchas declaraciones de servicio se esconden muchas vocaciones de autoservicio. Basta ver lo mal que sienta cuando uno es relevado de ese “servicio” de presidencia.
      ¿De qué discutíais por el camino?” Una pregunta que puede llevarnos a comprobar y examinar los auténticos valores, los afanes, las inquietudes y los proyectos de nuestro caminar diario. Una pregunta que puede llevarnos a examinar nuestro hablar y nuestro vivir.
     ¿Caminamos por la vida marcando rutas de comprensión’? O, por el contrario, ¿lo hacemos acechando al justo, fomentado envidias, enfrentamientos, tensiones…? “El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz”, nos dice hoy el apóstol Santiago”.
     ¿Qué sembramos en nuestra convivencia diaria, simientes de justicia -que es el fruto de la paz- o la cizaña destructora? ¿No somos también de los que pensamos que ser buenos no es rentable? ¿Que la vida es lucha, y que gana el que hace la guerra más útil, aunque sea la más sucia?
     ¿De qué discutíais por el camino?” Quizá también nosotros, ante esta pregunta de Jesús, tendríamos que guardar silencio, porque los temas y contenidos de nuestra vida real no estén muy conformes con lo que teóricamente creemos. Pero, en todo caso, es una buena pregunta, que haríamos muy mal en desoír o en archivar, para seguir caminando como si el Señor no se hubiera hoy acercado a nuestra vida y no nos la hubiera formulado.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿De qué hablamos por el camino?
.- ¿De dónde salen las luchas y conflictos entre nosotros?
.- ¿Cuál es mi plataforma de servicio?
   DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

sábado, 15 de septiembre de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 24º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 8, 27-35

    "En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que soy yo?
    Ellos le contestaron: Unos, Juan Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
    Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
    Pedro le contestó: Tú eres el Mesías.
    Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: El Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutados y resucitar a los tres días.
    Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó a parte y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!
    Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio, la salvará."
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     Nos encontramos ante una de las preguntas fundamentales de Jesús -“¿Quién decís que soy yo?”- y ante una de las respuestas fundamentales del evangelio -“Tú eres el Mesías”-. Sin embargo esa respuesta debe ser purificada de toda connotación triunfalista. El mesianismo de Jesús es de otro orden. Y Jesús comienza a desvelarselo “con claridad” a los discípulos.  La reacción de Pedro demuestra su limitada visión mesiánica. ¡Pensaban a lo humano! La fe en Jesús requiere adquirir otro punto de mira: el de Dios. Y solo asumiendo ese punto de mira es posible el seguimiento; y con ese punto de mira el seguimiento es ineludible.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Palabras fuertes y poco comunes para captar adeptos. Pero es que Jesús no vino para eso, sino para dar testimonio de la verdad. No vino a ser servido, sino a servir; no vino a halagar sino a salvar; no vino a dar palmaditas en el hombre, sino a cargar la cruz y a proponerla…
     Palabras que escandalizan a no pocos, que consideran esta invitación como una aceptación anticipada de la más radical frustración personal. Pero no es así.
     En realidad, las palabras de Jesús no invitan tanto a la renuncia, cuanto al seguimiento. Seguir a Jesús, esta es la cuestión.
     Seguimiento que supone una apropiación e interiorización de sus sentimientos y actitudes. Seguimiento que implica renuncias serias y dolorosas. Ocultarlas o silenciarlas sería un fraude al mismo Jesús, que no las ocultó, porque ser cristiano no es compatible con cualquier actitud teórica o práctica. Nada más contrario a Jesús que la ambigüedad referencial, que el posibilismo de servir a dos señores, de nadar y guardar la ropa.
     Pero tampoco podemos absolutizarlas, porque la meta del seguimiento cristiano no es la renuncia, sino el descubrimiento y el seguimiento de Jesús; no es la cruz, sino el Crucificado.
     Cristiano es aquel que ha descubierto a Cristo como el sentido de su vida, descubrimiento que se concreta en entrega personal. Es aquel para quien Cristo es norma y camino, con todo lo que esto tiene de configurante. Así se  entendió desde los orígenes, cuando el calificativo cristiano era injurioso y subversivo, y no una etiqueta aséptica, válida para encubrir un producto soporífero.
     Ser cristiano no es tanto un fenómeno cultural cuanto personal. Lo peculiar del cristianismo no es su ética, ni su filosofía, ni siquiera su teología, sino su vinculación a un tal Jesús, llamado Cristo, que, muerto, ha resucitado y vive (cf. Hch 25,19). Y si el cristianismo quiere ser significativo hoy…, nada logrará repitiendo simplemente lo que otros dicen, o remedando lo que otros hacen. Tal cristianismo, de papagayo, es irrelevante.
     Pero el seguimiento solo será auténtico cuando hayamos clarificado quién es ese Jesús, que exige una entrega tan  absorvente y radical.
         En este punto, quizá, nos encontramos al nivel de “lo que dice la gente”, y Él quiere arrancarnos una respuesta personal. A Jesús no se le puede conocer -ni seguir- solo por referencias de terceros, ni se le puede seguir de lejos. 
        Quizá lo prosaico de nuestra vida cristiana, la carencia de profundidad de nuestros compromisos…, todo eso que, en momentos de sinceridad, calificamos de inauténtico, se deba, en última instancia a que no hemos descubierto de verdad a ese Jesús al que religarnos, y por eso encontramos tanta dificultad en desligarnos de tantas cosas que nos asfixian.
     ¿Quién decís que soy yo?” Planteada por Jesús en un momento crítico de su vida, esta pregunta continúa como cuestión permanente e identificadora. Conocemos la primera respuesta, la de Pedro, pero no basta; en todo caso esa respuesta no ha cerrado la pregunta, aunque suponga una aportación fundamental.
    ¿Quién decís que soy yo? es, en primer lugar, la llamada a descubrir personalmente a Jesús y a descubrirnos personalmente ante él. Y puesto que el conocimiento y reconocimiento de Cristo no es conquista humana sino revelación del Padre (Mt 16,17), tal pregunta nos llevará, necesariamente, al mundo de la oración. Y no es solo pregunta por la identidad de Jesús sino por su significatividad para la vida. ¿Qué densidad, qué contenido, qué tono aporta ese conocimiento? Pues no basta con saber quién es Jesús, es preciso saber qué significa existencialmente (Lc 6,46; Mt 7,21). Es la resonancia personal-contemplativa.
     Pero la pregunta contiene una resonancia ulterior: ¿Quién decís que soy yo a los otros? Es la interpelación testimonial-apostólica. A ese Jesús descubierto personalmente, hay que descubrirlo públicamente. El Cristo conocido debe ser dado a conocer. Y eso llevará, inevitablemente, al centro de la vida, para ser testigos de lo que hemos visto... (1 Jn 1,1), pues nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar oculto o debajo del celemín (Lc 11,33).
     Ambas resonancias deben ser escuchadas; pues, por un lado existe la tentación de contentarse con imágenes edulcoradas de Cristo y, por otro, la inclinación a privatizar la fe. Olvidando que la fe que no deja huella en la vida es pura evasión, y que el anuncio de Jesús, sin vivencia y experiencia personal, no es evangelización, sino mera propaganda.
¿Quién decís que soy yo? Una pregunta que no sólo define a Jesús sino a sus discípulos. Y ¿cómo lo decimos?
REFLEXIÓN PERSONAL
  .- ¿Cuál es mi conocimiento de Jesús?
 .- ¿Cuál es mi testimonio de Jesús?
 .- ¿Cuáles son las obras de mi fe?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

Le llaman Jesús


domingo, 9 de septiembre de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 23º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 7, 31-37

    "En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
    Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
    Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
                                           ***             ***             ***
         Jesús se encuentra en tierra “pagana”. Le presentan un sordo que además tenía bastantes dificultades para expresarse -es decir, un hombre "aislado" interior y exteriormente-, pidiéndo que le imponga las manos. La intervención de Jesús rehuye toda espectacularidad. Los gestos y la saliva eran elementos típicos de las curaciones. A la saliva se le reconocían efectos curativos y apotropáicos (desviación de fuerzas malignas). También el gemido profundo formaba parte del ritual de la curación. Este gesto y la palabra - "effatá"- pasaron a la liturgia bautismal. Hoy ya no se conserva. Jesús devuelve al hombre la capacidad de hablar y de oir; le reintegra a la vida y a la comunicación. Por otra parte, es un gesto mesiánico (cf. Mt 11,5). La prohibición que sigue a continuación del milagro, ya es clásica en Marcos.
El versículo conclusivo está lleno de intencionalidad teológica. Han llegado los tiempos mesiánicos (cf. Is 35,5s). La obra de Jesús recibe el mismo aplauso, la misma valoración que la obra creadora de Dios (Gén 1,3).  Ha llegado la plenitud de los tiempos (Gál 4,4).
REFLEXIÓN PASTORAL
    No se requiere mucha perspicacia para detectar en nuestra sociedad una especie de cansancio, hastío y escepticismo. Pero quizá sí se necesite esa perspicacia, y en grandes dosis, para detectar el porqué de esa situación.
    Nuestro momento se caracteriza por un agotamiento de los modelos, por una agonía de los sistemas y esquemas sociales, familiares, económicos, políticos y religiosos. Por eso abundan tantas ofertas a corto  o a largo plazo; ofertas nacidas ya con el convencimiento de su provisoriedad e insuficiencia. Y, por eso, hay tanto desconcierto, e incluso temor.
     ¿No será que hemos orientado nuestra vida hacia metas frustradoras? El silencio de los cristianos, a este respecto, puede que ya sea culpable, aceptando una domesticación agresiva, sin saber dar razón de nuestra esperanza y de nuestra fe, de manera creativa, libre e, incluso, contestataria.
     La palabra de Dios hoy resuena con claridad y fuerza: “Sed fuertes, no temáis”. Hay un principio de esperanza: la presencia de Dios revitaliza al hombre -“se despegarán los ojos de los ciegos…”- y a la naturaleza -“porque han brotado aguas en el desierto”-. Y es que “si el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1).
     Y hoy parece que nos estamos empeñando en construir no solo de espalda a Dios, sino contra Él, olvidando un dato testimoniado por la historia: quien comienza por situarse de espaldas a Dios, termina situándose de espaldas al hombre… Porque sin Dios, sin la perspectiva que de él se deriva, el hombre deja de ser ese absoluto indomesticable, para convertirse en instrumento manipulable al servicio de los más variados intereses. Devaluada su porción divina, la figura del hombre decrece, se empequeñece vertiginosamente. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y, por tanto, Dios no solo es su origen, también es su destino. “Nos hiciste, Señor, para ti…” (S. Agustín).
     Para reconducir al hombre a su meta original, para devolverle la perspectiva perdida y liberarle de todos los impedimentos, vino Jesucristo.
     El evangelio de hoy nos le presenta liberando a un hombre de sus limitaciones físicas, de su aislamiento, porque toda salvación debe ser integral, abriéndole a la escucha y a la comunicación con los demás. Pero la obra de Jesús no queda reducida a eso. Vino a abrir en el hombre dimensiones más profundas  -el corazón-  y a dimensiones más profundas. Ese corazón que a veces tiende a replegarse sobre sí mismo, desoyendo las urgencias del prójimo y renunciando a la comunicación sincera con él, dejándose llevar por la acepción de personas. Porque esa es la peor de las sorderas: la del corazón. ¿Tenemos oídos y no oímos? ¿No es quizá hoy nuestra situación y nuestro pecado, la sordera del corazón? Y también, la mudez.  ¿Hablamos con el corazón y al corazón? ¿Nuestro lenguaje es solo "doctrinal"?
  A este respecto resulta esclarecedora la segunda lectura. La Iglesia debe ser un espacio de comunión y comunicación; sin distinciones ni clasificaciones; un espacio de cordialidad. Sin duda que algo hemos progresado en esto, pero no hemos alcanzado la meta.
    Comenzaba aludiendo a esa especie de cansancio, de agotamiento y desencanto. ¿A dónde ir? ¿A quién ir? “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…” (Mt 11,28). Solo Jesús tiene palabras de salvación, de verdad, porque es la salvación y la verdad; solo él puede calmar la sed, porque es el agua viva.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuál es el origen de mis cansancios y desalientos?
.- ¿Mezclo la fe con la acepción de personas?
.- ¿Siento en mi vida la acción sanadora de Jesús? ¿Siento que él abre mis oídos y mi corazón?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 2 de septiembre de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 22º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 7, 1-8a. 14-15. 21-23
         
"En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse la manos). (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
    Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús: ¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?
    Él les contestó: Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
                                pero su corazón está lejos de mí.
                                El culto que me dan está vacío,
                                porque la doctrinan que enseñan
                                son preceptos humanos.
    Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
    En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo: Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias fraudes, desenfrenos, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro."
                                       ***             ***             ***
     El texto evangélico contempla tres escenas diferentes: la primera la protagonizan Jesús y los letrados y fariseos (vv. 1-8); la segunda, Jesús y la gente (vv. 14-15), y la tercera, Jesús y los discípulos (vv. 21-23). Jesús pone de relieve el absurdo de una observancia anecdótica y casuista de los mandamientos, olvidando el corazón, el espíritu de los mismos. Una llamada de atención a los intentos de codificar la vida asfixiando su dinamismo interno, desde rubricismos litúrgicos o normativas anquilosadas por un tradicionalismo trasnochado. La verdad del hombre se fragua en su corazón, que para que sea limpio ha de ser renovado por Dios (Ez 36, 26).
REFLEXIÓN PASTORAL
    Vivimos en un mundo al que quiere habituársele al silencio de Dios, considerado como una explicación para culturas menos evolucionadas, explicación a la que el hombre moderno, autónomo y secular, puede y debe renunciar. 
     Para ese hombre, menguado y debilitado en su sentido de Dios, somos los creyentes. Pero también nosotros somos como ese hombre. Debilitados en nuestra capacidad de sintonizar con la frecuencia en que Dios emite, conectamos frecuentemente con otros centros emisores. ¡Es necesario que nos pongamos en la onda de Dios!
     La Palabra de Dios nos habla de un Dios próximo, presente y cercano, un Dios que habla y escucha. "¿Hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?".
     Este interrogante está formulado en un contexto politeísta, cuando los pueblos circundantes a Israel adoraban a dioses diversos, diferentes del verdadero Dios. Dioses lejanos e incapaces de salvar. “Hechuras de manos humanas” (Sal 135,15).  Pero puede resonar en nuestra comunidad  y en nuestras vidas, donde, quizá con más frecuencia de la deseable, existen otros dioses a los que entregamos nuestro tiempo, para terminar por entregarnos nosotros.
     ¿Dónde está nuestro Dios? Está cerca, pues "el que  me ama…, vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).  Está en el prójimo:"donde dos o tres están reunidos en mi nombre” (Mt 18,20)...; “tuve hambre...; lo que hicisteis a uno de estos...” (Mt 25,35.40)
     Pero esa cercanía, esa presencia de Dios es exigente, es normativa, entraña unos contenidos. En frase de la primera lectura "contiene unos mandatos" y, como dice Santiago, exige "llevarla a la práctica".
      Todo ello nos está hablando de una interiorización y de una verificación de nuestra fe en Dios. Que no basta con decir: ¡Señor, Señor...!” (Mt 7,21), porque así podemos merecer el reproche de Cristo:"Este pueblo me honra con los labios...” (Mt 15,8).    
     Con la misma lógica insiste Santiago en la segunda lectura: la acogida de la salvación -de la presencia de Dios- para que sea auténtica ha de superar el ritualismo y formulismo religioso, y traducirse en actitudes de comunión interhumana. "La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en sus tribulaciones..., y mantenerse incontaminado del  mundo". Y esta no es una recomendación a la evasión, sino a mantener una presencia íntegra, inspirada en la fe e inspiradora de fe en los que nos contemplen.
    Interiorizar, he aquí la primera exigencia de nuestra fe. Superar lo anecdótico (eso en lo que tantas veces nos perdemos) para acertar con lo fundamental: convertir a Dios el corazón; poner en movimiento el corazón y no solo los labios, pues es en el corazón donde, según el evangelio, se fragua la verdad del hombre.
    Y exteriorizar, porque “la fe sin obras, está muerta” (Sant 2,26).
 REFLEXIÓN PERSONAL
    .- ¿Es coherente mi vida cristiana?
    .- ¿Soy persona de interior o de fachada?
    .- ¿Interiorizo y exteriorizo mi fe?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.