domingo, 27 de enero de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 3º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 1, 1-4; 4, 12-21

   " Ilustre Teófilo:
    Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que has recibido.
    En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos le alababan.
    Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desarrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor”.
    Y, enrollando el libro, lo devolvió al que lo ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír."
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   Dos presentaciones contiene este relato. La primera es la del proyecto literario/teológico del Evangelio. La hace el mismo autor, san Lucas. El evangelista se sitúa dentro de la cadena de los que han intentado componer un relato de los orígenes. Basado en las tradiciones orales de los primeros testigos. Investigadas cuidadosamente, ha elaborado su Evangelio con una clara finalidad pastoral: para consolidar la fe de Teófilo (se discute la identidad de este personaje). Y, tras la presentación de la obra, la segunda presentación: la del protagonista,  Jesús. Fortalecido con el Espíritu Santo, tras la experiencia del Jordán y del desierto, Jesús regresa a Galilea. La escena reseñada tiene lugar en la sinagoga de Nazaret. De pasada, Lucas deja tres informaciones: Nazaret era el lugar donde se había criado,  Jesús era un observante del sábado y su presencia en la sinagoga no era una presencia pasiva. Pero el acento recae en la misión del Ungido: una misión regeneradora en favor de los más desfavorecidos. 
     
REFLEXIÓN PASTORAL
 Tras el Bautismo y  la experiencia del desierto, Jesús, fortalecido por el Espíritu y entregado a la misión, regresa a Galilea.
    En Nazaret, un sábado entra en la sinagoga, lugar de la Palabra, como era su costumbre.  Y se ofreció a hacer la lectura de la Escritura. Una lectura sorprendente e identificadora. Personaliza, radicaliza y recrea la palabra de Dios.
     Jesús se identifica como el Ungido y enviado a evangelizar. E identifica su Evangelio: no es un adoctrinamiento ni una moralización de la vida, sino una regeneración de la vida. 
     Evangelizar es humanizar según el proyecto de Dios (Gén 1,26). Y esa fue la tarea de Jesús, dignificadora de la condición humana, dando sentido a los sentidos perdidos del hombre; levantar del suelo, hacer caminar y hasta revivir…
      Jesús no solo marcó objetivos, no solo diseñó caminos: los anduvo, convertido en acompañante paciente del hombre Y esta es la primera acción pastoral y educativa: ayudar al hombre, que parece haber perdido el sentido profundo y vive asentado, y a veces prematuramente aparcado, en la periferia de las cosas y de la vida, a ver, a oír, a caminar por un mundo cada vez más confuso.
      Evangelizar no es solo, ni sobre todo, predicar, sino hacer explícito a Jesús. Y un criterio para evaluar el nivel evangelizador de una praxis pastoral/educativa es evaluar el nivel de humanidad que genera.
      La Palabra de Dios, y singularmente el Evangelio, es un hontanar de humanidad, en el que puede saciarse la sed de ser hombre a poco que se afine la sensibilidad y la capacitación para leer su mensaje humanizador en unos textos que, si bien envueltos, a veces, en un lenguaje mitológico, son un modo de ilustrar dramáticamente el problema existencial del hombre.
     Pero existe el peligro de que atendamos más a la defensa de los propios intereses y de posiciones adquiridas que a la escucha abierta de la Palabra del Señor. Por eso los que en nuestra profesión de fe nos referimos a Cristo como a nuestro principio de identidad reconociendo un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre, nos encontramos divididos por razones de tipo disciplinar y doctrinal, difíciles de valorar objetivamente, pero que no dejan de interrogar a los no cristianos y, sobre todo, no deben dejar de interrogarnos.
     Los que estábamos llamados a formar un solo cuerpo, nos hemos dividido, blandiendo textos bíblicos, los unos contra los otros. De modo que hoy lo importante ya no es el sustantivo cristiano, sino el adjetivo que a continuación se coloca. Así "anuláis la Palabra de Dios por vuestras tradiciones" (Mt 15,6).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿De qué soy yo mensajero?
.- ¿Siento al otro como “miembro” del cuerpo de Cristo?
.- ¿Cómo “leo” la palabra de Dios?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 20 de enero de 2019

¡FELIZ DOMINGO! 2º DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN JUAN 2, 1-12

     "En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
    Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: No les queda vino.
    Jesús le contestó: Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.
    Su madre dijo a los sirvientes: Haced lo que él diga.
    Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
    Jesús les dijo: llenad las tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.
    Entonces les mandó: Sacad ahora y llevádselo al mayordomo. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora.
    Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días."
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El relato de Caná no es un hecho aislado en la vida de Jesús. Forma parte de su trilogía epifánica, junto a la revelación a los Magos y al Bautismo en el Jordán. Caná es un lugar “significativo”. Allí realizó Jesús sus dos primeros signos (Jn 2,1-12 y 4,46-54). Y marca el comienzo de un ciclo. Es un signo, el “primero”, que alerta de un cambio de época. Se ha agotado una “añada”, la de la Ley y los Profetas; florece una nueva, la del Reino de Dios. Hay cambio de cepa. Frente a la cepa Israel, la cepa Jesús. Él no es más vino del mismo vino, es “otro” vino. Su denominación de origen es superior.
Tres elementos a destacar de gran relevancia teológico/simbólica, que apuntan al momento mesiánico que llega con Jesús: el banquete nupcial, el vino y la hora. El primero, el banquete, evoca el festín de las bodas eternas, de las bodas del Cordero (Apo 19,7-9; cf. Is 62,1-5); el segundo, el vino, es el núcleo en torno al cual gira el relato y es la gran aportación de Jesús. Ingrediente fundamental del banquete mesiánico (Is 25,6.8), Jesús supone el vino mejor y el vino último servido por Dios en el banquete de la humanidad, en “la plenitud de los tiempos” (Gál 4,4). Y, finalmente, la hora, que alude a la consumación existencial de Jesús en la Cruz (Jn 17,1).
REFLEXIÓN PASTORAL
       Comenzamos el llamado tiempo "ordinario" con un hecho "extraordinario". Y es que "tiempo ordinario" no tiene por qué significar una descalificación del tiempo. "Ordinario" viene de la palabra latina "orden", y significa "tiempo ordenado". No es tiempo "de segunda", clase sino el tiempo litúrgico del crecimiento en el seguimiento del Señor. Y es el más extenso.
        Caná era una aldea próxima a Nazaret. María y Jesús, posiblemente, pertenecerían al círculo de los allegados al joven matrimonio. La boda prolongaba sus ecos festivos al menos durante una semana. Y el vino no podía faltar. Hasta aquí, todo normal. Pero aquí “empezó Jesús sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él”. Y esto singulariza a Caná.
         La agitación por la escasez de vino, el curioso diálogo entre Jesús y María, el milagro, hasta el toque humorístico del responsable de la organización de la boda..., dan vivacidad al relato. ¡Cuántos pintores han plasmado en sus lienzos la boda de Caná! ¡Y qué tentación para nosotros quedarnos en el encanto de la boda! Pero hay que ir más allá para descubrir la verdad que encierra este relato. Estamos en el evangelio de san Juan -el teólogo por excelencia-. En él cada episodio supera el nivel del simple relato para convertirse en símbolo sugeridor de una verdad más profunda. Estamos ante la profecía del banquete mesiánico.
         ¿Qué se quiere decir aquí, precisamente al inicio del evangelio? Que Jesús ha llegado a la vida real, al núcleo de la vida -la familia humana-, y con Él ha llegado el cambio. Lo viejo ha pasado; hay que dejar lo caduco, lo provisorio, lo intrascendente. Ha llegado lo nuevo, lo definitivo, lo que realmente tiene valor. El AT cede su puesto al NT. El agua, al vino. "A vino nuevo, odres nuevos" (Mc 2,22).
         Para San Juan “la hora” de Jesús tiene su plenitud en la cruz (Jn 13,1ss); en Caná "todavía no ha llegado mi hora". Pertenece al Padre marcarla; pero ya comienzan a moverse las agujas del reloj divino. Y, precisamente, a instancias de su madre. ¡Cuántos dolores de cabeza ha dado a los estudiosos la respuesta de Jesús a María! No es desaire ni despreocupación.
         Solamente en dos ocasiones evoca san Juan en su evangelio la figura de María: en Caná, y junto a la cruz (19,25), y en ambos relatos es presentada como "mujer" y "madre", no por su nombre de María. Y es que cuando se está gestando el nuevo hombre, el hombre redimido, María asume el papel de Nueva Eva -madre de todos: "Ahí tienes a tu hijo..." (Jn 19,26).
Podríamos adentrarnos en este simbolismo grandioso y profundo, pero nos llevaría muy lejos y muy alto. En todo caso, el relato de Caná -el inicio de la Hora- no puede leerse sin hacer referencia a la Cruz -plenitud de la Hora y consumación del banquete mesiánico-. Y en ambos momentos María es coprotagonista. La presencia de María es siempre una presencia atenta, solícita; por ello la Iglesia la ha proclamado mediadora e intercesora por excelencia ante Cristo.
     Caná es profecía del banquete mesiánico, donde se sirven manjares sustanciosos y vinos de solera (Is 25,6), y del banquete eucarístico, donde esos majares y bebidas son personalizados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Juan no transmite el relato eucarístico del Jueves Santo, pero la eucaristía vertebra su Evangelio: la presenta en Caná, donde Jesús se convierte en sacramento de la fe para sus discípulos, que “creyeron en él”, y la explica en el cap. 6, en el discurso que sigue a la multiplicación de los panes y los peces.
      Caná es urgencia a situar la vida en la órbita de Jesús: “Haced lo que él os diga”. Ahí reside el secreto para convertir la realidad, y la propia vida, en el vino que salve la fiesta, amenazada por la escasez de caldos y por su baja calidad. Hay que injertarse existencialmente en él para dar su fruto y ser vino de calidad (Jn 15,6-7), que alegre el corazón del hombre.
         Caná es espacio teofánico / sacramental, donde Jesús manifestó su gloria (Jn 1,11), como en el Bautismo y en la Transfiguración. Y se reveló como el novio (Jn 3,29; Mt 9,15) de las bodas definitivas (Apo 19,7; 21,2).
Concluye el relato anotando “y creció en él la fe de sus discípulos”. No estaría mal que esta fuera la conclusión de nuestro acercamiento hoy a la contemplación de este “signo” de Jesús.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo participo de la Eucaristía?
.- ¿Aporto mis dones a la comunidad?
.- ¿Qué vino sirvo en la vida?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 13 de enero de 2019

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

  SAN LUCAS  3, 15-16

    "En aquel tiempo el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías. Él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
   En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientra oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: Tú eres mi mi Hijo, el amado, el predilecto."
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    El bautismo de Jesús significa en el designio salvador y revelador de Dios el cierre de una época (la de la Ley y los Profetas) y la apertura de otra (la del anuncio y la llegada del Reino de Dios en Jesucristo). Dos son los reveladores de la verdad más profunda de Jesús: el Bautista y, sobre todo, el Padre. Jesús no solo “puede más que” Juan, sino que “es más que” Juan: es el Hijo de Dios. Es su revelación más exhaustiva. Para Jesús, el bautismo fue un momento crucial en su proyecto de identificación personal.
REFLEXIÓN PASTORAL
         En la Palestina contemporánea a Jesús estaba extendida la costumbre de las purificaciones rituales por medio del agua. En este contexto apareció Juan predicando conversión, y ofreciendo como signo de la misma un bautismo de tono penitencial. "Convertíos..., Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo... Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego".
 En aquella sociedad cansada y rutinaria, el Bautista provocaba nuevas expectativas. Su presencia y su mensaje suponían una corriente de aire fresco en la saturada atmósfera de Judea. Y muchos aceptaban su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo.  Hasta aquí todo normal.
         ¿Pero qué hace Jesús en la fila de los hombres pecadores? ¿Por qué realiza Él ese gesto de bautizarse, además diluido en un "bautismo general" (Lc 3,21). Sin duda, fue una decisión muy pensada. El mismo Juan se extraña: "Soy yo quien debe ser bautizado por ti…" (Mt 3,14).
Pero es que el Hijo de Dios no había venido a hacer ostentación de sus privilegios sino que, por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en el pecado (2 Cor 5,21).  Hasta aquí llegó la encarnación. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la andadura humana hasta pasar por la muerte, Él que era la Vida.
         Por eso Jesús, sin pecado, no duda en mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y desde abajo, la condición del hombre. Jesús quiso sentir al pueblo y quiso sentirse pueblo, por eso entró en la corriente penitencial de las aguas del Jordán, para, como sal sanadora de las aguas malas (cf. 2 Re 2, 19-22), purificarlas con su presencia. Y así, aunque el pecado no entró en él, él si entró en el pecado, desactivando su poder, convirtiéndose en “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29).
Y al confundirse entre los hombres, al hundirse en la debilidad, se abren los cielos para revelar la grandeza y la verdad de Jesús: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto".
         ¡Qué gran lección para nosotros, que preferimos siempre no mezclarnos, distinguirnos de los que consideramos inferiores social, moral, económica, política y hasta religiosamente!
         Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve, proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: "No gritará, no clamará... La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará. Promoverá fielmente el derecho..."
         No quebrar ni ahogar esperanzas... Hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y esperanza donde otros solo perciben desesperación y muerte. No faltan profetas del pesimismo, inclinados a dar por irrecuperables personas,  certificando defunción no sólo sobre los muertos sino sobre los dormidos... Muchos se han hundido en lo que llamamos "mala vida" porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas, solo vieron dedos anatematizantes y descalificadores. El paso de Jesús fue muy distinto. "Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos..., porque Dios estaba con Él", nos dice la segunda lectura.
         Para Jesús, el bautismo supuso un momento crucial en su vida: marcó profundamente su identidad en un doble sentido: en el de su filiación divina y en el de su misión humana. “Tú eres mi Hijo…”, revela una voz desde el cielo; “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, proclama Juan a la orilla del río Jordán (Jn 1,28-29). El bautismo fue para Jesús el descubrimiento de su ser y de su quehacer.
         Y, para nosotros, ¿qué significa el bautismo? Las respuestas teológicas están claras: Nos incorpora a la comunidad de los creyentes, siendo el fundamento de la fraternidad; significa el paso de la muerte a la vida, siendo el fundamento de nuestra libertad; supone una vida coherente, siendo el fundamento de nuestra responsabilidad. Y, sobre todo, nos incorpora al mismo Cristo. Pero, ¿ya  advertimos en nosotros esas realidades y damos muestras a los otros de nuestro bautismo? 
El bautismo no se acredita con un documento extendido en la parroquia; se acredita con  una vida inspirada en el seguimiento del Señor. Nuestra vida no puede ser una negación del bautismo. Al bautismo fuimos presentados; ahora hemos de hacer nosotros presentes el bautismo, avalándolo con la vida.
REFLEXIÓN PERSONAL:
.- ¿Qué significado tiene el bautismo en mi vida?
.- ¿Cómo lo acredito?
.- ¿Es mi paso por la vida como el paso de Jesús?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.