domingo, 29 de marzo de 2015

DOMINGO DE RAMOS

 
 EVANGELIO: MARCOS  14,1-15,47 (Relato de la Pasión)
 
REFLEXIÓN PASTORAL
     En el umbral de la Semana Santa nada parece más adecuado que aclarar el por qué y para qué de todo lo que celebramos en estos días.
     Envueltos en la “cultura” del espectáculo -que hace del hombre más espectador que protagonista- nos vemos expuestos al peligro de considerar desde esta perspectiva la realidad de la obra de Dios en Cristo, que, ciertamente, fue espectacular por su hondura y verdad, pero no fue un espectáculo.
      En unos días en que los templos abren sus puertas, y las calles, mitad museos y mitad iglesias, se convierten en un espacio y exposición singular de arte y religiosidad, ¿cuántos nos detenemos a pensar que “todo eso” fue por nosotros, y no porque sí?
    Es verdad que no faltan quienes interpretan reductivamente la vida y muerte de Jesús, prescindiendo de esta referencia -por nosotros-. Puede que esa sea una lectura “neutral”, pero, ciertamente, no es una lectura “inspirada”. Porque, si es cierto que la muerte de Jesús tuvo unas motivaciones lógicas (su oposición a ciertos estamentos y planteamientos de la sociedad de su tiempo que se vieron amenazos por su predicación y su comportamiento), también lo es, sobre todo, que no estuvo desprovista de motivaciones teológicas. El mismo Jesús temió esta tergiversación o reducción y avanzó unas claves obligadas de lectura.
     Jesús previó su muerte, la asumió, la protagonizó y la interpretó para que no le arrancaran su sentido, para que no la instrumentalizaran ni la tergiversaran.
      La Semana Santa, a través de su liturgia y de las manifestaciones de la religiosidad popular, debe contribuir a reconocer e interiorizar con gratitud el amor de Dios en nuestro favor manifestado en Cristo, y a anunciarlo con responsabilidad, concretándolo en el amor fraterno.
     Si nos desconectamos, o no nos sentimos afectados por su muerte y resurrección quedaremos suspendidos en un vertiginoso vacío. Si no vivimos y no vibramos con la verdad más honda de la Semana Santa, las celebraciones de estos días podrán no superar la condición de un “pasacalles” piadoso.
     Si, por el contrario, nos reconocemos destinatarios preferenciales de esa opción radical de amor, directamente afectados e implicados en ella, hallaremos la serenidad y la audacia suficientes para afrontar las alternativas de la vida con entidad e identidad cristianas.
    La Semana Santa no puede ser solo la evocación de la Pasión de Cristo; esto es importante, pero no es suficiente. La Semana Santa debe ser una provocación a renovar la pasión por Cristo.
    Celebrar la Pasión de Cristo no debe llevarnos solo a considerar hasta dónde nos amó Jesús, sino a preguntarnos hasta dónde le amamos nosotros.
    ¡Todo transcurre en tan breve espacio de tiempo! De las palmas, a la cruz; del “Hosanna”, al  “Crucifícalo”… A veces uno tiene la impresión de que no disponemos de tiempo -o no dedicamos tiempo- para asimilar las cosas. Deglutimos pero no degustamos, consumimos pero no asimilamos la riqueza litúrgica de estos días y la profundidad de sus símbolos, muchas veces banalizados y comercializados.
     Convertida en Semana de “interés turístico”, “artístico” o “gastronómico”, ¿quién la reivindica como de “interés religioso”? Y, sin embargo, este su auténtico interés.
    La Semana Santa es una semana para hacerse preguntas y para buscar respuestas. Para abrir el Evangelio y abrirse a él. Para releer el relato de la Pasión y ver en qué escena, en qué momento, en qué personaje me reconozco…
     La Semana Santa debe llevarnos a descubrir los espacios donde hoy Jesús sigue siendo condenado, violentado y crucificado, y donde son necesarios “cireneos” y “verónicas” que den un paso adelante para enjugar y aliviar su sufrimiento y soledad.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Desde dónde vivo la Semana Santa?
.- ¿Qué preguntas suscita en mi vida?
.- ¿La Semana Santa es evocadora o provocadora?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

miércoles, 25 de marzo de 2015

EXPOSICIÓN



¡Quedáis todos invitados!

       Esta exposición "Vidas consagradas. Comunidades femeninas de vida contemplativa en la Diócesis de Léon" se puede visitar gratuitamente en horario de 10,00 a 14,00 horas por las mañanas y de 17,00 a 20,00 horas por las tardes de lunes a viernes, y los sábados en horario matinal de 10,00 a 14,00 horas.

domingo, 22 de marzo de 2015

V DOMINGO DE CUARESMA



 

SAN JUAN 12, 20-33

"En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos gentiles; éstos acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
-- Señor, quisiéramos ver a Jesús.
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó:
-- Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva el Padre le premiará. Ahora mi alma está agitada y, ¿qué diré? : Padre líbrame e esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre glorifica tu nombre.
Entonces vino una voz del cielo:
-- Lo he glorificado y volveré a glorificarlo
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
-- Esta voz no he venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir."


QUISIÉRAMOS VER A JESÚS:
Los griegos de los que habla el evangelio dijeron al apóstol Felipe: “Quisiéramos ver a Jesús”. Y nosotros podemos entender que deseaban encontrarse con Jesús, hablar con él, tal vez creer en él, servirle, seguirle. Que sería algo así como desear ver lo que no está a la vista, lo que pertenece al misterio.
Por eso, el evangelista, en vez de informar sobre un eventual encuentro de Jesús con aquellos griegos, pone delante de ellos y de nosotros el misterio que andan buscando: lo que de Jesús todavía no se puede ver.
Para que alguien pueda ver a Jesús, será necesario que el Hijo del hombre haya vivido entera la hora de su glorificación: caer en tierra, morir, dar fruto…
Entonces, sólo entonces, se hará posible verle: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”. Aquí se habla de morir y fructificar, morir uno y nacer muchos, y ya nos damos cuenta de que se puede ver a Jesús sin nacer de Jesús, se puede ver a Jesús sin encontrarse con Jesús, se puede ver a Jesús sin creer en Jesús; nuestra petición hoy, como la de aquellos griegos ayer, aunque sólo diga “quisiéramos ver a Jesús”, dice que queremos creer en él, encontrarle a él, ¡nacer de él!
¡No basta con ver para ver! A Jesús lo vieron escribas y fariseos, y lo persiguieron; lo vio el sanedrín, y lo declaró reo de muerte; lo vio Herodes, y se burló de él; lo vio Pilato, y lo condenó.
¡Hace falta nacer! Trigo que nace de trigo; cristos que nacen de Cristo. ¡Sólo si naces, has visto! Esto es lo que pertenece al misterio.
Ahora considera lo que vives en el sacramento de la Eucaristía. En él haces memoria de la entrega de Cristo: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre”. En él haces memoria del sacrificio de Cristo, del grano de trigo que, caído en tierra, muere y da fruto. Tú, asamblea santa, eres el fruto de Cristo, tú has salido de Cristo, tú eres atraída por Cristo, tú vuelves a Cristo: muchos son los que han nacido de uno, y todos volvemos, por la comunión, a ser uno en aquel de quien hemos nacido.
Un sueño: Un solo rebaño y un solo pastor, los que ya creen y los que todavía no han visto al Señor, los que han oído su nombre y los que lo aman sin conocerlo. Que todos, Señor, volvamos a sentirnos carne de tu carne, ¡todos!
Una sorpresa: La de saber que eras tú quien llamaba a mi puerta necesitado. Entonces descubrí otro modo de verte, de encontrarte, de comulgar contigo: Ver a los pobres, encontrarlos, comulgar con ellos, hacerme uno con ellos.
Un secreto: Para ver a Jesús, basta el amor.
Feliz domingo.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 15 de marzo de 2015

DOMINGO IV DE CUARESMA





 SAN JUAN 3, 14- 21

"En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
-- Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en él no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios."


MIRA, CREE, VIVE:
Oído el evangelio de este domingo, en el alma y en los ojos se nos queda la imagen de Cristo crucificado: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”.
Considera lo que has oído y entra en el misterio que se te revela.
Hoy contemplas a Cristo levantado en la cruz, y reconoces en él el árbol de la vida, fuente de la salvación, revelación de las profundidades del amor con que Dios ama.
Ya hablaba de Dios y de la vida la serpiente levantada en el desierto, memoria de la Ley divina que salva, señal de salvación para quienes la miraban y creían, es decir, para quienes escuchaban y obedecían.
Ahora el evangelio nos indica la realidad que la figura anunciaba, la Palabra encarnada que la Ley significaba, el Hijo enaltecido que la serpiente de bronce representaba.
Ahora miras, crees, y vives. Ahora, Iglesia del desierto, miras, crees, y eres curada de la mordedura de la antigua serpiente. Ahora miras, crees, y recibes vida eterna.
Lo que ahora contemplas es el misterio de Cristo crucificado y glorificado, levantado en el desierto donde los hombres peregrinan, levantado para que el mundo vea, crea y se salve.
Asómate al misterio y goza con la salvación: Dios, tu Dios, te ha dado a su Hijo, y este Hijo, levantado ante los ojos de la humanidad herida, es para ella señal de salvación, memoria del amor de Dios, sacramento de la vida que Dios da. Esa señal, esa memoria, ese sacramento es Jesús de Nazaret. ¡Asómate y goza!
No me digas lo que la información o tu propia experiencia te permiten saber acerca de Jesús de Nazaret. Todos, como el fariseo Nicodemo, podemos presumir saberes sobre Jesús, incluso podemos llegar a decir que “sabemos que viene de Dios como maestro”. Pero estos son saberes nuestros, que vienen de nosotros mismos, que pueden hacer de nosotros alumnos de un maestro o seguidores de un gurú, pero nunca podrán hacer de nadie un creyente. Los creyentes nacen  de Dios, con ojos que sólo Dios puede dar, y luz que sólo Dios puede encender. Y porque nacen “de lo alto”, la fe les permite mirar a Cristo crucificado y ver la salvación que viene de Dios; ellos miran a Cristo entregado, y admiran el amor que Dios les tiene; ellos miran al Hijo del hombre, que ha sido elevado en medio del campamento, y encuentran en él la vida que sólo Dios puede dar. ¡Asómate al misterio y goza de él! ¡Mira, contempla y ama!
Hemos hablado de la serpiente de bronce, levantada en el desierto. Hemos hablado del Hijo del hombre, “elevado para que todo el que cree en él, tenga vida eterna”. Hemos recordado misterios de la fe. Pero todavía se nos llama a un nuevo conocimiento. También éste viene “de lo alto”: hoy, en medio de nuestra asamblea, la fe contemplará elevado al Hijo del hombre, como “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Pan de vida para los que peregrinan en el desierto, sacramento admirable de Cristo resucitado. Mira, contempla y, “de lo alto”, sabrás que Dios te ha hecho vivir con Cristo, que Dios te ha resucitado con Cristo, que están con Cristo en el cielo a la diestra de Dios.
¡Asómate al misterio y goza de él! ¡Mira, contempla y ama!
Y aún has de contemplarle elevado en los pobres: Sólo con la luz “de lo alto” lo reconocerás: el necesitado al que tú acudes para que viva, se te manifestará como tu vida.
Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti…si no pongo a mi Señor en la cumbre de mis alegrías”.
Feliz domingo.
Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

domingo, 1 de marzo de 2015

¡Rezad por nosotras!


2º DOMINGO DE CUARESMA






GÉNESIS 22, 1-2.9-13.15-18

"En aquellos días Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
-- ¡Abrahán!
Él respondió:
-- Aquí me tienes.
Dios le dijo:
-- Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.
Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor gritó desde el cielo:
-- ¡Abrahán, Abrahán!
Él contestó:
-- Aquí me tienes.
Dios le ordenó:
-- No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo.
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
-- Juro por mí mismo --oráculo del Señor--: Por haber hecho eso, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistaran las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido."

 SAN MARCOS 9, 2, 10
"En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.
Se les apreció Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:
-- Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
-- Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó:
-- No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos."


QUIÉN ERES PARA DIOS:

El centro de esta celebración dominical lo ocupa, más que el hijo de Abrahán, el Hijo de Dios.
No olvides la relación que la palabra proclamada establece entre esos dos hijos.
Del de Abrahán, se dice: “Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y ofrécemelo en sacrificio”. A su vez, de Jesús, contemplado en el misterio de su transfiguración, la voz de la revelación declaraba: “Éste es mi Hijo amado; escuchadle”. Y el apóstol nos recuerda lo esencial de nuestra fe: “Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros”. Se trata de hijos únicos, amados y, por amor, entregados.
Para que no te escandalice lo que Dios pide a Abrahán, mira al Hijo que a ti Dios te entrega. Verás que ese Hijo, sacrificado, no te revela la medida de una crueldad sino un amor sin medida, no te pone delante el horror de una inmolación sino la gracia de una obediencia, no te deja cautivo de tu propia muerte sino heredero de su misma vida.
Con todo, la contemplación de esa vida que se te da, de la obediencia por la que se te da, del amor con que se te da, no hace inútil sino necesaria la contemplación del altar sobre el que todo se te ofrece, y una mirada afectuosa y creyente a la cruz desde donde el Hijo de Dios, el único, el amado, te llama, te atrae y te sostiene con su diestra.
Ahora también tú, con preguntas que llevan implícita la respuesta, puedes, guiado por la fe, entrar en la casa de la confianza: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” El que hoy te entrega su palabra para que la guardes, el que te ofrece el Cuerpo y la Sangre de su Hijo para una comunión de vida contigo, “¿cómo no te dará todo con él?, ¿quién acusará?, ¿quién condenará?
Mide, si puedes, la grandeza de ese amor que se te revela en Cristo Jesús; entra humilde en el misterio de lo que es Dios para ti y de lo que eres tú para Dios. Si te ha alcanzado la luz de ese misterio, si hoy por la fe y la comunión te envuelve y te ilumina la gloria de Cristo resucitado, entonces sabrás, qué significa para Dios el emigrante, el excluido, el parado, el desahuciado, ¡el hombre!, los pobres a quienes, ciego de amor, Dios ve y bendice como hijos en su único Hijo.
Es hora de que la comunión eucarística se nos vuelva pasión por los pobres, deuda con los amados de Dios, compromiso con el cuerpo de Cristo. Si alguien, después de comulgar, aún ve razonable que se refuerce con cuchillas una frontera, o pide que se despliegue contra los pobres la milicia creada para mantener la paz en un territorio, ése no habrá comulgado con Cristo sino con piedras de molino, y en el día de la verdad será contado entre los malditos por haber ignorado la necesidad del Hijo de Dios, del único, del amado.
Feliz domingo de la transfiguración.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger