domingo, 26 de agosto de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 21º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN JUAN 6,6 1-70
    "En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
    Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues sabía Jesús desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar.  Y dijo: Por eso os he dicho que nadie viene a mí, si el Padre no se lo concede.
    Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
    Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios."
 
                                                 ***             ***             ***
    Tras la “propuesta eucarística” (Jn 6,51-58), también en el círculo de los discípulos surgen la crítica y las defecciones. Les parecía un lenguaje radicalizado, sin precedentes. ¡Y en realidad así era! Pero Jesús no da marcha atrás; aclara que su seguimiento, y la comprensión de su palabra y de su persona no se hacen desde la carne y la sangre sino desde la revelación del Padre. Y la pregunta a los Doce, al círculo de intimidad, supone la necesidad de clarificación y decisión libre y personal. La respuesta de Pedro es luminosa: ¡No hay alternativa salvadora a Jesús!
REFLEXIÓN PASTORAL
    "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44).  Quizá lo hemos olvidado: ser cristiano es una gracia, un don de Dios. ¡Hemos sido agraciados! Sin embargo, ¡qué difícil resulta reconocer en nuestros rostros inexpresivos y cansinos el gozo de creer! Si profundizáramos en esa verdad, cómo cambiaría nuestro modo de ver y vivir la vida.
    Porque no hemos alcanzado nosotros a Dios, sino que es Dios quien nos ha alcanzado a nosotros. Nuestra fe en Dios no es sino la respuesta  a la fe que Dios tiene en nosotros. Sí, Dios es también creyente: cree en el hombre, en cada hombre, hasta el punto de dejar en manos de cada uno de nosotros la posibilidad y la libertad de reconocerlo como Dios y Señor; la posibilidad y la responsabilidad de seguirle o abandonarle.
     De esto nos habla hoy la palabra de Dios: la respuesta a la fe es algo que hay que renovar y concretar cada día. Cada momento, cada estado y situación de vida, como nos recuerda la segunda lectura, es una oportunidad de configurar la vida desde Cristo, de vivirlos desde la fe.
     No podemos dejar que envejezcan los motivos de nuestra fe. No podemos vivir el hoy  desde el ayer.  Como a los israelitas, también a nosotros se nos pone en la disyuntiva, en la alternativa de escoger a qué Dios queremos servir; sabiendo que es imposible servir a dos señores (cf. Mt 6,24)
    Vivimos tiempos de ídolos, antagonistas declarados o camuflados del Dios verdadero. Nuestra vida discurre en una profunda contradicción: la de confesar teóricamente a Dios, para desplazarlo después en la vida real a espacios insignificantes e irrelevantes; la de decir que le amamos sobre todas las cosas, para que después cualquier cosa sea un pretexto para no amarle sobre todo. O lo que es más grave aún: la de caer en la tentación de hacernos un dios a nuestra medida, que legitime y tranquilice nuestra mediocridad.
     No es la idolatría una característica exclusiva de las culturas primitivas. Nuestra sociedad, que reclama y proclama la secularización, no ha podido, en la práctica, sortear los riesgos ni sustraerse a los reclamos seductores de los ídolos, que, aunque más sofisticados en sus formas, no son menos “vacíos”, y sí más peligrosos que las rústicas manufacturas de los antiguos.
    El dios poder-dinero-placer (la nueva trinidad), con su cortejo de ídolos menores, sus “templos”, sus “evangelios” y sus “apóstoles” configuran la nueva religión. Y así, a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos vamos convirtiendo en víctimas del consumo. Retiramos nuestros sacrificios del altar de Dios, para inmolar nuestras vidas a los ídolos del egoísmo y el materialismo.
    Ya hace muchos años resonó esta advertencia: “Tened mucho cuidado... No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto… Reconoce  hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (Dt 4,15-20. 39-40).
    Es posible la idolización, al menos práctica, de algunas dimensiones de nuestra existencia y de nuestro entorno. Es posible vivir referidos prácticamente a un dios distinto del profesado teóricamente. Es posible…, pero no es correcto, porque “¡No hay otro!”. El reto de Josué es una llamada de alerta:"Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quien queréis servir...".
     El evangelio nos presenta una situación parecida: superado el entusiasmo de los primeros días, ante las inequívocas exigencias de Jesús, comienzan los abandonos "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él".  Pero Jesús no se desdice, no recorta su mensaje: "¿También vosotros queréis marcharos?". 
     Una pregunta válida para nosotros. Porque hay muchos tipos de abandono. No abandonan solo los que se van: hay muchas presencias que son ausencias; presencias rutinarias, indefinidas...
     No basta con estar, ¡hay que saber estar! Lo advirtió Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15,8). Y todos estamos expuestos a la tentación, si no de abandonar abiertamente, sí de distanciarnos un poco de las exigencias del Evangelio; de replegarnos hacia posiciones de comodidad y tibieza, hasta donde nos conviene...
     Examinemos nuestra situación; revisemos y corrijamos, si es necesario, nuestra orientación para poder decir con verdad, como los antiguos israelitas: "Lejos de nosotros abandonar al Señor”, o como el Apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".
REFLEXIÓN PERSONAL
 .- ¿Vivo la fe desde el ayer o desde el hoy?
 .- ¿Qué ídolos lastran mi vida?
 .- ¿Gozo y experimento qué bueno es el Señor?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 19 de agosto de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 20º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN JUAN 6, 51-59
                                                  
    "En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.
    Disputaban entonces los judíos entre sí: ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
    Entonces Jesús les dijo: Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come de este pan vivirá para siempre."
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    Continúa la liturgia presentando el discurso de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún, destacando en este fragmento el llamado discurso eucarístico, conectado con la presentación de Jesús como el pan de la vida. Su lugar original parece que encajaría mejor en el momento de la Última Cena; pero allí Juan hizo la opción de presentar otra visibilización del amor de Dios: el lavatorio de los pies. La propuesta de Jesús es no solo novedosa sino escandalosa. Jesús no se impone, se ofrece, pero advierte que rechazarle es una opción por la muerte. La encarnación del Hijo de Dios en el hombre y por los hombres solo hallará su plenitud cuando esa encarnación se realice en cada hombre. Y eso es la comunión eucarística: encarnar al Hijo de Dios en la propia carne, y encarnar la propia carne en la carne del Hijo de Dios. En Jesús descansa y halla su plenitud la oferta, el banquete, la gran propuesta de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Continúa la liturgia presentándonos como tema central de la palabra de Dios el llamado discurso eucarístico del evangelio según san Juan. Este domingo con resonancias peculiares. Y nos invita a un profundo discernimiento de la vida y de los dones de Dios.
    Dicernir es una invitación a la vigilancia; a buscar ante todo el Reino de Dios y su justicia; a anhelar las cosas de arriba; a hacer luz en la maraña de las urgencias humanas que nos solicitan; a silenciar reclamos tentadores de auto-realización para escuchar la palabra de la cruz; a vivir disponibles para que los otros encuentren en nosotros la apertura necesaria para sus angustias, esperanzas y alegrías.
    Discernir, en última instancia, es un modo seguro de realizar la conversión.  El discernimiento es un don del Espíritu Santo (1 Cor 12,10).
    La primera lectura, del libro de los Proverbios, es como un avance profético del misterio eucarístico. Dios, en su Sabiduría, ofrece su banquete a todos los hombres: “Venid a comer mi pan…”. “Gustad qué bueno es el Señor” (Sal 34,9).  
    En el evangelio, Jesús se hace banquete: “Yo soy el pan de la vida”; alimento insustituible, imprescindible para vivir y profundizar la comunión con Cristo.
     Ante tal propuesta los judíos, la sabiduría humana, quedó desconcertada y escandalizada: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”.
     Nosotros, quizá, no nos extrañamos porque, insensiblemente, nos hemos habituado y hemos convertido en rutina esa audacia de Jesús.
    ¡No estaría mal que también nosotros recuperáramos la sorpresa, la admiración, ante esta realidad, que está llamada a ser diaria, pero no rutinaria, en nuestra vidas! Porque la Eucaristía es sorprendente.
     Jesús nos dice que la comunión eucarística no es una cuestión menor; es cuestión de vida o muerte. “Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”.
    Implica encarnar a Cristo en la propia carne; la comunión es una prolongación de la Encarnación. Hay que comer su carne y beber su sangre, hay que hacer nuestra su carne y su sangre, y hacer suya nuestra carne y nuestra sangre, es decir, nuestra vida, y esto no es solo “comulgar” sacramentalmente, sino existencialmente con la carne y sangre de Cristo. ¿Y dónde está hoy su carne y su sangre? “¿Cuándo te vimos?” “Tuve hambre…”, por ahí pasa la comunión con la carne y sangre de Cristo. Comer su carne y beber su sangre no es solo ligarnos intensamente a su causa, sino ligarle a él a la nuestra y a la causa del hombre. Y eso ya desde la “primera” comunión. Solo así viviremos en él y tendremos su vida eterna.   
     La comunión eucarística es donde alcanza su máxima cota de intimidad la relación del creyente con Cristo. “El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. La comunión eucarística es la única posibilidad para una existencia verdaderamente cristiana. “El que me come, vivirá por mí”.
     Una expresión con doble lectura. “El que me come, vivirá por mí”, es decir, recibirá vida de mí; yo seré su vida. Y, también, “el que me come, vivirá por mí”, es decir, existirá para mí; yo seré su referencia vital. Y es que en la Eucaristía Cristo se manifiesta como el origen y el sentido de nuestra vida.
     Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía” (Lc 22,19) fue la recomendación de Jesús. Y no es una invitación ritual, sino vital. No se trata tanto de repetir unos ritos sino de interpretar y recrear la vida al estilo de Jesús, en clave de donación y de entrega. Pero esto solo es posible desde Él y con Él. 
         Por eso, san Pablo nos invita, en la segunda lectura, a celebrarla constantemente, con sentido eclesial. “Celebrad constantemente la Acción de Gracias a Dios Padre, por todos, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”; pero con discernimiento: “Fijaos bien cómo andáis…, dejaos llevar por el Espíritu”. Pues no se trata de una celebración cualquiera. Acojamos este mensaje e introduzcámoslo en nuestra vida.

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son mis criterios de discernimiento?
.- ¿Qué discernimiento hago de la Eucaristía?
.- ¿Vivo la comunión como encarnación o solo como devoción?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 12 de agosto de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 19º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN JUAN 6, 41-52
                                                  
    "En aquel tiempo criticaban los judíos a Jesús porque había dicho “Yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre?, ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
    Jesús tomó la palabra y les dijo: No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: “Serán todos discípulos de Dios.”
    Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende, viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
    Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo."
                                           ***             ***             ***
         Continuamos en el discurso eucarístico del cap. 6 de san Juan. El acceso a Jesús no se origina desde la carne ni la sangre, sino desde el Padre, desde la fe. Él, Jesús, es el pan de la vida que cura las hambres más profundas del hombre y fortalece sus debilidades. 
REFLEXIÓN PASTORAL
    "Gustad y ved qué bueno es el Señor... (Sal 34,9). Es la gran experiencia cristiana - debe serlo -. La hizo Pedro ("¡Qué bueno es que estemos aquí!" Mt 17,4); Pablo ("Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo" Flp 3,8); Teresa de Jesús ("Quien a Dios tiene nada le falta..."); Francisco de Asís ("Dios mío y todas mis cosas").
     El mundo, nuestro mundo, está cada vez más saturado y más insatisfecho, porque las capacidades más hondas del hombre no se colman con sucedáneos ni con productos efímeros, que llevan necesariamente gravada la fecha de caducidad. ¡Y ésa, desgraciadamente, es nuestra más frecuente y principal dieta: productos perecederos que no sacian y, además, estropean el gusto, el buen gusto.
     "Gustad y ved qué bueno es el Señor" no es una llamada sentimental ni al sentimentalismo; es una invitación a adentrarse en el misterio de Cristo, en su conocimiento y seguimiento. Es una gracia, pues "nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44); se requiere una sabiduría "escondida, misteriosa", que supera las capacidades humanas de comprensión (cf. 1 Cor 2,7). Por eso muchos miran sin ver, porque solo "tu luz nos hace ver la luz" (Sal 36,10).
     Y ¿desde dónde hacer esa experiencia de Dios? La Sagrada Escritura nos muestra uno de esos espacios privilegiados: La Eucaristía. Aquí se nos ofrece la posibilidad de gustar y ver qué bueno es el Señor.
      No fue la Eucaristía una ocurrencia de última hora; fue algo muy madurado por Jesús. Nació de su corazón. El amor tiene necesidad de dar: es, por definición, don. El que ama tiende a dar cosas, incluso las que más aprecia, hasta, si es posible y necesario, darse. Pero, además, el amor desea  quedarse. La ausencia es el gran tormento del amor.
     En la hora de los "adiós" se dejan cosas que suplan la presencia y llenen la ausencia: un regalo, una foto... No importa lo que sea, pero siempre es algo en que se pone lo mejor de uno mismo "para que te acuerdes de mí", decimos.
     Pues bien, Jesús "sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1) sintió deseos de quedarse con nosotros dándose a sí mismo en comida y bebida. Y ¿por qué? "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
      Siendo sapientísimo no supo inventar cosa mejor; siendo todopoderoso, no pudo  hacer nada mejor ni hacerlo mejor; siendo riquísimo, no pudo hacernos mejor don que el de sí mismo. Ahí está el misterio de la Eucaristía.
     Por eso cada vez es más urgente un discernimiento del uso que hacemos del Cuerpo y la Sangre del Señor. Comulgar es interiorizar a Cristo en nuestra vida; es una adhesión cordial y práctica al amor y al proyecto de Jesucristo.  Por eso antes de comulgar se proclama el Evangelio (para saber a quien nos unimos sacramentalmente), y por eso recibimos a Cristo después de la proclamación del Evangelio (para que con la fuerza de Jesús podamos cumplirlo). El concilio Vaticano II sintetizó muy bien estos aspectos de la celebración eucarística, donde los fieles nutren su espíritu "con el pan de la vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo" (DV 21).
      Comulgar con Cristo es “peligroso” y “maravilloso”: supone asumir sus actitudes, su proyecto, sus opciones.  No es una devoción piadosa.
     Una pastoral poco discernida ha convertido la comunión, ya desde la “primera”, en un acto devocional, intimista, carente de proyección vital. La comunión sacramental eucarística hoy está demandando discernimiento personal y pastoral (1 Cor 11,27-29).
     No se trata de alejar a nadie, estableciendo barreras de elitismo religioso. Para comulgar no hay que “saber” mucho, sino “ser” y “sentirse” pobre; no estar saturado, sino tener hambre y sed de justicia. La comunión sacramental con Cristo debe ser una comunión real con su vida y con su proyecto.
     Y como el profeta Elías (1ª lectura), necesitamos ese alimento para recorrer el camino de la vida, y hacer frente a los retos y dificultades que necesariamente habremos de encontrar. Pues Cristo no nos prometió un camino fácil; nos prometió que no estaríamos solos en el camino.
         "Gustad y ved qué bueno es el  Señor" ¡Que el Señor nos conceda esta experiencia!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuáles son los nutrientes de mi vida cristiana?
.- ¿Con qué frecuencia me acerco a la mesa de la Eucaristía?
.- ¿Siento en mí y manifiesto en mí las marcas del Espíritu?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

viernes, 10 de agosto de 2018

domingo, 5 de agosto de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 18º del TIEMPO ORDINARIO

  SAN JUAN 6, 24-35
    "En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, se embarcaro y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
    Jesús les contestó: Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura, dando visa eterna, el que os dará el Hijo del Hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre Dios.
    Ellos le preguntaron: ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?
    Respondió Jesús: Este es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que él ha enviado.
     Ellos le replicaron: ¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: “Les dio a comer pan del cielo.”  Jesús les replicó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.
    Entonces le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan.
    Jesús les contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed."
                                          ***             ***             ***
     Jesús deshace malentendidos. En la búsqueda el hombre ha de estar bien orientado. La obra de Jesús debe ser comprendida correctamente: comienza dando pan para darse luego él como el pan verdadero; él es el verdadero maná de Dios. El alimento necesario para hacer la travesía del desierto de la vida.
REFLEXIÓN PASTORAL
    
      "No andéis ya, como es el caso de los gentiles en la vaciedad de sus criterios... Renovaos en la mente y en el espíritu".
     Si en la pasada fiesta de Santiago celebrábamos un aspecto importante de nuestra dimensión religiosa: la fidelidad a la tradición; hoy, la liturgia nos recuerda otro aspecto igualmente importante: la necesidad de la renovación constante de nuestros criterios y actitudes, para lo que, según san Pablo, se requiere un discernimiento profundo del entorno y una entrega total y generosa al proyecto de Dios sobre nosotros: "No andéis ya, como es el caso de los gentiles en la vaciedad de sus criterios".
      El cristiano no solo debe poseer criterios propios y personales, este es un deber y un derecho de toda persona, sino criterios peculiares, en coherencia con su fe. Y aquí es donde puede surgir el conflicto. La peculiaridad cristiana puede chocar, y de hecho choca, con la vaciedad de criterios que configuran nuestro entorno...   Y, procediendo así, puede que seamos tachados de intolerantes, inadaptados, insolidarios..., en un intento de reducirnos a comparsa, cuando por vocación estamos llamados a ser luz, sal y fermento (Mt 5,13.14; 13,33).
       "Tened  entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús" (Flp 2,5). Cristianizar nuestra vida, comenzando por cristianizar nuestros criterios de vida, dejando que el Espíritu de Dios renueve nuestra mentalidad.
      El evangelio nos ofrece esa oportunidad de renovación. Después de la multiplicación de los panes una multitud busca a Jesús, pero él deshace el equívoco: "...Me buscáis porque habéis comido pan hasta saciaros".  Creían haber encontrado la solución, la respuesta  a sus inquietudes, a sus necesidades  y problemas..., olvidando que Jesús es, más bien, pregunta, inquietud y proyecto; y que el hombre no solo vive de pan... En realidad no buscaban al Señor, se buscaban a sí mismos.
      No es infrecuente entre nosotros una concepción utilitarista de la fe y de Dios. Buscamos los dones de Dios, más que al Dios de los dones. Y Dios no está junto al hombre solo cuando las piedras se convierten en pan; está también, y sobre todo, cuando las piedras continúan siendo piedras, y el pan hay que sudarlo, sufrirlo y hasta ayunarlo. La fe cristiana no es la religión del éxito humano, sino la de la resurrección a través de una muerte real y dolorosa al "hombre viejo corrompido por sus apetencias seductoras" y por criterios vacíos.
     Hoy se nos invita, más aún, se nos exige una profunda renovación interior, pero esta solo será posible si nutrimos nuestra vida con el alimento que perdura, el Cuerpo y la Sangre del Señor.
         "Trabajad, nos dice Jesús, no por el alimento que perece, sino por el que perdura...; el que os dará el Hijo del hombre".

REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Renueva el Espíritu mi mentalidad?
.- ¿Estoy en el trabajo que Dios quiere: la fe?
.- ¿Qué busco en la vida y con qué la alimento?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.