sábado, 27 de agosto de 2011

DOMINGO 22 DEL TIEMPO ORDINARIO (San Mateo, 16, 21-27)



"En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo:
-- ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús se volvió y dijo a Pedro:
-- Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
Entonces dijo Jesús a sus discípulos:
-- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta."

TENGO SED DE DIOS, DEL DIOS VIVO:

El creyente sabe que Dios no es para él una idea, pues lo ha conocido como fuego que abrasa, como caudal inagotable y limpio de agua que refrigera. El creyente no se acerca a Dios para pensarlo, sino para abrasarse en su fuego, para apagar en Dios la sed, y sólo dejará de agitarse cuando Dios sea para él el aire que respira, la luz que lo ilumina, la dicha que lo posee.
“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Éste es hoy el estribillo de nuestro salmo responsorial: palabras de fe, palabras verdaderas sólo para quien haya conocido al Señor, sólo para quien haya experimentado su fuerza y su gloria, su gracia y su amor.
“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Nuestra oración expresa a un tiempo plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda. El orante –Jeremías, el salmista, Jesús de Nazaret, la asamblea eucarística, la Iglesia entera- madruga por Dios para buscarlo mientras Dios camina con él y lo sostiene; tú tienes sed de Dios, aunque todo tu ser está unido a él; tienes ansia de Dios, ¡y cantas con júbilo a la sombra de sus alas! Dios es caudal inagotable de agua, y en su presencia nosotros somos siempre “como tierra reseca, agostada, sin agua”.
“Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”. Las palabras de tu oración han puesto a Dios en el centro de tu vida: “Tu amor me sacó de mí. A ti te necesito, sólo a ti. Ardiendo estoy día y noche, a ti te necesito, sólo a ti… Tu amor disipa otros amores, en el mar del amor los hunde. Tu presencia todo lo llena. A ti te necesito, sólo a ti” (Versos del poeta sufí Yunus Emre (1238-1320?), pues “tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios vivo y verdadero”. ¡Plenitud y vacío, cercanía y ausencia, conocimiento y búsqueda!
De ti, Señor, dice tu profeta: “Me sedujiste, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste”. Lo cautivaste, Señor, con el atractivo de tu palabra, lo cegaste con el resplandor de tu belleza, y así lo llevaste a tu luz y a su noche, a tu fuego y a su oprobio, a tu gloria y a su cruz.
Considera la noche del profeta: “Yo era el hazmerreír todo el día; todos se burlan de mí… La Palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día”. Considera la noche oscura de Jesús: “Los que pasaban por allí le insultaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el santuario y en tres días lo levantas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz! Igualmente los sumos sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él, diciendo: A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora, si es que de verdad le quiere”. Ahora ya puedes, Iglesia de Dios, mirarte a ti misma en el espejo de Cristo, pues otra cosa no eres que el cuerpo del Hijo que todavía está subiendo a Jerusalén, a su noche, al sufrimiento, a la muerte, a la vida. Mírate a ti misma en el espejo de los pobres, que otra cosa no son que el cuerpo de Cristo, tu propio cuerpo, subiendo a la noche de sus angustias. Si estabas sedienta de Dios porque habías conocido su bondad y su hermosura, su gloria y su poder, ahora que has experimentado la noche, la de Cristo, la de los pobres, tu propia noche, eres delante de Dios como “tierra reseca, agostada, sin agua”. Tenías sed, y la noche hizo que la sed te devorase, hasta hacer de ti pura sed de Dios. Feliz domingo.


+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

VISITA DE PEREGRINOS




El jueves pasado, día 25, nos visitó un grupo de peregrinos de Santo Domingo (República Dominicana) que pertenecen al Camino Neocatecumenal, y participaron en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid. Compartimos oración, testimonios, cantos, inquietudes... Fue una visita muy agradable, y todos han quedado ya en nuestro corazón de Clarisas.

lunes, 15 de agosto de 2011

DÍAS EN LA DIÓCESIS (II)






Grupos de jóvenes que han estado en nuestra diócesis, como preparación para la JMJ y nos visitaron ayer en la tarde.

DÍAS EN LA DIÓCESIS (I)

Las jóvenes que acogimos en nuestra hospedería y las voluntarias que las han acompañado durante estos días.




domingo, 14 de agosto de 2011

DOMINGO 20 DEL TIEMPO ORDINARIO (San Mateo 15, 21-28)



En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle:
-- Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.
Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
-- Atiéndela, que viene detrás gritando.
Él les contestó:
-- Sólo me han enviadlo a las ovejas descarriadas de Israel.
Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas:
-- Señor, socórreme.
Él le contestó:
-- No está bien echar a los perros el pan de los hijos.
Pero ella repuso:
--Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.
Jesús le respondió:
-- Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.
En aquel momento quedó curada su hija.

LOS TRAERÉ A MI MONTE SANTO:

A la Iglesia, amada de Dios: Paz y Bien.
“Así dice el Señor: -A los extranjeros los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa, aceptaré sobre mi altar sus ofrendas”. Las palabras de la profecía desvelan al creyente un proyecto que, por ser de Dios, ha de considerarse más cierto, más fundado y más real que lo ya acontecido, pues Dios sueña lo que ama y hace lo que sueña.
Considera en primer lugar la acción que el Señor va a realizar: “A los extranjeros los traeré, los alegraré, aceptaré sus ofrendas”.
Lo primero que va a hacer el Señor es “traerlos”. El espíritu de Dios los llamará, su palabra poderosa los convocará, su brazo invencible los reunirá, y formarán una asamblea sorprendente, una comunidad novedosa, una Iglesia de “hijos de forastero”.
“Los alegraré”: El Señor los traerá para alegrarlos, los reunirá para que participen en la fiesta de la salvación.
“Aceptaré sus ofrendas”: Dios mirará holocaustos y sacrificios de los extranjeros, como había mirado el sacrificio de Abel, como se había complacido en el sacrificio de Noé, como había aceptado el sacrificio de Abrahán. “Aceptaré sus ofrendas”, dice el Señor, y esa revelación da razón de la alegría, ése es el evangelio que da razón de la fiesta.
Considera ahora el lugar donde todo acontece: “Mi monte santo”, “mi casa de oración”, “mi altar”. Es un único y mismo lugar, el monte Sión, la ciudad del gran Rey, la morada del Altísimo, su templo, su altar, la casa donde los hijos del forastero se alegrarán con el Dios de Israel, y donde el Dios de Israel recibirá complacido a los hijos del forastero, casa de Dios, casa de oración para todos los pueblos. En esa casa, en el lugar de la oración, la fe intuye que encontrará la abundancia del paraíso y de la tierra prometida, la alegría de la comunión restablecida, la fiesta de un encuentro ardientemente deseado, la dicha de la alianza renovada.
Ahora, Iglesia santa, ya sabes lo que significan las palabras de tu canto responsorial. Mientras el salmista decía: “El Señor tenga piedad y nos bendiga”, tu corazón recordaba: “Los traeré a mi monte santo”. El salmista proseguía: “El Señor ilumine su rostro sobre nosotros”; y tu mente se recreaba en la palabra del Señor: “Los alegraré en mi casa”. El salmista añadía: “Conozcan los pueblos tu salvación”; y todo tu ser desbordaba de gozo con el Señor, porque él, tu Dios, había querido mirar complacido tu ofrenda. Mientras el salmista te invitaba a entonar un canto de alegría, el Señor ya había puesto en ti la alegría para ese canto. “Riges la tierra con justicia”, decía el salmista, “riges los pueblos con rectitud”, “gobiernas las naciones de la tierra”, y, al escuchar su salmo, el corazón te devolvía el eco de la palabra de tu Dios: “Los traeré a mi monte santo”, “los alegraré en mi casa”, “aceptaré sus ofrendas”.
Con todo, no hemos hecho más que asomarnos al misterio que hoy se nos revela. El evangelio de este domingo nos guiará con su luz al centro mismo del sueño de Dios. Has oído que allí se hablaba de una mujer cananea, una pagana que para el pueblo de Dios era sólo una “hija de forastero”. Esta mujer, empujada por la fuerza de su pobreza y de su fe, grita detrás de Jesús el estribillo de la propia miseria. Sólo lleva con ella su pobreza, su fe y su grito, y allí, en Jesús, encontrará lo que desea, lo que espera, lo que pide, lo que grita; allí encontrará con la salvación la alegría, con la liberación la fiesta, con Jesús todo lo que el Dios de Israel puede dar.
Ahora, Iglesia creyente y pobre, ya puedes dejar las figuras por la realidad. Olvida el monte Sión, el templo de Jerusalén, su altar de los holocaustos, y haz memoria de Cristo resucitado. Él es el monte santo donde Dios habita; él es la casa donde Dios nos alegra; su cuerpo es el altar donde Dios acepta nuestras ofrendas. Deja que resuenen de nuevo en tu corazón las palabras de la profecía: “Los traeré a mi Hijo”, a mi monte santo, a la sala de mi festín, al banquete de la eucaristía; “los alegraré en mi Hijo”, en mi casa, en mi Iglesia, en mi asamblea santa, allí los atenderé, allí los liberaré, allí les haré ver mi salvación; “aceptaré sus ofrendas en mi Hijo” y volverán a sentir el gozo de la amistad con Dios, la fiesta del encuentro, la dicha de una alianza eterna.

***
Lo que precede lo escribí hace tres años.
Hoy, la celebración ya cercana de la Jornada mundial de la Juventud me parece un icono de la asamblea santa y única que el profeta anunció, y que Dios, con la fuerza del Espíritu, ha convocado en el cuerpo de su Hijo: “Así dice el Señor: -A los extranjeros los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa, aceptaré sobre mi altar sus ofrendas”. En Madrid podremos ver una comunidad de hombres y mujeres alcanzados por la gracia de Dios, una comunidad de “hijos de forastero” que, como la mujer cananea, se sentaron por la fe a la mesa de los hijos de Dios y gustaron la alegría de la salvación.

***.
Iglesia creyente y pobre, que has comido el pan de los hijos en la mesa de Dios, no dejes de ofrecer a tu Dios, a sus pobres, en tu mesa, la salvación que necesitan.

Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

jueves, 11 de agosto de 2011

CLARA, ICONO DE MARÍA



Santa Clara, siempre tan llena de belleza, también ha sido comparada con la Virgen María con el título de “Icono de María”: ¡el más alto elogio!
Clara no puede separar a la Virgen Santísima del misterio de Cristo, considerándola el medio indispensable que escogió el Eterno Padre para darnos a su Hijo Santísimo. Se manifiesta perfecta discípula de la escuela de María. Se fija en la Virgen para seguir sus pasos en el camino del amor a Cristo, tanto en Belén como en Nazaret, y en toda su vida.
El mismo San Francisco ve en Clara el ideal de la “cristiana” perfecta de la Esposa del Espíritu Santo, imagen de la Santísima Virgen María.
Como Ella es también santa Clara “la virgen orante”. ¡Con qué desbordante gozo festejaba, como Francisco, “al Niño de Belén”! Y al mismo tiempo lo adoraba como a Hijo del Altísimo y de la Virgen María, que lo acogió “en el estrecho claustro de su vientre virginal”. Santa Clara quedaba embelesada ante “Aquel santísimo y amadísimo Niño, envuelto en pobrísimos pañales y reclinado en un pesebre, y de su Santísima Madre”. “¡Oh admirable humildad! ¡Oh asombrosa pobreza! –exclamaba- el Rey de los ángeles, Señor del cielo y de la tierra, reclinado en un pesebre!”.
Y así ve a la Santísima Virgen asociada íntimamente a todos los misterios de su Hijo.
Santa Clara se muestra “virgen creyente y oferente”, al entregarse generosamente e incondicionalmente al Señor, a ejemplo de María, a quien contemplaba siempre abierta a los planes de Dios. Y así la proponía a sus hijas (a la Virgen María) como modelo de entrega a Dios y fidelidad a Cristo, siendo ella, Santa Clara, imitadora perfecta de esta “Madre dulcísima” María.
“Llégate a esta dulcísima Madre –aconsejaba-, que engendró a un Hijo que los cielos no podrían contener…”
Y la invoca como protectora e intercesora para sus Hermanas Pobres en el Testamento y en su última Bendición. En todos sus escritos tiene la Virgen María un puesto muy destacado. Y la Virgen correspondió siempre a este amor.
Por fin, Santa Clara tuvo el gran consuelo de ser visitada por la Santísima Virgen, que la besó dulcemente y la llenó de alegría en los últimos momentos antes de su tránsito al cielo.

miércoles, 10 de agosto de 2011

CLARA, MUJER CARISMÁTICA



1.- LA SANTA UNIDAD
De la contemplación y amor tan ardiente de Santa Clara a Cristo Jesús se deriva su amor a la Iglesia, que era muy grande, y también el cúmulo de todas las virtudes que la adornaron.
Clara vive en fraternidad, vive con las hermanas “la santa unidad” y tiene la experiencia de lo que dice el salmo: “Ved qué dulzura, qué delicia convivir los hermanos unidos” (Salmo 132).
Tiene muy en cuenta las palabras de Jesús en el Evangelio sobre el mandato muevo del amor:
“Amaos los unos a los otros como yo os he amado… Padre Santo… que todos sean uno, como Tú, Padre, estás en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros…. Que sean completamente uno.”
¡Con qué insistencia suplica Jesús al Padre, para que los suyos estén unidos! Y se lo pide en la última hora de su vida, como una especie de garantía para que todos perseveren en su amor.
San Gregorio de Nisa comenta así este precioso pasaje evangélico:
“El Señor aseguró a los discípulos que así ya no se encontrarían divididos por la diversidad de opiniones al enjuiciar el bien, si no que permanecerían en la unidad, vinculados en la comunión con el sólo y único Bien. De este modo, unidos en el Espíritu Santo y en el vínculo de la paz, habrían de formar todos un solo cuerpo y un solo espíritu… Este es el principio y el cúlmen de todos los bienes”
Son ideas muy afines a las de Santa Clara que insertó en su Regla este consejo:
“Sean solícitas las hermanas de guardar unas con otras la unidad del mutuo amor que es vínculo de perfección”
Ella, viviendo tan hondamente el Evangelio dio siempre una importancia extraordinaria a la “Santa unidad” de las hermanas, y la practicó con el mayor esmero.
En este punto podemos considerar el amor de nuestra Madre hacia el misterio de la Santísima Trinidad, en su esencia de Dios único en TRES Personas: es el modelo acabado de Santa Unidad ¡Dios-Amor!
Así para Santa Clara, cada hermana que recibe en el convento es una gracia del Señor, y en todas ve reflejada la belleza y la bondad de Dios, procurando ser para todas ellas como un mensaje de amor, de sencillez y de alegría. Forman una comunidad evangélica: juntas oran; juntas trabajan; juntas sufren; juntas se recrean oportunamente… Clara precede en todo a sus hijas y con sus ejemplos las arrastra.
Tengamos, por último, en cuenta sus consejos de inapreciable valor, que nos dejó, en este sentido de la “santa unidad”.
En su Testamento, que es uno de los documentos más importantes para nosotras, dice así la Santa Madre:
“Amándoos mutuamente en la caridad de Cristo, mostrad exteriormente lo que interiormente tenéis, a fin de que estimuladas las Hermanas con este ejemplo crezcan siempre en el amor de Dios y en la recíproca caridad.”

2.- LA CARIDAD FRATERNA
Santa Clara se desvivió siempre por las Hermanas.
Fue diligentísima en la exhortación y cuidado espiritual de las Hermanas, manifestándose ante ellas con alegría constante. Nunca estaba alterada, si no con mucha mansedumbre y benevolencia las reprendía con amor. Era admirable la humildad, la afabilidad y la dulce paciencia con que las trataba, según el testimonio de las hermanas que convivieron con ella.
Deseaba ver a todas con alegría y paz, pues “amaba a las Hermanas como a sí misma” y quería imitar en lo posible, que sintieran angustia, soledad o desamparo, pues consideraba que la tristeza y el desánimo eran tan perniciosos para las Hermanas que no quería que ninguna se sintiera bajo su influencia. Por eso, las animaba con estas palabras:
“ ¡Alegraos siempre en el Señor, hijas carísimas! Y no permitáis que nuble vuestro corazón sombra alguna de tristeza”.
Y así se hallaba cercana a todas ellas para animarlas y consolarlas en cualquier pena o amargura, pues: “Era ella la que confortando los corazones de las Hermanas, los reanimaba amorosamente con el antídoto de un consuelo ininterrumpido”.
Por otra parte, su vida estuvo sembrada de prodigios y milagros, también en favor de sus mismas hijas, como ellas mismas han testificado en el proceso de canonización.
Así en una ocasión multiplicó el aceite, e igualmente multiplicó el pan; se mostraba con gran cariño y alegría al hacerlas cualquier servicio, como lavarles los pies, o cubrirlas por la noche en el lecho, visitándolas para que descansaran sin pasar frío. Ella misma las despertaba a media noche para el Oficio de Maitines, y también al amanecer para la oración de la alabanza.
Cuando caían enfermas, Clara apenas tiene medicinas, pero tiene para sus hijas del alma, su amor y su fe: la señal de la cruz salvadora que trazaba sobre ellas, y las curaba de sus dolencias. Recordemos algunos ejemplos:
Sor Pacífica declaró que en una ocasión curó haciendo sobre ellas la señal de la Cruz a cinco Hermanas enfermas, entre ellas a ella misma. Sor Bienvenida dijo que habiendo ella perdido la voz hasta no poder apenas hablar, la visitó la Santa Madre, y haciendo sobre su garganta la señal de la Cruz quedó curada, recobrando la voz completamente. Sor Amada recordó que estando ella gravemente enferma de hidropesía, fiebre y tos, con dolor de un costado, vino Santa Clara e hizo con su mano sobre la enferma la señal de la Cruz e inmediatamente se sintió curada. Preguntada sobre las palabras que decía la santa, respondió que, habiéndola puesto encima la mano rogó a Dios la librase de aquella enfermedad, si era mejor para su alma. Y así de repente, quedó curada.
Son muchísimos los ejemplos de este tipo de curaciones (cfr. Proceso de canonización).
La fama de santidad de Clara era tan grande que se había extendido también fuera de los muros de San Damián; acudían a ella enfermos de todos los contornos de Asís, para ser curados por la santa. Ella llena de compasión y misericordia hacia los pobres enfermos, curaba sus dolencias con el signo bendito de la cruz.
La señal de la Cruz para Santa Clara es el signo de su amor, y ve en ella el signo de victoria de su Dios Crucificado y Resucitado, e hizo mediante este signo incontables milagros. Considera la Cruz no como señal de muerte y de derrota, sino como anuncio de vida y de salvación: señal amorosa, bienhechora, protectora, triunfadora; señal cristológica y trinitaria por la que se alcanza todos los bienes. Ella podía exclamar:
¡Ave, oh Cruz, esperanza única! ¡Árbol de la vida! ¡Iris de paz!
Veamos ahora además otro milagro de Santa Clara con la Cruz, que narra la siguiente encantadora “Florecilla”:
“Cruces y panes de Santa Clara”
“Santa Clara, devotísima discípula de la Cruz y preciosa plantita del bienaventurado Francisco, había llegado a tanta santidad, que no sólo los obispos y cardenales, sino también el Sumo Pontífice deseaba con grande afecto verla y oírla, y muchas veces la visitaba personalmente. Sucedió una vez que el Papa vino al monasterio de Santa Clara para escuchar la conversación celestial y divina de la que era sagrario del Espíritu Santo. Y mientras hablaban ambos largamente de la salvación del alma y de la alabanza divina, Santa Clara mandó preparar panes para las hermanas en todas las mesas, con la intención de guardar aquellos panes una vez que los hubiese bendecido el Vicario de Cristo.
En efecto, terminada la plática santísima, la santa se arrodilló con gran reverencia y rogó al Sumo Pontífice se dignase bendecir los panes preparados. Pero el Papa le respondió: - “Hermana Clara fidelísima, yo quiero que seas tú la que bendiga esos panes haciendo sobre ellos la bendición de Cristo, a quien te has entregado por completo como precioso sacrificio”.
-“ Perdonadme Santísimo Padre -repuso ella,- pero sería digna de muy grande reprensión si delante del Vicario de Cristo me atreviese a dar semejante bendición yo, que soy una vil mujercilla”.
- “Para que no pueda atribuirse a presunción -insistió el Papa- y hasta que te sea de mérito, te mando por santa obediencia que hagas la señal de la Cruz sobre estos panes y los bendigas en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo”.
Entonces ella, como verdadera hija de obediencia, bendijo devotísimamente los panes con la señal de la Cruz. ¡Cosa admirable! Al instante apareció una bellísima cruz sobre todos los panes. De estos panes algunos los comieron entonces con gran devoción y otros los guardaron por milagrosos. El Papa, maravillado por la prodigiosa cruz hecha por la esposa de Cristo dio primero gracias a Dios y luego bendijo a la bienaventurada Clara con palabras de consuelo.”

2.- FRATERNIDAD UNIVERSAL
Se ha destacado ya la caridad de Clara con sus hermanas y demás personas que acudían a ella. Debemos recordar también su vivencia grande y espléndida de fraternidad universal. Su amor se extendía a todos los seres, viendo en ellos un reflejo de la belleza, la misericordia, el amor infinito de Dios, creador de tantas maravillas.
Admiraba la belleza de la creación, los amaneceres dorados, las noches estrelladas, las montañas y valles de su tierra umbra… las flores de las praderas y los pájaros que llenaban el cielo de trinos.
Todas las criaturas le hablaban de Dios y por todas le glorificaba ella, que era la “plantita” de Francisco, el cantor admirable de la creación:
“Loado seas mi Señor por el hermano sol, y por todas las criaturas….”
“Tú eres la hermosura, Tú eres el gozo… Tú eres la quietud y la paz… Tú eres caridad y amor, Tú eres sabiduría, Tú eres el Bien, todo Bien, sumo Bien, Señor Dios vivo y verdadero”.
Entre todas las criaturas es el hombre en el que más se ha centrado el amor de Dios. Él es su criatura predilecta, para salvar la cual dice el Evangelio que “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único” (San Juan).
Y así concluye viendo Santa Clara más claramente la obra de Dios y su supremo amor a los hombres, en éste mismo Cristo entregado en la Cruz y en la Eucaristía: la Cruz y la Eucaristía fueron los misterios que subyugaron a Santa Clara.
Por eso se ha podido decir que fue su vida cristocéntrica y eucarística, que al fin es igual.

martes, 9 de agosto de 2011

CLARA, MUJER CRISTOCÉNTRICA



Clara había estado breve tiempo con las benedictinas, pero no era aquella su vocación. Es verdad que Clara y sus primeras hermanas, vivían con gran alegría en la pobreza y humildad que habían abrazado; pero tenemos que reconocer que ella se vio precisada a afrontar algo desconocido y nuevo en la Iglesia. Seguir a San Francisco en femenino, no era tan fácil en aquella época, pues la mujer en clausura y en pobreza radical como lo exigía esta vocación, iba a tener muchos inconvenientes. Sin embargo, confiada en el Señor, que la había llamado, se lanzó con un valor nada común, a llevarlo a cabo con toda diligencia.
El Santo Evangelio había de ser la norma de su vida. Y seguir a Cristo pobre y crucificado, su ideal.
Mas este seguimiento tendrá una dimensión esponsal.
El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, recordando este especial carisma de nuestra santa fundadora, nos decía a las clarisas en un importante mensaje:
“…Vosotras, queridas clarisas realizáis el seguimiento del Señor en una dimensión esponsal, renovando el misterio de la Virgen María, Esposa del Espíritu Santo- Mujer perfecta- …. Que la presencia en vuestros monasterios contemplativos sea también hoy “memoria del Corazón esponsal de la Iglesia…” (Agosto, 2003)
Santa Clara ha sido fascinada por Cristo y ¡Cristo es su Vida! Él está en el origen, en el desarrollo y en la meta de su espiritualidad. Atraída de este modo por Jesucristo (pobre y crucificado) ya no puede amar si no a Él y encuentra en su vida virginal una fuente de gozo inextinguible. Su amor divino colma todos sus anhelos.
El amor de Santa Clara es un amor contemplativo que la tiene en una tensión continua de oración, en una mirada silenciosa, admirativa, enamorada, hacia el rostro de Cristo en su Pasión, Crucificado, ¡su Esposo divino!
Así lo enseña y escribe ella a una de sus hijas, Santa Inés de Praga, princesa de Bohemia:
“Observa, considera, contempla, con deseo de imitarlo, ¡oh reina nobilísima!, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres, hecho por tu salvación, el más vil de los varones, despreciado, golpeado, muriendo entre atroces angustias en la Cruz”.
“La sabiduría de la Cruz la elevó al vértice de la espiritualidad franciscana.”
Clara lleva la Pasión de Cristo en su corazón como lo prueba el siguiente suceso.
Una Semana Santa (1225), la conmemora en un éxtasis de amor y de unión a los sufrimientos de su divino Esposo Crucificado. El día de la Cena, hacia el anochecer se retiró en su celda, y puesta ya en oración, con angustiosa tristeza, quedó recostada en el lecho, permaneciendo de jueves a sábado, más de 24 horas abstraída e insensible, sin alimento alguno, con la mirada fija en la visión del Amado sufriente, crucificada con Él, siempre en la misma actitud.
Así la encontró la hermana, hija de su confianza, que alarmada, viendo su tardanza en despertar, la visitó repetidas veces, encontrándola siempre en la misma actitud.
“Llegada ya la noche del sábado, la devota hija enciende una candela, con una seña, no con palabras, trae a la memoria de la madre, el mandamiento del padre Francisco. Porque es de saber que le había mandado el santo que no dejara pasar un solo día sin comer algo. Estando, digo, aquella delante, Clara cual si volviese de otro mundo, profirió esta frase:
- ¿Qué necesidad hay de luz? ¿Es que no es de día?
- Madre –repuso la otra-, se fue la noche, y se pasó un día, y volvió otra noche.
Clara contestó:
- Bendito sea este sueño, hija carísima, porque lo que tanto he ansiado me ha sido concedido. Mas guárdate de contar a nadie este sueño mientras yo esté con vida”.
(Leyenda de Santa Clara, virgen)
Estando así como hemos visto, en la contemplación de los misterios de la Cruz, llegó a la más alta identificación con Cristo. Éste desposorio místico con Él, es lo que dio sentido pleno a toda su vida y pudo exclamar entonces, como la esposa del Cantar de los Cantares:
“…¡Atráeme!, correremos a tu zaga, al olor de tus perfumes, ¡oh Esposo celestial! Correré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que me abraces deliciosamente y me beses con el ósculo felicísimo de tu boca.”

domingo, 7 de agosto de 2011

DOMINGO 19 DEL TIEMPO ORDINARIO (San Mateo 14, 22-33)



"Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto, la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.
De madrugada se les acercó Jesús, andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida:
-- ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
-- Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua.
Él le dijo:
-- Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua, acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
-- Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
-- ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él, diciendo:
-- Realmente eres Hijo de Dios.


«SEÑOR, SÁLVAME":

Esta oración del apóstol Pedro es siempre un grito: el suyo, el de una Iglesia que en la tempestad confunde a Jesús con un fantasma, el de un creyente que empieza a hundirse lastrado por el miedo, el de cada comunidad que, celebrando la divina Eucaristía, desea, busca, pide que el Señor suba a la barca porque amaine el viento y se calme la tempestad.
Lo que el apóstol gritó, con verbo huracanado en la noche del lago, con lágrimas de amargura en casa del sumo sacerdote, la asamblea eucarística lo transforma en estribillo de súplica confiada: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”.
Considera, Iglesia del Señor, lo que te dice el que te ama: “Dios anuncia la paz… la salvación está ya cerca… la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan”.
Ya sabes cuál es la tempestad que agita tu travesía, y puedes dar nombre al viento que te hace dudar, sentir miedo y hundirte: tu barca va lejos de tierra, sacudida por la violencia, la penuria, la debilidad, la enfermedad, la soledad, la injusticia…
El corazón y la fe te dicen que si Jesús sube a la barca, con él subirá la calma, pues él es nuestra paz, él es nuestra salvación, en él la misericordia y la fidelidad se encuentran, en él la justicia y la paz se besan.
Por eso hoy escuchas con toda el alma, suplicas con todas tus fuerza, preguntas a tu Señor si puedes ir hacia él, y comulgas con Cristo para que él venga hasta ti.
Feliz encuentro, Iglesia amada de Dios.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger