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San Juan 14, 1-6
«No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino.» Le dice Tomás: «Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»Le dice Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Todo es amor
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”:Se pudiera pensar que son palabras del esposo en el Cantar de los Cantares, del mismo que dice: “¡Toda eres bella, amada mía, no hay defecto en ti! ¡Ven del Líbano, esposa, ven del Líbano, acércate!... Me has robado el corazón”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”:Pudieran ser, por la misma razón, palabras de la esposa: “Yo soy de mi amado, y él me busca con pasión. Ven, amado mío, salgamos al campo, pernoctemos entre los cipreses; amanezcamos entre las viñas… allí te daré mis amores”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Hoy son palabras que ponemos en boca de Job, en los labios de la Iglesia que recuerda a sus hijos difuntos, palabras que ahondan sus raíces, no en el éxtasis de amor, sino en la tierra del sufrimiento humano; hoy son palabras dealguien que, sentado en el polvo como Job, experimenta que “Dios le ha hecho daño y que lo ha copado en sus redes, le ha vallado el camino para que no pase, le ha velado con espesa oscuridad la senda”.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: pueden ser palabras de alguien que implora piedad, porque “lo ha herido la mano de Dios”; pero son también ungrito de esperanza,una confesión de fe en Dios, en su piedad, en su inquebrantable fidelidad: “Yo sé que mi redentor vive”, y “desfallezco de ansias” por encontrarme con él, por abrazarmea él, por perderme en él.
Ese grito, esa confesión, es el canto que la fe escucha siempre, silencioso, en los caminos de los emigrantes, en la no patria de los desterrados, en el corazón de todos los que habitan en tierra y sombras de muerte.
Ése es el canto misterioso que la fe escucha siempre en la vida de los pobres, de los que sufren, de los que lloran, de los que buscan justicia, de los que tienen un corazón limpio y lleno de misericordia, de los que aman la paz,de los amados de Dios.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Ése es el canto que la feescucha hoy en todos los cementerios.
“¡Desfallezco de ansias en mi pecho!”: Ése es tu canto, Iglesia esposa de Cristo, Iglesia cuerpo de Cristo, Iglesia de vivos y muertos, Iglesia amada de Dios: un canto que ahonda sus raíces en el amor eterno de tu Dios, en la fidelidad inquebrantable del que es tu Redentor.
Que no se aparte de nuestra vida la memoria de la fidelidad de Dios.
Todo es amor.
Todo: también la hermana muerte.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
San Lucas 18, 9-14.
“En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo. El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía a levantar los ojos al cielo; solo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.”
Hijos de la misericordia
Pudiera ser una parábola sobre la oración –“dos hombres subieron al templo a orar”-; pudiera ser una parábola sobre la justicia -fue dicha para “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás”-. Puede que sea sencillamente una parábola sobre la misericordia de Dios.
En esa parábola, Jesúsnos habla de Dios y de nosotros, y nos obliga a hacernos preguntas sobre Dios y sobre nosotros; porque es evidente la distancia que, en el modo de verse a sí mismos, separa a fariseo y publicano; pero igual o mayor es la distancia que hay entre la imagen que de Dios se ha hecho el fariseo, y la que tiene el publicano.
¿Por quéno es justificado el que cumple con la ley?
¿Por qué, el que la ha transgredido, baja justificado a su casa?
Si hubiera de confesarme con vosotros, diría que llevo una vida entera intentando ser un buen fariseo, cumplidor fiel de la ley, de lo grande de la ley y de lo pequeño, puede que incluso con la pretensión secreta de llegar a no tener necesidad de la misericordia de Dios, puede incluso que cotidianamente asediado por la tentación de considerarme mejor que los demás…
Diría también que llevo una vida entera intentando aprender la sabiduría del publicano, esa sabiduría que hizo posible que él “bajara a su casa justificado”, mientras yo me quedaba frío y solo tras los barrotes de mi arrogancia.
¿Qué tiene él que a mí me falta?
Podría cerrar aquí la reflexión de esta semana, y dejar a cada uno de mis amigos la tarea de responder a esas preguntas desde la propia vida. Pero intentaré acercarme a ellas desde la vida de Jesús, desde su palabra, desde su corazón.
El publicano es un testigo de la verdad, de la de Dios y de la propia: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”. En unas pocas palabras, queda confesada la verdad de Dios, su santidad, su justicia, su bondad, su misericordia… Y queda confesada la verdad del hombre, no tanto lo que hizo cuanto lo que es: un pecador.
Viene a la mente aquel otro amigo de la verdad al que solemos llamar “el buen ladrón”: también allí, en aquellas cruces, hay quien da fe de la inocencia de Dios, y de la justicia de la propia condena; y la verdad, también allí, abre para el ladrón el camino a la justificación: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”. Mientras tanto, en aquel mismo lugar, los cumplidores de la ley, crucificaban a Dios…
Lo cumplidores de la ley corremos siempre el peligro de considerarnos justificados por ella, y eso significa olvidar, ignorar, que “Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo”; eso significa olvidar, ignorar, que todos somos hijos de la gracia y de la misericordia de Dios; eso significa olvidar, ignorar, que todos podemos decir siempre y con verdad: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Algunos piensan que ofendemos a Dios cuando pedimos su compasión, pues dicen, con razón, que Dios es siempre amor, es siempre compasión; lo que olvidan, y esta vez sin razón, es que hemos de abrir las puertas de nuestra vida a la eterna compasión de Dios, y que no merecemos la compasión que pedimos, que no se nos debe la justificación con que bajamos a casa… A Dios no le decimos: “sé compasivo”, “sé misericordioso”, sino: “sé compasivo conmigo”, “sé misericordioso con este pecador”.
El fariseo, no pide, merece… El fariseo, aunque diga: “te doy gracias”, no agradece, pues a él todo se le debe, porque es como es… El fariseo no confiesa la misericordia de Dios: la niega.
Feliz abrazo con la misericordia de Dios en Cristo Jesús.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger
SAN LUCAS 18, 1-8.
Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?, ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
Es cuestión de corazón y de abrazos
Temo que hayamos olvidado el mandato recibido, de “orar siempre, orar sin desanimarnos”, de obligarnos a nosotros mismos a ser insistentes en la oración, como si quisiéramos obligar a Dios a que nos escuche.
Jesús dejó en el aire una pregunta: “pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará en la tierra esta fe?”. En los días de mi infancia y juventud, esa pregunta me parecía retórica, y la respuesta se me antojaba evidente: seguro que encontrará esa fe… Hoy, la pregunta me parece pertinente, preocupada, realista, dolorosa, y la respuesta empieza a tener el sabor amargo de un futuro,del que parece ausentarse la fe en Dios y en su justicia.
Hoy es un buen día para que nos preguntemos sobre la fe.
Es evidente que vivimos en un mundo en el que ha crecido, hasta hacerse montaña gigantesca, la fe en la tecnología, una fe que nos hace seguidores, esclavos, adoradores de un dios que procesiona en nuestras manos, se adueña de nuestros ojos, nos encierra en nosotros mismos, y, como si se nutriera de nuestra sangre, se queda con nuestra vida…
Es evidente también que, allí donde todavía se mantienen formas tradicionales de expresar la fe, esos “restos y reliquias de la mala vida pasada”, suelen ser ritos que aún celebramos, fórmulas que aún repetimos, sin que los ritos tengan ya un significado de salvación, sin que las fórmulas tengan ya nada que decir de nosotros ni de Dios. Nos hemos transformado en repetidores de gestos y palabras que nada aportan a nuestras vidas.
Pero si la pregunta que nos hacemos es por esa otra fe, que a Dios no le da respiro, porque lo agobia con la insistencia del creyente en reclamar justicia, entonces mucho me temo que esa fe se haya hecho escasa, y ya no se la haya de suponer huésped habitual de iglesias y conventos, tampoco de la casa familiar, y que se la habrá de buscar, si queremos encontrarla, en la intimidad de hombres y mujeres que se obstinan todavía en ser discípulos de Jesús.
La fe no se hereda: se escoge. Y hoy, puede que más que nunca, toca ser conscientes de esa opción.
Si escojo creer, escojo hacerme discípulo de Jesús, escuchar su palabra, guardarla en el corazón, cumplirla, vivirla…
Si escojo creer, escojo hacerme cargo de las necesidades del pueblo de Dios, y sostenerlo con toda mi debilidad en su lucha de cada día…
Si escojo creer, escojo hacerme el loco delante de Dios, el impertinente, el cabezudo, el irreductible… la viuda fastidiosa… el Jesús de todos los días…
Si escojo creer, escojo vivir con los brazos en alto, los ojos en Dios, el corazón en la necesidad de los pobres…
Si escojo creer, escojo fijar con Jesús mis brazos a su cruz: aquellos brazos abraza-ladrones, abraza-verdugos, abraza-todos, abraza-todo… para que el Padre, a todos nos encuentre abrazados por su Hijo, abrazados en su Hijo.
Creer, es volver loco a Dios con nuestra obsesión por su justicia.
Creer, es dar la vida con Cristo Jesús, para que todos vivan.
Creer, es cuestión de corazón y de abrazos.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger