domingo, 8 de junio de 2025

¡FELIZ DOMINGO DE PENTECOSTÉS!

 


San Juan 20, 19-23.

“Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo. Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos”.

 

Bautizados y ungidos para amar

 

 

En este día último del Tiempo Pascual la Iglesia celebra el misterio de Pentecostés: Cristo glorificado envía su Espíritu a la Iglesia.

Hoy, al comenzar tu celebración eucarística, cantarás Aleluya por la admirable belleza de la obra de Dios en ti, Iglesia santa, creación nueva y admirable del poder de su gracia. Hoy cantarás tu Aleluya asombrada de lo que contemplas: “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado y habita en nosotros”.

No me han hecho cristiano unos vestidos, no lo soy por los ritos que practico, no me identifica como cristiano el código moral que regula mi conducta, no me acreditan como de Cristo las verdades que sobre él puedo aceptar y profesar. Todo eso puede quedar reducido a engañosa apariencia de vida cristiana. Donde hay un cristiano, hay una humanidad nueva. “¡Circuncisión o no circuncisión, qué más da! Lo que importa es una humanidad nueva”, humanidad habitada por el Espíritu Santo y animada por el amor de Dios.

Necesitamos discernir, a la luz de la fe, la verdad de nuestra condición, a qué mundo pertenecemos, qué somos.

Conocemos de cerca nuestra vieja condición, fácilmente identificable por sus estructuras de pecado y sus divisiones: “judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres”… progresistas y conservadores, adoradores de novedades y adoradores de tradiciones, blancos y negros, ricos y pobres, nuestros y extraños…

Conocemos esa vieja condición y la reconocemos como nuestra, pues de muchas maneras le pertenecemos: nacimos en ella, y, por nacimiento, hemos heredado el mal que la aflige. Pero buscamos con toda el alma pertenecer a otro mundo, a la humanidad nueva que tiene por cabeza y hombre primero a Cristo Jesús, al pueblo de los que han sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo” en Cristo Jesús.

Bautizados en un mismo Espíritu, ungidos por un mismo Espíritu, para ser de Cristo, para ser Iglesia, para formar un solo cuerpo, para ser cuerpo de Cristo.

Bautizados en un mismo Espíritu, ungidos por un mismo Espíritu, y enviados por el mismo que nos bautiza: “Jesús repitió: _Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: _Recibid el Espíritu Santo”.

Conocemos de cerca la vieja condición humana, pero somos humanidad nueva, bautizada en el amor que es Dios, ungida por el amor que es Dios.

No dejes de cantar tu Aleluya, Iglesia amada de Dios, pues de Cristo recibes el Espíritu que te habita, que te unge, que te envía a los pobres para que seas la buena noticia que ellos esperan y hables a todos de las maravillas que Dios ha realizado contigo.

No dejes de cantar tu Aleluya, Iglesia cuerpo de Cristo, pues has sido bautizada y ungida para amar.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 18 de mayo de 2025

¡FELIZ DOMINGO! 5º DE PASCUA

 San Juan 13, 31-33a. 34-35. 

“Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús. Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará). Hijos míos, me queda poco tiempo de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros”. 


[Texto preparado para la homilía en la misa del V Domingo de Pascua, con motivo del 8º Centenario del Cántico de las criaturas]

 

A todos: Paz y Bien.

La Familia Franciscana está celebrando el octavo centenario de la aprobación de la Regla de vida que Francisco de Asís escogió para sí y para sus hermanos, de la primera representación que Francisco hizo en la ciudad de Greccio del Nacimiento de nuestro Salvador, de la impresión de las llagas del Señor en el cuerpo enfermo de Francisco, del Cántico de las criaturas, y de la muerte de Francisco.

En este año de 2025 se cumplen los ocho siglos del Cántico de las criaturas.

A su vez, en estos días, grabados ya para siempre en la memoria de nuestro corazón, hemos vivido la muerte del papa Francisco, y el nombramiento de su sucesor, el papa León XIV –el Hermano León-, como pastor y guía de la Iglesia en camino hacia el reino de Dios.

En este contexto escuchamos hoy el mandamiento de Jesús a sus discípulos: “que os améis unos a otros como yo os he amado”. Y se nos ha dicho también que ese amor certifica nuestra identidad de discípulos de Jesús: “en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros”.

Ese mandato nos devuelve la memoria del papa Francisco, sacramento del amor de Jesús a sus discípulos, a los pobres, a los excluidos, a los últimos.

Ese mandato nos devuelve la memoria del hermano Francisco de Asís, de quien el amor hizo una imagen viva de su Señor, una imagen viva de Jesús crucificado.

Locura es el amor con que Jesús nos amó, amor hasta el extremo, amor hasta dar la vida, hasta perderlo todo porque nosotros ganáramos la dicha de estar con él.

Y esa locura de amor es el mandato que reciben, como norma de vida, los discípulos de Jesús.

Desde que oímos el mandamiento, empezó a habitarnos la certeza de que los discípulos de Jesús vivimos para dar vida, vivimos para ser más de los otros que de nosotros mismos… Oído aquel mandato, el discípulo de Jesús sabe que está en el mundo para salvar, más que para salvarse…

Si el mandato recibido es el de amar como Jesús nos amó, el mal, la injusticia, la opresión que padecen los pequeños de la tierra, serán siempre realidades que interpelan nuestra vida de creyentes. De nada nos servirá una fe que no haga de cada uno de nosotros una buena noticia para los pobres.

El mandato del amor deja a los pobres en el corazón de nuestra vida.

En su día, el sufrimiento de los leprosos interpeló al hermano Francisco de Asís.

Aquel joven ambicioso y derrochador, podía pensar razonadamente que no era él la causa de la lepra que padecían aquellos enfermos; podía decir con verdad que no era él quien los había condenado a su terrible soledad, a su espantosa miseria, a su tristísima condición; podía alegar muchos motivos, y todos buenos, para apartarse de los leprosos, para no encontrarse con ellos, para no verlos siquiera…

Pero la gracia de Dios lo llevó entre ellos.

Y allí Francisco descubrió que podía curar a quien estaba llagado, que podía acercarse a quien estaba solo, que podía besar a quienes antes sólo le repugnaban; allí descubrió que podía ver al leproso, volverse a él, lavarlo, curarlo, abrazarlo, besarlo.. Y así descubrió también que, lo que antes le resultaba amargo, se le transformó en dulzura del alma y del cuerpo.

Volvamos ahora los ojos a nuestro mundo; también él se nos muestra lleno de ‘leprosos’, entiéndase de vejados, excluidos, olvidados, explotados, esclavizados, diferentes, un mundo de hombres y mujeres y niños a quienes llevar la buena noticia de un amor creador, liberador, salvador: nuestro amor, el de Dios –nunca conocerán el amor de Dios si no conocen el nuestro-.

Si amamos al modo de Jesús, nos hallaremos colaboradores de Dios en la tarea de enjugar lágrimas y hacer que retrocedan la muerte, el luto, el llanto y el dolor.

Si amamos al modo de Jesús, no sólo se hará realidad en torno a nosotros un mundo nuevo, sino que se hará real también dentro de nosotros un cántico nuevo, pues el amor habrá dejado a Dios en el centro de nuestra vida, dentro de nuestras heridas, en la soledad de nuestra noche, en la oscuridad de nuestro calvario… Se escribirá dentro de nosotros un cántico nuevo, porque el amor nos habrá hecho hermanos de todos, hermanos de todo… porque la muerte habrá sido vencida … porque en la vida y en la muerte, somos de Dios…

 Hace ahora ocho siglos, el hermano Francisco de Asís, hecho imagen viva de Cristo crucificado, Francisco pobre y llagado y en soledad como Cristo Jesús, escribió su Cántico de las criaturas, su canción del alma, una asombrada declaración de amor…

Y nosotros hacemos nuestro ese Cántico, para decirlo con los pequeños de la tierra, con los hambrientos de pan y de justicia, con los pobres a quienes se anuncia el evangelio, con todas la criaturas…

Con ellos y con el hermano Francisco de Asís, a nuestro Dios le decimos ‘altísimo”, porque lo hemos reconocido abajado hasta lo hondo de nuestra condición humana… Y confesamos ‘omnipotente’, al que hemos conocido en la debilidad de nuestra carne… Y reconocemos ‘Señor’, al que hemos conocido siervo de todos, arrodillado a los pies de todos…

Las estrofas de nuestro cántico son apenas un eco del cántico de amor que Dios ha hecho resonar para todos sus hijos desde el comienzo de la creación:

Loado seas, mi Señor, con el hermano sol… “Por él, tú nos alumbras”…

Loado seas, mi Señor, por la hermana luna y las estrellas… “Tú las has formado claras y preciosas y bellas”…

Loado seas, mi Señor, por el hermano fuego… “Por él alumbras la noche, tú lo has hecho hermoso y alegre y robusto y fuerte”…

Loado seas, mi Señor, por el hermano viento, y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo, por el que tú “a tus criaturas das sustento”…

Loado seas, mi Señor, porque nos has amado tanto, que nos diste a Hijo, a tu único, para que, creyendo en él, tengamos vida eterna.

Loado seas, mi Señor, porque hoy nos concedes escuchar tu palabra, recibir al que nos amó, al que nos ama, a aquel a quien hemos de imitar… Loado, mi Señor, porque hoy nos concedes comulgar lo que nos pides que seamos…

Loado seas, mi Señor, porque nos has hecho discípulos del amor, aprendices de Jesús, evangelio para los pobres… instrumentos de tu paz…

Loado seas, mi Señor, por el hermano Francisco de Asís.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

 

domingo, 20 de abril de 2025

¡FELIZ DOMINGO! DE PASCUA EN LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

 


San Juan 20, 1-9.

    “El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo: pero no entró. Llegó también Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: Vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.”

 

No temáis

 

Sobre nuestra vida de creyentes vuelve a brillar la luz de la Pascua anual, la “luz gozosa” que es Cristo resucitado. Es la Pascua del Señor, el día en que la comunidad de los discípulos de Jesús oye, dichas para ella, las palabras del ángel del Señor: “No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado.

 

No temas, Iglesia que buscas al crucificado:

Escuchando como discípula la palabra de Jesús, habías empezado a soñar un mundo nuevo, hermoso como la misericordia y el perdón, generoso como la hospitalidad y la solidaridad, abierto como el corazón de Dios, un mundo tan cercano a ti como lo estaba el Maestro que te hablaba y caminaba delante de ti.

Luego, en la tarde del viernes de su Pasión, tú que desde Galilea habías seguido de cerca a Jesús para servirle, y que ahora mirabas desde lejos mientras lo crucificaban, empezabas a sentir que se estaba alejando de ti todo lo que amabas. Te habían arrebatado a Jesús, lo habían apartado de ti, lo habían crucificado, y con él habían crucificado tu mundo, tus esperanzas, tus sueños.

Al atardecer de aquel viernes, la piedad humana bajó de la cruz el cuerpo de Jesús para enterrarlo, lo envolvió en una sábana limpia y lo puso en un sepulcro nuevo. Tú estabas allí, sentada frente al sepulcro, frente a lo único nuevo que te quedaba de todo lo nuevo que habías soñado.

Cuando, pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fuiste a ver el sepulcro, intentabas sólo llenar tu soledad con el recuerdo de lo que allí habías visto que enterraban: Tu Jesús crucificado, su mundo, tu mundo desvanecido.

En aquel sepulcro, con el cuerpo de Jesús, habían quedado enterradas las bienaventuranzas, la buena noticia del Reino de Dios, la revelación de su justicia, el banquete mesiánico, el amor a los enemigos, el perdón de las ofensas, la fiesta por la moneda encontrada, por la oveja devuelta al redil, por el hijo que vuelve a los brazos de su padre. Tú vas a ver el sepulcro, pero el ángel del Señor sabe que tu corazón va buscando lo que has perdido, sabe que tú vas buscando a Jesús, sabe que tú vas a ver el sepulcro porque añoras el mundo de Jesús.

Entonces, para ti, pronunció el mensajero celeste aquellas palabras que, por ti misma, nunca hubieses podido imaginar: No está aquí, ha resucitado”.

Sólo oíste decir que Jesús ha resucitado: todavía no le has visto, pero ya crees; y te alejas a toda prisa del sepulcro, con temor por la cercanía del ángel del Señor que se te revela, y con gozo porque su palabra te devuelve todo lo que amas.

El anuncio de la resurrección de Cristo te devuelve, con la presencia del Señor, su palabra y sus gestos salvadores, su Espíritu y su paz.

Jesús vuelve a tu vida, y tú vuelves a ser la Iglesia que escucha y se pone en camino para realizar lo que ha soñado, porque ahora, de nuevo, todo es posible.

Lo has oído: No está aquí, ha resucitado. Y en tu pecho, el eco del mensaje va repitiendo: Ha resucitado la dicha de los pobres, ha resucitado la justicia del Reino, el evangelio de la gracia, la fiesta de los pecadores.

El anuncio de la resurrección de Cristo, es también anuncio de tu resurrección, pues, en Cristo y con Cristo, Dios te ha llevado de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del tiempo de luto al día de fiesta, de la oscuridad de tu noche al esplendor de su luz, de tu condición de sierva, sometida al pecado, a la condición de redimida, sometida a la justicia, liberada para la santidad.

Cristo ha resucitado, y tú vuelves a ser la comunidad de sus discípulos, que escucha su palabra salvadora y realiza la obra de la salvación.

 

No temas, pequeño rebaño:

En mi primera Pascua con vosotros, quiero acercarme, con respeto y gratitud, a vuestra vida: a vuestros proyectos y a vuestras preocupaciones, a vuestras esperanzas y a vuestros temores, a vuestras tareas y a vuestros cansancios.

Sois una Iglesia viva y fecunda, pequeña y humilde, sierva del Señor y de los pobres.

El Espíritu del Señor, con sabiduría y amor, os ha guiado al encuentro de Cristo, y os ha enseñado a verlo y a cuidarlo en sus pobres –que es nuestro modo de confesarle resucitado-.

Obedientes al Espíritu del Señor, visitáis a Cristo, prisionero en la cárcel, enfermo en el hospital; acogéis a Cristo, mujer abandonada, madre soltera, clandestino sin derechos, emigrante sin recursos, niño sordomudo, niño de la calle, disminuido psíquico, discapacitado profundo; ayudáis a Cristo, dándole conocimientos y pan, promoción y estima de su dignidad; hacéis presente a Cristo en un mundo que está llamado a conocerle y amarle, a reconocerle y confesarle; lo hacéis presente con vuestra contemplación, con vuestra oración comunitaria, con vuestra oración personal, con vuestras manos, con vuestra mente, con vuestra ternura, con todo vuestro ser.

Los pobres ven que Cristo ha resucitado porque ven que vosotros los amáis.

Al mismo tiempo, yo sé que experimentáis la desazón de la incertidumbre: Somos pocos y no tenemos motivos para pensar razonablemente que mañana seremos más numerosos; trabajamos, y nuestro trabajo no parece que vaya a tener la recompensa de las vocaciones consagradas que se multiplican, ni de las comunidades parroquiales que ven aumentar el número de los elegidos; los años se nos vienen encima, y no los percibimos como el tiempo esperado y sereno del relevo, sino más bien como el tiempo inquietante y temido en que la casa se derrumba y la vida parece llegar a su fin. Deja, Iglesia cuerpo de Cristo, deja que resuenen en tu interior las palabras del ángel de la resurrección: “No temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado

El Señor está contigo, con la pequeña comunidad de sus discípulos, y puedes ahora recordar las palabras con que te habló al corazón, mientras subíais a Jerusalén. Allí, él iba a consumar su éxodo de este mundo al Padre; allí, sus discípulos habían de experimentar un agobio hasta entonces desconocido para ellos, una angustia como la que tú sientes hoy. Entonces Jesús dijo: “No andéis agobiados por la vida… No os angustiéis… No temas, pequeño rebaño”.

Al oírlo, el corazón se te estremeció por la ternura que envolvía las palabras de tu Salvador. No temas, te dijo, porque Dios es Padre para ti, él te enseña a caminar y cuida de ti, él te atrae con cuerdas humanas, con lazos de amor. No temas, pues en tu pequeñez se manifiesta la infinita grandeza de Dios, en tu debilidad, la infinita fortaleza de Dios: Él ha escogido lo débil del mundo, para confundir lo fuerte; él ha escogido lo que no es, para reducir a la nada lo que es.

Escúchalo y aprende a no temer, no porque vayas a dejar de ser pequeña y pobre y débil, sino porque te auxilia tu Redentor, porque tu Padre cuida de ti, porque tu Padre te ha confiado su Reino, te ha confiado su Hijo, te ha confiado sus pobres.

Hoy Cristo ha resucitado, hoy hemos resucitado con Cristo, hoy ha resucitado la dicha para los pobres. Hoy, por Cristo y también por los pobres, por su vida y también por la nuestra, cantamos un himno de alabanza a nuestro Dios, un Aleluya que se prolongará en la eternidad. ¡Feliz Pascua, a todos los resucitados en Cristo!

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger

domingo, 13 de abril de 2025

SEMANA SANTA... SEMANA GRANDE

 


¡FELIZ DOMINGO! DE RAMOS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR

  

San Lucas 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén.

Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:

—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", contestadle: "El Señor lo necesita"».

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: «¿Por qué desatáis el borrico?».

Ellos contestaron:

—«El Señor lo necesita».

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar.

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto».

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos».

El replicó:

—«Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

 

 

De camino con Jesús

El profeta lo dijo así: “El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás”…

Tal vez hablaba de sí mismo; tal vez hablaba también del que había de venir, del Mesías Jesús, de aquel que, según el testimonio del apóstol, “se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo”…

La fe recuerda que es ese Hijo el que, entrando en el mundo, dice: “He aquí que vengo… para hacer, oh Dios, tu voluntad”…

El profeta, el apóstol y el evangelista describen todos el mismo camino.

El profeta dijo: “Cada mañana, (el Señor Dios) me espabila el oído, para que escuche como los discípulos… Ofrecí la espalda a los que me golpeaban”…

El apóstol dice: “Cristo Jesús… se ha hecho por nosotros obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”…

Y el evangelista narra cómo “se cumplió en Jesús lo que estaba escrito”…

Ése fue el camino de Jesús: escuchar, creer… escuchar, confiar… escuchar, obedecer… escuchar, cumplir… Ése es el camino del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia… Ése es el camino del cuerpo de Cristo, que son los pobres… Jesús, la Iglesia, los pobres, un solo cuerpo, un mismo destino, el mismo camino: escuchar y creer… Y una misma oración: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Por ser un camino de fe, el nuestro no es una fatalidad sino una elección: escogemos seguir el camino que se llama Jesús; lo escogemos conscientes de que es un camino “que hemos de recorrer bajando”, al modo de Jesús; lo escogemos sabiendo que lleva a la vida… lo escogemos “sabiendo que no quedaremos defraudados”…

Por ser un camino de fe, el nuestro es un camino de libertad: todo lo podemos en aquel que nos conforta… Todo: también vivir el abandono de Dios, también conocer el silencio de Dios, también experimentar la ausencia de Dios, también morir de soledad… Todo: también convivir con el miedo en el bosque, con la angustia en la patera, también enfrentar el horror de la muerte que todo nos lo arrebata en un instante… Todo: también bajar con Jesús al infierno...

Sólo los que, con Jesús, recorren el camino de la fe, podrán contar a sus hermanos las obras de Dios: “Dios mío… contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”…

La liturgia de este domingo nos invita a aclamar al “Hijo de David”, a bendecir al “que viene en nombre del Señor”, a acompañar con nuestros cantos a Cristo, que entra en la ciudad santa, a seguirlo hasta la cruz, hasta el Padre, que nos lo había enviado y a quien vuelve.

Hoy somos invitados recorrer el camino del Siervo de Dios, a entrar con él en la noche del rechazo de los hombres y del abandono de Dios.

Hoy, la palabra de Dios nos invita a comulgar con Cristo Jesús en su abajamiento, a renunciar con él a toda pretensión sobre Dios y a todo poder sobre el hombre, a abrazar con él la condición de esclavo que me es propia, la condición de criatura sometida a la debilidad, al sufrimiento y a la muerte.

Hoy somos invitados a temer cuanto pueda apartarnos de los sentimientos propios de Cristo, a aborrecer cuanto pueda enaltecernos, a amar cuanto nos acerca a la cruz del Señor.

Llevemos a Cristo en el corazón, pues él nos lleva siempre en el suyo.

 

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo

Arzobispo emérito de Tánger