martes, 9 de agosto de 2011

CLARA, MUJER CRISTOCÉNTRICA



Clara había estado breve tiempo con las benedictinas, pero no era aquella su vocación. Es verdad que Clara y sus primeras hermanas, vivían con gran alegría en la pobreza y humildad que habían abrazado; pero tenemos que reconocer que ella se vio precisada a afrontar algo desconocido y nuevo en la Iglesia. Seguir a San Francisco en femenino, no era tan fácil en aquella época, pues la mujer en clausura y en pobreza radical como lo exigía esta vocación, iba a tener muchos inconvenientes. Sin embargo, confiada en el Señor, que la había llamado, se lanzó con un valor nada común, a llevarlo a cabo con toda diligencia.
El Santo Evangelio había de ser la norma de su vida. Y seguir a Cristo pobre y crucificado, su ideal.
Mas este seguimiento tendrá una dimensión esponsal.
El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, recordando este especial carisma de nuestra santa fundadora, nos decía a las clarisas en un importante mensaje:
“…Vosotras, queridas clarisas realizáis el seguimiento del Señor en una dimensión esponsal, renovando el misterio de la Virgen María, Esposa del Espíritu Santo- Mujer perfecta- …. Que la presencia en vuestros monasterios contemplativos sea también hoy “memoria del Corazón esponsal de la Iglesia…” (Agosto, 2003)
Santa Clara ha sido fascinada por Cristo y ¡Cristo es su Vida! Él está en el origen, en el desarrollo y en la meta de su espiritualidad. Atraída de este modo por Jesucristo (pobre y crucificado) ya no puede amar si no a Él y encuentra en su vida virginal una fuente de gozo inextinguible. Su amor divino colma todos sus anhelos.
El amor de Santa Clara es un amor contemplativo que la tiene en una tensión continua de oración, en una mirada silenciosa, admirativa, enamorada, hacia el rostro de Cristo en su Pasión, Crucificado, ¡su Esposo divino!
Así lo enseña y escribe ella a una de sus hijas, Santa Inés de Praga, princesa de Bohemia:
“Observa, considera, contempla, con deseo de imitarlo, ¡oh reina nobilísima!, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres, hecho por tu salvación, el más vil de los varones, despreciado, golpeado, muriendo entre atroces angustias en la Cruz”.
“La sabiduría de la Cruz la elevó al vértice de la espiritualidad franciscana.”
Clara lleva la Pasión de Cristo en su corazón como lo prueba el siguiente suceso.
Una Semana Santa (1225), la conmemora en un éxtasis de amor y de unión a los sufrimientos de su divino Esposo Crucificado. El día de la Cena, hacia el anochecer se retiró en su celda, y puesta ya en oración, con angustiosa tristeza, quedó recostada en el lecho, permaneciendo de jueves a sábado, más de 24 horas abstraída e insensible, sin alimento alguno, con la mirada fija en la visión del Amado sufriente, crucificada con Él, siempre en la misma actitud.
Así la encontró la hermana, hija de su confianza, que alarmada, viendo su tardanza en despertar, la visitó repetidas veces, encontrándola siempre en la misma actitud.
“Llegada ya la noche del sábado, la devota hija enciende una candela, con una seña, no con palabras, trae a la memoria de la madre, el mandamiento del padre Francisco. Porque es de saber que le había mandado el santo que no dejara pasar un solo día sin comer algo. Estando, digo, aquella delante, Clara cual si volviese de otro mundo, profirió esta frase:
- ¿Qué necesidad hay de luz? ¿Es que no es de día?
- Madre –repuso la otra-, se fue la noche, y se pasó un día, y volvió otra noche.
Clara contestó:
- Bendito sea este sueño, hija carísima, porque lo que tanto he ansiado me ha sido concedido. Mas guárdate de contar a nadie este sueño mientras yo esté con vida”.
(Leyenda de Santa Clara, virgen)
Estando así como hemos visto, en la contemplación de los misterios de la Cruz, llegó a la más alta identificación con Cristo. Éste desposorio místico con Él, es lo que dio sentido pleno a toda su vida y pudo exclamar entonces, como la esposa del Cantar de los Cantares:
“…¡Atráeme!, correremos a tu zaga, al olor de tus perfumes, ¡oh Esposo celestial! Correré y no desfalleceré hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que me abraces deliciosamente y me beses con el ósculo felicísimo de tu boca.”

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