SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3,12-21
Hermanos:
Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y
amado, sea vuestro uniforme la misericordia entrañable, la bondad, la
humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y
perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha
perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor,
que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de
árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo
cuerpo.
Y celebrad la Acción de Gracias: la palabra
de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a
otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dadle
gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados. Y, todo lo
que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, vivid bajo la autoridad de
vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras
mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres
en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros
hijos, no sea que pierdan los ánimos.
SAN MATEO 2, 13-15.19.23
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
-Levántate, toma al niño y a su madre y
huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a
buscar al niño para matarlo.
José se levantó, cogió al niño y a su madre
de noche; se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes; así se
cumplió lo que dijo el Señor por el Profeta: “Llamé a mi hijo para que
no saliera de Egipto”.
Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:
-Levántate, toma al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño.
Se levantó tomó al niño y a su madre y
volvió a Israel. Pero al enterarse que Arquelao reinaba en Judea como
sucesor de su padre Herodes tuvo miedo de ir allá. Y avisado en sueños
se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se
cumplió lo que dijeron los profetas, que se llamaría nazareno
“HOY
NOS HA NACIDO UN SALVADOR”.
Cuando oímos: “Hoy nos ha nacido un Salvador”, oímos
una revelación que hace estremecer de alegría la oscuridad de la noche.
Cuando en la fe acogemos la
palabra del Señor: “Ha aparecido la
gracia de Dios”, la vida, por el oído, se nos empapa de esperanza.
Mientras nosotros aprendemos a
creer, los ángeles, que ya han entrado en el misterio de la noche santa, alaban
a Dios, diciendo: “Gloria a Dios en el
cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y cuando
celebrando el misterio hayamos visto lo que hemos oído, cuando la fe haya
iluminado con su luz nuestro corazón, también nosotros, “dando gloria y alabanza a Dios”, volveremos al quehacer de cada
día.
Volveremos como los pastores a
lo cotidiano, pero ya nada será lo que era: Ya nadie puede devolver al cielo la
paz que del cielo ha venido, y nadie puede privarnos de la alegría por el niño
que se nos ha dado, por el Salvador que nos ha nacido, por la paz que del cielo
ha bajado a la tierra; ya nadie puede privarnos de la libertad que nos da
sabernos amados de Dios, cuidados por Dios, recibidos en Dios; ya nadie puede apartar
de nuestra noche la luz de la
Navidad.
Es un misterio:
Cuando oímos: “Hoy nos ha nacido un Salvador”, se nos
anuncia un misterio en el que habremos de entrar si queremos que su luz ilumine
lo que somos y lo que hemos de hacer.
Ese misterio el apóstol lo llamó
gracia y salvación, cuando dijo: “Ha
aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres”.
De esa gracia y salvación hablaba también cuando dijo: “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico,
se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. Y se refería
al mismo misterio cuando, para nuestra enseñanza, escribió: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo
alarde de su categoría de Dios, al contrario, se despojó de su rango, y tomó la
condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
Mira hasta donde ha bajado el
Señor de los cielos, admira al Verbo de Dios hecho hombre por ti, contémplalo
hecho camino para que puedas ir a la casa que Dios ha preparado para ti desde
la creación del mundo.
Tú, hija del tiempo y, como el tiempo,
fugaz y medida, pretendiste apropiarte de lo que era eterno, y te atreviste con
el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y el Verbo eterno, Dios de Dios,
Luz de Luz, para darte lo que era suyo, asumió lo que era tuyo, y se hizo
hombre, como tú fugaz y medido; y la Sabiduría radiante e inmarcesible, efluvio del
poder de Dios, irradiación de la luz eterna, para que conocieses su designio
eterno, hubo de aprender a balbucear como un niño nuestras pobres palabras.
Tú, para hacerte un nombre que
no te correspondía, pretendiste alcanzar el cielo levantando una torre hacia lo
alto. Y el Verbo que estaba junto a Dios desde el principio y era Dios, para
darte un nombre que no tenías, hizo su torre hacia lo hondo, y se hizo hombre,
se hizo niño, se hizo pequeño, y hallándote no sólo frágil como un niño sino
también clavada a la cruz de tu condena, bajó a lo más oscuro de tu noche, se
abrazó a lo más alto de tu cruz, para que renacieses con su gracia, vivieses
con su vida, subieses con él a su cielo.
Es un camino:
Lo recorrió el que nos precedió:
el Verbo hecho carne.
Siguiéndole a él, aprendimos que
a Dios se va por el camino de los pobres, que a lo alto se llega bajando, y que
tanto más grande uno será cuanto más pequeño y siervo de todos uno se haya hecho.
Siguiéndole a él, aprendimos a
compartir, no el pan que nos sobra, sino el último puñado de harina que nos
queda, el último aceite de la alcuza, lo necesario para la vida, hasta dar la
vida misma.
Siguiéndole a él, hemos declarado
abiertas las fronteras de la casa, hemos abierto de par en par el corazón,
hemos empezado a construir, después de haberlo soñado en el regazo de Dios, un
mundo nuevo, un mundo de hermanos que se aman porque Dios los ama.
Bautizados en Cristo, nos hemos
revestido de Cristo, y éste es el uniforme que se nos ha dado: misericordia
entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.
En tu corazón de creyente
resuena como un estribillo el mandato: “Haced
vosotros lo mismo”. El que te instruye, dice: “El Señor os ha perdonado”, y tu corazón responde: “Haced vosotros lo mismo”. El mismo Señor
te enseña: “Si yo, el Maestro y el Señor,
os he lavado los pies…”; y tú, que guardas en la memoria la enseñanza, ya
vas diciendo antes de que él lo diga: “Haced
vosotros lo mismo”. Y si lo oyeses decir: “Como yo os he amado…”, róbale las palabras para repetir: “Haced vosotros lo mismo”.
Arrodillarse a los pies de los
hermanos es el secreto para hacer fuerte la unión en la familia, la vida en el
pueblo de Dios, la paz en la comunidad civil. Él lo hizo, el Maestro y el
Señor: “Haced vosotros lo mismo”.
De ese modo, arrodillado, Jesús
se manifestó como hijo del hombre. De ese modo, arrodillados, nosotros nos
manifestamos como hijos de Dios.
Un abrazo de vuestro hermano
menor.
Siempre en el corazón Cristo.
¡Feliz domingo!
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
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