domingo, 8 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS




HECHOS DE LOS APÓSTOLES 2, 1-11

        Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban:
-- ¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua. 

SAN JUAN 20, 19-23
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-- Paz a vosotros
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-- Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-- Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.



DISCÍPULOS DE DIOS:
           Hacer discernimiento evangélico de la realidad en la que nos movemos, es aprender a mirar el mundo con los ojos de Jesús de Nazaret. Para mirar así, necesitamos la luz del Espíritu Santo; y para elegir en cada situación lo que conviene, necesitamos su sabiduría, su fuerza, su amor.
Esa referencia a la luz y a la fuerza del Espíritu, delimita con claridad las fronteras que separan el discernimiento evangélico de la reflexión académica, del programa político, del discurso económico, de la propuesta ideológica, de la controversia religiosa.
Si os unge el Espíritu de Jesús, el único que conoce las profundidades de Dios, el que “os guiará hasta la verdad plena”, él os enseñará a discernir el bien del mal, él os dará fuerza para que llevéis el evangelio a los pobres, él os iluminará para que en los pobres veáis a Cristo y lo améis.
El Espíritu es el don de Jesús a su Iglesia, a la comunidad de sus discípulos en misión: “Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí, y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo”.
Cada creyente y cada comunidad, si queremos parecernos a Jesús, si queremos ser dóciles como Jesús a la voluntad del Padre, si queremos continuar en el mundo la misión de Jesús, hemos de hacernos discípulos del Espíritu de Jesús.

Siempre en el corazón Cristo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

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