sábado, 4 de junio de 2016

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN LUCAS 7,11-17
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaba cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.
Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: No llores.
Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: ¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!
El  muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre. Todos sobrecogidos daban gloria a Dios diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.
La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera.
   
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       Este relato de milagro es propio de san Lucas y prepara la respuesta de Jesús a los enviados de Juan Bautista (Lc 7,22). Las semejanzas con el relato del I Libro de los Reyes de la 1ª lectura son palpables. Jesús es presentado como el nuevo Elías. Sin embargo, hay elementos que los diferencian. Jesús no actúa a instancia de parte. Todo es iniciativa suya. No hay intercesión, sino intervención directa.
       La vinculación de Elías con los últimos tiempos estaba extendida en el judaísmo contemporáneo a Jesús; de hecho tanto el Bautista  como Jesús aparecen vinculados a él (Lc 9,8; Jn 1,21). Aunque Juan se desvincula expresamente (Jn 1,21.25); y Jesús parece que también, presentando al Bautista como la representación del profeta (Mt 11,14; 17,12-13). En todo caso, estas identificaciones advierten de la conciencia popular sobre la calidad personal tanto del Bautista como de Jesús, y de hallarse en unos tiempos de gran expectación mesiánica.
  
REFLEXIÓN PASTORAL
    Volvemos, tras las celebraciones litúrgicas de la Cuaresma y la Pascua, al llamado Tiempo Ordinario. La denominación es equívoca y hasta poco feliz. Normalmente identificamos “ordinario” con rutinario o vulgar. Y no debería ser así.
     Tras días densos e intensos, volvemos al día a día, también en el calendario y el termómetro litúrgico, para revalidar y consolidar los grandes misterios que hemos celebrado. Saberlos vivir con profundidad y sentido será la prueba de que los hemos celebrado realmente, y no solo ritualmente.
      La palabra de Dios nos habla en la 1ª y 3ª lectura de Dios y de sus enviados como servidores y promotores de la vida.
    Las figuras de Elías, inflexible y enérgico con los poderosos, y vulnerable ante la súplica desconsolada de la pobre viuda de Sarepta,  y de Jesús, recorriendo los caminos de la vida, que son también los del dolor y de la muerte, son aleccionadoras.
     Es un dato a destacar: el servidor de Dios debe ser siempre, más que un predicador teórico, un promotor de vida a todos los niveles: vida espiritual, aportando esperanza, ternura, compasión y comprensión…, y vida material: ayuda, solidaridad, pan… Jesús decía: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16)
      El servidor de Dios no puede ser un distraído de la vida, ha de estar en sus caminos, aspirando sus olores y degustando sus sabores, pero aportando también  su olor y su sabor  propios. Como Jesús y Elías. Ambos promovieron vida (I Re 17, 17-24; Lc 7,11-17) y pan (I Re 17, 7-16; Lc 9,12-17) y enjugaron lágrimas. Más aún, Jesús se hizo Vida (Jn 14,6) y se hizo Pan (Lc 22,19): “El pan de la vida” (Jn 6,34).
      “Levántate”. Esta palabra debemos oírla y obedecerla todos, porque todos yacemos en situaciones de muerte o de semivida. ¿O no es semivida la rutina, la tibieza, la incoherencia, la falta de alegría y esperanza que aspiramos y respiramos? “Levántate”, nos dice el Señor. Y, levantado, ayuda a levantar a tantos que esperan una mano bienhechora o desesperan ya de encontrarla.
       El don recibido no es para apropiárnoslo sino para compartirlo, para disfrutarlo con los otros. Eso es la evangelización: compartir el gozo del Evangelio. Y fue lo que hizo Pablo (2ª). No se apropió la revelación de Jesucristo, sino que se dedicó, a tumba abierta, a compartirla con los otros, haciéndose todo para todos (cf. I Co 9,22) “para que Dios sea todo en todos” (I Co 1,28).
       El evangelio es un servicio a la vida y un servicio de vida. Donde se anuncia y se acepta, florece la vida, en formas humildes, pero dinámicas. EVANGELIO Y VIDA son realidades inseparables.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo circulo por la vida? ¿Sembrando vida y esperanza?
.- ¿Con qué pan alimento mi vida?
.- ¿Siento la urgencia de evangelizar?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

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