domingo, 21 de enero de 2018

¡FELIZ DOMINGO! 3º del TIEMPO ORDINARIO

SAN MARCOS 1, 14-20
                                                 

  "Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios. Decía: Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed en la Buena Noticia.
    Pasando junto a lago de Galilea, vio a Simon y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
    Jesús les dijo: Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres.
    Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con Él."
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     También Jesús, enviado por el Padre, recorrió la tierra con una invitación a la conversión y a creer en su propuesta salvadora. Dios siempre llama a la salvación, porque su voluntad es que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tim 2,4). Y eligió unos hombres, a los que confió la continuación de ese anuncio. No les cambia de profesión -pescadores-, aunque sí les cambia la misión -pescadores de hombres-. Y ellos lo siguieron, desenredándose de sus redes, para caer en las de Jesús: redes que no enredan sino que liberan. Y no es irrelevante destacar que será Jesús quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el formador.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Desde la palabra de Dios, la Iglesia continúa recordándonos las implicaciones de la vocación cristiana, resumidas en la necesidad de la conversión sincera al Señor y a su Evangelio, únicas alternativas para un mundo y un hombre profundamente deteriorados por el pecado en sus múltiples manifestaciones...
    “Dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada”, anuncia el profeta Jonás. “El momento es apremiante..., porque la presentación de este mundo se termina”, escribe s. Pablo. “El tiempo se ha cumplido...; convertíos y creed la Buena Noticia”, dice Jesús.
    Los tiempos del hombre se agotaron sin renovar al hombre. Comienza el tiempo de Dios. Un tiempo que inagura Jesús, pero que no se  agota con él.
    A partir de entonces el tiempo se divide en “tiempo de Dios” (tiempo de redención) y “tiempo muerto” (tiempo de no redención) ¿Qué tiempo es el nuestro? ¿En qué tiempo vivimos?
    Jesús vino a  vencer la muerte, y vino, también a anular los tiempos  muertos, estimulando la vida. Y propuso la alternativa: la conversión. Que no consiste en una serie de prácticas superficiales y aisladas, sino en una decisión preferencial y existencial por Cristo.
No se reduce a un blanqueo de fachadas, sino a la reconstrucción de la casa. El hombre no ha corregir solo unos grados su orientación, sino que ha de reorientarse completamente. Su pensamiento no tiene solo que enriquecerse con algunos contenidos nuevos, sino que ha de trascenderse, para conocer “lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que transciende todo conocimiento” (Ef 3,18).
     Y Jesús quiso contar con hombres, compañeros de esa tarea vivificadora. Se acercó personalmente a unos cuantos, les inquietó con su propuesta (Jesús era una persona inquieta e inquietante), y ellos le siguieron. Abandonaron sus barcas, para desembarcar en el proyecto de Jesús; dejaron sus redes (se desenredaron), cayendo en las de Jesús. Antes de ser pescadores, fueron pescados... Y no es irrelevante destacar que será Jesús quien los “hará” discípulos y pescadores. Porque solo él es el maestro y el formador.
     Nos equivocaríamos, y frecuentemente nos equivocamos, al pensar que esto es historia pasada. Los tiempos muertos y los tiempos de muerte continúan, y también continúa la llamada de Jesús. A tu vida y a  mi vida se acerca Cristo para estimularla e inquietarla con un “sígueme” liberador de tantas redes como nos enredan. Invitándonos a situar la vida en ese estilo que nos marca s. Pablo, colocando nuestro presente concreto: familia, trabajo, bienes, alegrías y dolores en un horizonte de trascendencia, resistiendo la tentación de absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto.
     “Venid en pos de mí” (Mt 4,19). Adentrémonos en la compañía de Jesús. Acojamos esta invitación. Nadie está desprovisto de vocación ni de misión. En su llamada, Dios no margina ni excluye. Lo hemos visto en la primera lectura: Nínive, también fue llamada, porque fue amada de Dios. Dios no margina. Solamente hay automarginados, quienes se marginan y excluyen. Quienes prefieren seguir enredados en sus cosas, absortos en su faenas, desoyendo la llamada liberadora del Señor.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Soy excluyente?
.- ¿Con qué criterios vivo la vida?
.- ¿Vivo enredado  en mis propias redes, o participo de la libertad que trae el Señor?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.     

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