domingo, 12 de enero de 2020

¡FELIZ DOMINGO! FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR

  SAN MATEO 3, 13-17.
     "En aquel tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: Soy yo el que necesita que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?
     Jesús le contestó: Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere.
     Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo, que decía: Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto."
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     El bautismo de Jesús en el Jordán fue un hecho incuestionable, pero difícil de asumir por la primitiva comunidad cristiana en sus relaciones con los seguidores del Bautista. San Mateo quiere dejar clara la prioridad de Jesús sobre el Bautista, cuya misión es la de precursor. Su persona y su bautismo son preparación de la persona y misión de Jesús, que queda desvelada con la presencia del Espíritu de Dios y la voz del cielo. El texto está cargado de intencionalidad teológica. La alusión al Jordán evoca la entrada definitiva del pueblo en la Tierra prometida y supone el fin del éxodo. Entrando en sus aguas, Jesús anuncia la verdadera libertad. Juan le reconoce como el Mesías de Dios, y la voz del cielo le identifica como su Hijo. Jesús es el Libertador, el Mesías, el Hijo de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL

La fiesta del bautismo de Jesús pone fin al ciclo litúrgico de la Navidad. Es una fiesta chocante. Sin embargo, el hecho de que Jesús acudiera al río Jordán, para ser bautizado por Juan es un hecho históricamente cierto. Coinciden en el dato los cuatro Evangelios.
     En la Palestina contemporánea a Jesús estaba extendida la costumbre de purificarse ritualmente por medio del agua. En este contexto apareció Juan, predicando conversión y ofreciendo, como signo de la misma, una purificación a través de un bautismo. Para ello eligió las aguas del río Jordán, un río que evocaba el paso definitivo a la tierra prometida.  Y muchos aceptaban su predicación, se arrepentían y recibían su bautismo. Hasta aquí todo normal.
     ¿Pero, qué hace Jesús en la fila de los hombres pecadores? ¿Por qué realiza él ese gesto de bautizarse, además diluido en “un bautismo general” (Lc 3,21)?. El mismo Juan se extraña: “Soy yo quien debe ser bautizado por ti...” (Mt 3, 14). Pero es que Jesús no había venido a hacer ostentación de sus privilegios, sino que, por libre decisión, se hizo semejante a nosotros en todo (Flp 2,7), excepto en el pecado (2 Cor 5,21; I Jn 3,5; 1 Pe 2,22).  Hasta aquí llegó la encarnación del Hijo de Dios. No terminó en el seno de María, sino que recorrió toda la andadura humana, hasta pasar por la muerte, él que era la Vida.
    Por eso Jesús, sin pecado, no duda en mezclarse con los pecadores: porque solo se salva compartiendo, desde dentro y desde abajo, la condición del hombre... Jesús entra en nuestra “corriente de agua”, para sanarla, cual nuevo Elías (2 Re 2,19-22); entra en nuestra vida, en nuestra historia para salvarlas. El pecado no entró en él; es él quien entró en el pecado, para redimirlo y desactivar su poder destructor (2 Cor 5,21; Rom 8,33; Gal 3,13).
      Y, al confundirse entre los hombres, al hundirse en nuestras aguas, se abren los cielos de par en par para revelar su grandeza y su verdad y se “oye la voz del Señor sobre las aguas” (Sal 29,3): “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Ya no son ángeles, pastores ni estrellas quienes nos descubren su verdad, es el Padre Dios.
      Pero no terminan aquí las lecciones de este día. La 1ª lectura pone de relieve proféticamente, el estilo y el contenido del auténtico enviado de Dios: no quebrar ni ahogar esperanzas... (Is 42,2-3). Y hay que tener la mirada muy limpia y muy profunda para descubrir vida y esperanzas donde otros sólo constatan desesperación y muerte. Muchos se han hundido en lo que llamamos “mala vida”, porque no encontraron a tiempo alguien que les concediera un poco de credibilidad y confianza. En vez de manos tendidas y acogedoras, sólo encontraron dedos anatematizadores y descalificadores.
El paso de Jesús, como nos recuerda la 2ª lectura, fue muy distinto. “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos..., porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38).
     De todo esto nos habla la fiesta del bautismo de Jesús, y nos invita a verificar nuestra vivencia bautismal, porque el bautismo no se acredita con un documento sino con una vida, y  nuestra vida no puede ser la negación, sino la acreditación de nuestro bautismo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Qué significa para mí el bautismo?
.- ¿Qué huella dejo en la vida?
.- ¿La de Jesús, que pasó haciendo el bien?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, franciscano capuchino.

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