San Lucas 23, 35-43.
“En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: “A otros se ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido”. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: “Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo”. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: “Este es el rey de los judíos”. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”. Pero el otro lo increpaba: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio este no ha faltado en nada”. Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. Jesús le respondió: “Te lo aseguró: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Un nombre en el corazón
Considera, Iglesia cuerpo de Cristo, el misterio de gracia que hoy la palabra de Dios nos revela: “Demos gracias a Dios Padre, que os hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”. Eso es lo que somos: perdonados, redimidos, amados, trasladados al reino del Hijo de Dios; y por ello damos gracias a Dios Padre, al que es Padre de Cristo Jesús y Padre nuestro.
Si ahora te preguntas quién es el que dice: “demos gracias”, quién el que dice: “él nos ha trasladado al reino de su Hijo”, entiendes que lo dice el apóstol, y que invita a que lo diga con él la comunidad de fe a la que escribe… Y hoy, esa comunidad somos nosotros, los que celebramos la eucaristía en este domingo. Hoy somos nosotros los que damos gracias porque Dios Padre nos ha perdonado, redimido, amado, trasladado al reino de su Hijo.
Con todo, al decir: “nosotros”, aunque decimos una comunidad en comunión, decimos también una comunidad en la que cada uno tiene una relación única, personal, propia, con el Padre del cielo y con el Hijo de su amor. Y es desde esa relación única desde donde suben al Padre palabras, que, siendo comunes a todos, son propias de cada uno: “Demos gracias… Él nos ha sacado de las tinieblas… Él nos ha trasladado al reino de su Hijo…”. Lo dice el apóstol, desde su historia, lo dices tú, lo digo yo…
Y a este coro de ciudadanos del reino de Cristo Jesús, la liturgia asocia a un hombre, un malhechor, un último, un echado fuera, un crucificado… uno que, compartiendo condena con Dios, reconocía la justicia de la propia, y declaraba a Dios no culpable… También aquel malhechor, hoy, con nosotros, va diciendo: “Demos gracias… Él nos ha sacado de las tinieblas… Él nos ha trasladado al reino de su Hijo…”, y esas palabras, comunes a todos, puestas en sus labios, adquieren un significado del todo especial, único, asombrado, pues a él, al malhechor, se le ha concedido conocer la gloria de un reino, nunca merecido, y suyo para siempre.
Entonces me dispongo al encuentro con Cristo Jesús en la eucaristía de este domingo, e intento llevar al corazón de mis palabras, el asombro de aquel ladrón, la gratitud de aquel malhechor: “Dios mío, mi Rey” …
Las diré con todos los crucificados de la tierra, en la esperanza de que todos se hayan acogido a la inocencia de Dios: “Dios mío, mi Rey” …
Ayer supimos de un migrante ahogado en aguas de la frontera de Ceuta; sólo en esa frontera, son ya 42 los migrantes que han perdido la vida durante este año… Me pregunto si también ellos son hoy parte de nuestra comunidad eucarística… Me pregunto si hoy, también ellos, aunque nunca hayan conocido a Jesús, están diciendo con nosotros, van diciendo con aquel ladrón, más asombrados, si cabe, que él y que nosotros: “Dios mío, mi Rey” …
Que el asombro y la gratitud graben para siempre en nuestro corazón el nombre del Rey: “Cristo Jesús”. Y que la vida entera lo aclame: “Dios mío, mi Rey”.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo emérito de Tánger

No hay comentarios:
Publicar un comentario