martes, 15 de junio de 2010

SAN FRANCISCO DE ASÍS Y LOS SACERDOTES

El día 11 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, se clausuró el Año Sacerdotal, y uno de los objetivos propuestos por el Papa Benedicto XVI para este año era “hacer que se perciba más la importancia del papel y de la misión del sacerdote en la Iglesia y en la sociedad contemporánea”.
Como hija de San Francisco y de Santa Clara me gustaría compartir con vosotros lo que el sacerdote significaba para S. Francisco y algunas de las palabras que él dirigió a los sacerdotes de su época, y que pienso que valen también para los de la nuestra.
Cuenta la tradición franciscana que no quiso ser ordenado sacerdote porque no se consideraba merecedor de tal dignidad. En su testamento, escrito poco tiempo antes de su muerte encontramos lo siguiente: “Después me dio el Señor y me da tanta fe en los sacerdotes, que viven conforme a las reglas de la santa Iglesia romana, por razón de su ordenación, que, si me persiguieren, quiero acudir a ellos mismos. Y, aunque yo tuviese tanta sabiduría como la que tuvo Salomón, y encontrase a los sacerdotes pobrecillos de este mundo en las parroquias en que viven, no quiero predicar contra su voluntad. Y a ellos y a todos los demás quiero amar y honrar como a señores míos. Y no quiero fijarme en si son pecadores, porque yo descubro en ellos al Hijo de Dios, y son mis señores. Y lo hago por esta razón: porque lo único que veo corporalmente, en este mundo, de ese mismo altísimo Hijo de Dios, es su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los demás”. En la Leyenda Mayor, San Buenaventura narra: “… les enseñó, además (a los hermanos) a alabar a Dios en todas y por todas las criaturas, a honrar con particular respeto a los sacerdotes…”
De la Carta a toda la Orden entresaco este párrafo: “Oídme, hermanos míos: si la bienaventurada Virgen es de tal suerte honrada, como es digno, porque lo llevó en su santísimo seno; si el Bautista bienaventurado se estremeció y no se atreve a tocar la cabeza santa de Dios, si el sepulcro, en el que yació por algún tiempo, es venerado, ¡cuán santo, justo y digno debe ser quien toca con sus manos, toma en su corazón y en su boca y da a los demás para que lo tomen, al que ya no ha de morir, sino que ha de vivir eternamente y ha sido glorificado, a quien los ángeles desean contemplar!
Ved vuestra dignidad, hermanos sacerdotes, y sed santos porque él es santo. Y así como el Señor Dios os ha honrado a vosotros sobre todos por causa de éste ministerio, así también vosotros, sobre todos, amadlo, reverenciadlo y honradlo. Gran miseria y miserable debilidad, que cuando lo tenéis tan presente a él en persona, vosotros os preocupéis de cualquier otra cosa en el mundo. ¡Tiemble el hombre entero, que se estremezca el mundo entero y que el cielo exulte, cuando sobre el altar, en las manos del sacerdote está Cristo, el Hijo del Dios vivo!”
Pienso que estos textos pueden ser tan actuales como la vida misma. A vosotros os dejo las conclusiones y las sugerencias para una relectura desde este tiempo que nos toca vivir.

Sor Mª Cristina de la Eucaristía

1 comentario:

  1. Precioso!!!!! Gracias por compartirlo....reciba un abrazo fraterno

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