sábado, 10 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (II)


Por entonces apareció un joven en Asís, llamando la atención por su cambio radical de vida. De ser un alegre trasnochador mientras se divertía con sus amigos, cantando canciones caballerescas en torno a las ventanas de las damas de Asís, se trocó en un pobre pordiosero, que la gente creía y tenía por loco. Su padre, un rico comerciante de Asís le había echado de casa por su extraño comportamiento. Pero su madre, una dulce madonna de origen provenzal, cuidaba clandestinamente cuanto podía, de su hijo. El joven Francisco había de convertirse muy pronto en un fervoroso penitente acogido por su obispo, Monseñor Guido de Asís, y bendecido por la Iglesia.
La jovencita Clara conoció este cambio de Francisco, su conciudadano, y le admiró profundamente. Tuvo entrevistas espirituales con él y entendió que debía seguir ella esa misma vida. Jesús la llamaba, se había enamorado de Cristo y fascinada por Él quería seguirle sin demora.
Llegó el Domingo de Ramos de 1212, 18 de Marzo. Clara asiste a la Misa del Obispo de Asís adornada con sus mejores galas. Ella ora fervorosamente y queda absorta en su oración. Cuando distribuyen los ramos, viendo el señor Obispo que ella no acude a recogerlo, él mismo se acerca a ella para ponerlo en sus manos. Clara agradece mucho tal gesto. Su emoción era muy grande, pues este es el día elegido por ella para dar un paso decisivo, muy valiente por cierto, pues su familia de ningún modo hubiera permitido que realizase tal decisión. ¿Cómo habría de permitirlo la noble estirpe del caballero Favarone y la señora Hortolana de Offreducci, sus padres?
Porque la decisión de Clara era seguir a Jesucristo según el modo de vida en pobreza total, que antes había adoptado el joven Francisco y sus seguidores, lo cual les habría de parecer a todos una locura.
Por ese motivo lo ocultó a todos. Y aquella noche Clara, ricamente engalanada salió secretamente de su castillo acompañada de una amiga íntima; y se dirigió hacia una iglesita llamada La Porciúncula, donde tenían su residencia Francisco y sus frailes. Estos salen a recibirla con antorchas ardientes y ella, en presencia de Francisco y los hermanos se despoja de sus galas y, cortados sus preciosos cabellos rubios, se viste de un burdo sayal.
Francisco después la confió al cercano convento de San Pablo y luego al del Santo Ángel. Sin embargo la vocación de Clara era muy distinta. Y así el santo, tan pronto como pudo la condujo al conventito de San Damián, cuya iglesia derruida había restaurado él mismo, en los tiempos de su propia conversión. En este convento sumamente pobre permanecería Clara y numerosas jóvenes de la nobleza de Asís y demás clases sociales, que siguieron su modo de vida atraídas por su ejemplo y enamoradas de Jesucristo, entre las cuales se encontraba su hermanita Inés.
Cuando Inés huyó de su casa secretamente para unirse a su querida hermana Clara, el caballero Monaldo (tío de las hermanas) con un grupo de caballeros militares asaltó el convento donde aún permanecían, antes de instalarse en San Damián. Apoderándose de Inés, los caballeros la llevaban hacia fuera para devolverla a su castillo, pero hubo un momento en que la niña se hizo tan pesada que no eran capaces entre todos, de moverla de aquel lugar. Su tío Monaldo, muy irritado, quiso descargar un golpe sobre su sobrina, pero el brazo quedó levantado sin poder lograr su intento. Él entonces, rendido por el milagro, pidió perdón y todos se retiraron inmediatamente de aquel lugar, vencidos y avergonzados, sin volver a molestar a las jóvenes para nada.
Clara abrazó a su querida hermana entre lágrimas de emoción y de ternura y la condujo al oratorio para poder ambas, dar gracias al Señor.

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