sábado, 24 de julio de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (IV)



VIDA DE ORACIÓN Y RETIRO

Una hermosa mañana de primavera se presentó en el conventito de San Damián un mensajero. Era un fraile, fray Maseo, enviado por San Francisco con un recado urgente:
“Hermana carísima Clara: quiero que ores ante el Señor para que Él te haga saber qué es lo quiere de éste su pobre siervo: ¿Quiere el Señor que dedique mi vida a la oración y contemplación, que tanto me atrae, o quiere que predique de cuando en cuando a los hermanos?”
Francisco esperaba con gran ansiedad la respuesta de Clara. Ella se puso inmediatamente en oración y con toda atención escuchó la inspiración del Espíritu del Señor, que una vez conocida pudo comunicársela a Fray Maseo:
“Esto dice el Señor, para que se lo comuniques a Fray Francisco; que Dios le ha llamado a la predicación, y debe ejercitarla para que haga fruto y se salven muchas almas por él”.
Fray Maseo regresaba muy contento con la respuesta de Clara, que, por cierto, comprobó ser idéntica a la que antes había recogido de Fray Silvestre. Llegó al encuentro de Francisco, quien le dijo con gran interés:
- “Vayamos al bosque y allí recibiré de rodillas la respuesta de lo que me manda hacer mi Señor Jesucristo”.
Fray Maseo le explicó que la respuesta de Jesucristo bendito había sido la siguiente:
- “Es a saber: quiere que vayas a predicar el Evangelio, y lo enseñes por los pueblos y ciudades para la salvación de muchas gentes”.
Entonces Francisco, levantándose enfervorizado y enardecido por la virtud del Altísimo, dijo a Fray Maseo:
- “¡Vamos, pues, en nombre del Señor!”
Entre tanto, Clara ya había comprendido que su vida y la de las Hermanas, era una vida entregada a la oración, en unión esponsal con Cristo para la salvación del mundo. Así ella ayudaría a Francisco y sus Hermanos en la misión de extender el Reino de Dios en el mundo. Desde su vida escondida en San Damián, ofreciendo a Cristo sumamente amado, una alabanza continua y una intercesión constante por los intereses de su Señor; ella y sus hijas serían las lámparas encendidas, que jamás debían apagarse.
Su centro era siempre Cristo Jesús, escondido en el Sagrario con el que compartían su propia vida. Tenían que agradecer al Señor el gran privilegio de tener la Divina Eucaristía, algo que en el lejano siglo Xlll era apenas posible. Pero, en efecto, por algunos restos de monumentos y excavaciones antiguas, se ha podido comprobar que este pequeño convento de San Damián fue el primer Santuario eucarístico de Italia.
Clara es la gran adoradora de la Eucaristía, juntamente con sus Hermanas. Seguramente pondrían en práctica aquellas normas que se descubrieron en unos escritos antiguos del siglo Xll:
“Desde el despertar que vuestros pensamientos se dirijan a la Eucaristía conservada en el altar de la Iglesia, para adorarla de rodillas y vueltas hacia Ella diciendo:

“¡Salve, Principio de nuestra creación!
¡Salve, Causa de nuestro rescate!
¡Salve, Viático de nuestra peregrinación!
¡Salve, Recompensa suspirada y deseada!”

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