domingo, 22 de agosto de 2010

DOMINGO XXI (San Lucas 13, 22-30)



"En aquel tiempo, Jesús, de camino hacia Jerusalén, recorría ciudades y aldeas enseñando. Uno le preguntó:

--Señor, ¿serán pocos los que se salven?

Jesús les dijo:

--Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo muchos intentarán entrar y no podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta diciendo: "Señor, ábrenos” y él os replicará: "No sé quienes sois”. Entonces comenzareis a decir: "Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas". Pero él os replicará: "No sé quienes sois. Alejaos de mi malvados". Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y todos los profetas en el Reino de Dios y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrá de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios. Mirad: hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos."



“¡VENDRÁN PORQUE LOS ATRAERÉ!”

Lo había dicho el Señor por medio del profeta: “Yo vendré para reunir a las naciones”. Y añadió: “Vendrán para ver mi gloria”.
Hoy has oído que Jesús decía en el evangelio: “Vendrán de Oriente y Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios”. Lo dice el mismo que, entrando en la hora del juicio contra el mundo, en su hora, proclamará: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.
Vendré –dice el Señor-, para que vengan. Los “atraeré” y “vendrán”.
Considera quién es el que atrae. Es Cristo Jesús “elevado sobre la tierra”, elevado en la cruz, elevado a su gloria.
Considera cómo atrae con palabras de perdón a quienes lo crucifican; cómo atrae al centurión a que confiese, por lo que ha visto, la inocencia de aquel ajusticiado; cómo atrae a un malhechor, ajusticiado con él, a la verdad y al paraíso.
No te atrae el espectáculo cruel, sino el portento admirable. No te acercas a una zarza devorada por el fuego, sino al hombre Cristo Jesús que en el fuego de la divinidad arde sin consumirse.
Elevado sobre la tierra, te atrae el Señor con lazos humanos, con cuerdas de cariño, como un padre que llama a su hijo, y todo él –manos, mirada y palabra- se hace confesión de amor para que el hijo eche a andar y dé su primer paso hacia la libertad.
Elevado en la cruz, te atrae Cristo Jesús como atrae la salvación, como atrae la vida, como atrae la paz, como atrae la justicia…
Elevado a su gloria, te atrae el esposo, como atrae el perfume, como atrae el amor: “¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores; exquisitos de aspirar tus perfumes; tu nombre, un ungüento que se vierte”.
¡Elevado, te atrae! Escucha la palabra con que él ilumina el misterio de su glorificación y de tu eucaristía, de su cruz y de tu misa: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros… Éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna… derramada por vosotros.” Escucha y aprenderás cómo te atrae: como quien se entrega, como quien te ama, como quien se pierde por ti, como un pan partido para saciar tu hambre, como una copa de alegría preparada para apagar tu tristeza.
¡Elevado, te atrae! En la cruz, en el altar, te atrae el que te ama.
Feliz domingo.

+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger

Quizá necesitemos hacer nuestra esta oración de Unamuno

"Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los ninos;
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta
achicame, por piedad.
Vuelveme a la edad aquella
en que vivir era sonar."

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