domingo, 8 de agosto de 2010

UN CORAZÓN ENAMORADO DE CRISTO (XI)



SUS ESCRITOS (II)

LAS CARTAS

Se conservan 5 cartas de Santa Clara; 4 dirigidas a Santa Inés de Praga y 1 a Ermentrudis de Brujas. En todas ellas se manifiesta una mujer enamorada de Jesucristo, a quien desea unirse con el vínculo más perfecto del amor. Clara vive la experiencia de un desposorio místico con Cristo Jesús, y de este amor nupcial habla constantemente en sus cartas, sobre todo a Santa Inés. En ellas pondera la excelencia sobrenatural del Esposo.
En la 1ª CARTA, ante la posibilidad de que Inés se hubiera de desposar con el “ínclito emperador”, cuyas bodas desdeñó por amor a Jesucristo, a quien había consagrado su amor, Santa Clara se congratula vivamente con ella:
“... con enamorado corazón habéis preferido la santísima pobreza... uniéndoos con el Esposo de más noble linaje, el Señor Jesucristo... su poder es más fuerte, su generosidad más alta, su aspecto más hermoso, su amor más suave y todo su porte más apuesto y distinguido.”
Todo esto que indica en sus cartas lo vive Clara con toda intensidad en su vida de oración, de intimidad con Cristo Esposo.
En la 2ª CARTA le dice así a Inés: “Oh reina nobilísima: observa, considera, contempla con anhelo de imitarle, a tu Esposo, el más bello entre los hijos de los hombres hecho por tu salvación el más vil de los varones, despreciado, golpeado,... muriendo entre atroces angustias en la cruz.”
Vemos en este párrafo la espiritualidad de Santa Clara orientada al misterio de la Cruz. El Papa Juan Pablo ll ha escrito: “Clara es la amante apasionada del Crucificado pobre, con el que quiere identificarse absolutamente”.
En la 3ª CARTA aconseja: “Piensa en tu Señor con humildad y en pobreza, pues has hallado el tesoro escondido en el campo y en el corazón de los hombres”.
“Te considero cooperadora del mismo Dios, y sostenedora de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable”.
Esto es así por el ministerio de la oración para el que Santa Clara ha sido elegida. ¡Misión admirable y sublime de la oración contemplativa!
¡Sostener y edificar la Iglesia de Cristo! Poner en la presencia del Señor cada día los momentos felices o atormentados de su historia: sus luchas, sus tristezas, sus gozos, sus esperanzas…
Sigue aconsejando Santa Clara: “Fija tu mente en el Espejo de la eternidad; fija tu alma en el esplendor de la gloria; fija tu corazón en la figura de la divina sustancia y transfórmate toda entera en imagen de su divinidad. Así experimentarás también tú lo que experimentan los amigos al saborear la ‘dulzura escondida’ que Dios ha reservado desde el principio para sus amadores... Ama totalmente a quien totalmente se entregó por tu amor: a Aquél cuya hermosura admiran el sol y la luna.”
La 4ª CARTA, escrita al final de su vida (o sea hacia el año 1252), es expresión madura de su vida espiritual, que ha llegado a la cumbre de la perfección evangélica. Ella representa por escrito la práctica de la vida contemplativa franciscana.
Clara habla del “fuego de la caridad” que causa esta contemplación.
“El saludo o preámbulo es todo un poema de ternura, de delicadeza y de cariño hacia aquella a quien se dirige. La felicita nuevamente por haberse desposado como otra Inés con el ‘Cordero Inmaculado’” (Comentario del P. Helbert, ofm)
Continua Santa Clara: “Dichosa realmente tú pues eres esposa de Aquél cuya hermosura admiran sin cesar los bienaventurados ejércitos celestiales: cuyo amor aficiona; cuya contemplación nutre; cuya benignidad llena; cuya suavidad colma; cuyo recuerdo ilumina suavemente... cuya vista gloriosa hará felices a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial”.
Por último, Santa Clara invita en la más alta contemplación a considerar a Cristo mirándole como Espejo sin mancha: “Mira al comienzo la pobreza, pues es colocado en un pesebre y envuelto en pañales... el Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es reclinado en un pesebre...Mira y considera en el centro del Espejo la humildad... los múltiples trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano...” “Contempla en lo más alto del Espejo la inefable caridad”.
Este contemplar es un mirar entrañable, plenamente marcado por el Amor. Es un mirar con el corazón.
Y ella, por medio de esta contemplación de Cristo Crucificado, se siente profundamente impresionada e inflamada en el fuego del amor. Es su desposorio en el amor.
Y exclama ante “sus inexpresables delicias”, “forzada por la violencia del anhelo del corazón”: “¡Atráeme! ¡Correremos a tu zaga al olor de tus perfumes, oh Esposo Celestial!”
En esta síntesis de los escritos de Santa Clara, se refleja la espiritualidad contemplativa y esponsal de su autora.


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