"En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos:
-- Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.
Disputaban los judíos entre sí:
-- ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?
Entonces Jesús les dijo:
-- Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre."
UN PAN... UN CUERPO:
La experiencia de Dios que hace la Iglesia en este día del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo la intuimos anunciada en las palabras del salmista: “El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre”.
La fe da sentido a las palabras, y lo hace evocando acontecimientos en los que el Señor se ha manifestado como Señor para su pueblo.
El salmista recuerda el desierto, el camino recorrido hacia la tierra prometida, el pan del cielo con el que Dios alimenta a su pueblo, la palabra que ilumina aquel éxodo, la compasión, la misericordia y la lealtad que fueron el rostro de Dios para su pueblo.
“Los alimentó… los sació”: la oración evoca una Tienda entre las tiendas de Israel, una presencia, una ley, una alianza, una historia de amor…
Mientras tú dices, “los alimentó… los sació”, tu fe confiesa que el Señor te sacó de Egipto, de la esclavitud, te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, sacó para ti agua de la roca, te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres…
Hoy, Iglesia amada de Dios, harás tuyas las palabras del salmista, y las llenarás de un sentido que el salmista no pudo darles.
“El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre”: las mismas palabras recuerdan ahora otras promesas, otro pan, otra luz. Tú no apartas ya de Cristo la mirada; él es el rostro de Dios para ti, su compasión, su misericordia, su lealtad. Él es la Tienda de Dios en medio de su pueblo, la Palabra de Dios hecha carne, la Luz que ilumina tu vida. Él es “el pan vivo que ha bajado del cielo; quien coma de ese pan vivirá para siempre”.
Éste es el misterio que celebras; ésta es la Eucaristía que adoras y recibes; éste es el pan con que Dios te alimenta; éste es el cáliz de nuestra acción de gracias, que nos une a todos en la sangre de Cristo; éste es el pan que partimos, que nos une a todos en el cuerpo de Cristo; éste es el sacramento de la vida entregada de Jesús, sacramento de su amor hasta el extremo, de un amor que, por ser sin medida, ha hecho un cuerpo solo de quienes éramos muchos y divididos: “Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión… Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina”.
La Eucaristía que la Iglesia celebra es el icono de la vida a la que ha sido llamada. Comemos de un solo pan para formar un solo cuerpo: el cuerpo de Cristo.
El salmista recuerda el desierto, el camino recorrido hacia la tierra prometida, el pan del cielo con el que Dios alimenta a su pueblo, la palabra que ilumina aquel éxodo, la compasión, la misericordia y la lealtad que fueron el rostro de Dios para su pueblo.
“Los alimentó… los sació”: la oración evoca una Tienda entre las tiendas de Israel, una presencia, una ley, una alianza, una historia de amor…
Mientras tú dices, “los alimentó… los sació”, tu fe confiesa que el Señor te sacó de Egipto, de la esclavitud, te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, sacó para ti agua de la roca, te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres…
Hoy, Iglesia amada de Dios, harás tuyas las palabras del salmista, y las llenarás de un sentido que el salmista no pudo darles.
“El Señor los alimentó con flor de harina y los sació con miel silvestre”: las mismas palabras recuerdan ahora otras promesas, otro pan, otra luz. Tú no apartas ya de Cristo la mirada; él es el rostro de Dios para ti, su compasión, su misericordia, su lealtad. Él es la Tienda de Dios en medio de su pueblo, la Palabra de Dios hecha carne, la Luz que ilumina tu vida. Él es “el pan vivo que ha bajado del cielo; quien coma de ese pan vivirá para siempre”.
Éste es el misterio que celebras; ésta es la Eucaristía que adoras y recibes; éste es el pan con que Dios te alimenta; éste es el cáliz de nuestra acción de gracias, que nos une a todos en la sangre de Cristo; éste es el pan que partimos, que nos une a todos en el cuerpo de Cristo; éste es el sacramento de la vida entregada de Jesús, sacramento de su amor hasta el extremo, de un amor que, por ser sin medida, ha hecho un cuerpo solo de quienes éramos muchos y divididos: “Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión… Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina”.
La Eucaristía que la Iglesia celebra es el icono de la vida a la que ha sido llamada. Comemos de un solo pan para formar un solo cuerpo: el cuerpo de Cristo.
Siempre en el corazón Cristo.
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger