sábado, 13 de octubre de 2012

NOS APREMIA EL AMOR (3º)


El camino de la humildad: 

No tenemos otro para acercarnos a Dios, ni hay otro para llegar al corazón de los hombres nuestros hermanos. 
Nadie piense que está ya en ese camino, o que se puede entrar en él con palabras fingidas, o que se puede llegar a ser de la humildad por voluntad humana, pues es tan de Dios esta disposición del corazón, como lo pueda ser la condición de hijos adoptivos de Dios a la que hemos sido llamados, y es gracia ésta tan inmerecida como lo pueda ser el conocimiento que Dios nos ha dado de su verdad. 
Para que tu vida reciba la forma de la humildad, será necesario que recuerdes siempre la grandeza de tu Dios, la gloria de su nombre, lo insondable de su ser. Sólo la humildad tiene voz para hablar de Dios sin ofenderle, sólo ella puede hablar con Dios sin profanar su santidad. 
Para que tu vida reciba la forma de la humildad, será necesario que te conozcas, que sepas y recuerdes quién eres, dónde te han encontrado, quién se ha apiadado de ti, de dónde te han hecho salir, a dónde te han llevado. La comunidad a la que perteneces, la Iglesia de Dios, es una comunidad de esclavos que han sido liberados, de pecadores que han sido perdonados, de pobres que han sido enriquecidos, de leprosos que han sido limpiados, de ciegos que han sido iluminados, de muertos que han sido resucitados a una vida nueva en Cristo Jesús. Porque Dios se ha fijado en la pequeñez de su esclava, a ti, como a María de Nazaret, te ha sacado de la tierra de tu humillación y te ha llevado a la tierra de la humildad, tierra de alegría y de alabanza. 
 La alegría y la alabanza serán la primera predicación del evangelio que se nos ha confiado para anunciarlo a los pobres. 

 El camino de la encarnación: 

El camino de nuestra pequeñez, camino de humildad, por el que entró la Palabra eterna de Dios al hacerse hombre, el apóstol Pablo lo describió como anonadamiento del Mesías Jesús, “el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contario, se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres” . 
 Ese mismo camino, el evangelista Juan lo describirá como encarnación: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” . 
Tampoco en este camino se puede entrar si no es por gracia, por comunión con Cristo Jesús. Nadie lo recorrerá si no lo mueve el Espíritu de Dios, si no lo apremia el amor a Dios y el amor a los pobres. 
Por el camino de la encarnación, se va a Dios mientras se va hacia el hombre, tanto más nos acercamos a Dios cuanto más nos acercamos al hombre, nos hacemos más de Dios cuanto su gracia nos hace más del hombre.
 No es difícil caer en la cuenta de que ese camino se hace bajando, despojándose uno de sí mismo, acercándose al que no tiene, acercándose al otro como quien sirve, como el que obedece, como el que lo da todo, hasta la entrega de la propia vida. 
Ese camino de encarnación, que recorrió delante de ti el Mesías Jesús, es el que estamos llamados a recorrer con él quienes formamos la Iglesia, que es su cuerpo místico: Un solo cuerpo. El mismo camino. Los mismos sentimientos en Cristo y en nosotros. 
Advertimos el misterio insondable: nunca alcanzaremos esa meta que, por otra parte, siempre hemos de perseguir. La fe que te consuela, pues ya te hace de Cristo, al mismo tiempo te hiere, pues te hace ver que aún estás lejos de él. 
A la dificultad del misterio que te sobrepasa, hemos de añadir las que lleva consigo la desapropiación de uno mismo, la obediencia al mandato del Señor, nuestra vocación de servicio… 
Pero no hemos advertido todavía dónde está la dificultad más sutil, la barrera más personal y más alta que se puede levantar en nuestro camino hacia los pobres. El hecho de que bajes hasta ellos, a sus ojos, puede que también a los tuyos, te hace superior a ellos, y eso les ofende. El hecho de que les ofrezcas un pan, les impone recibir de ti lo que tendrían derecho a tener sin ti, y eso les ofende. La misma encarnación del Hijo de Dios hubiera sido una ofensa para los pobres si, a salvarlos, aquel Hijo hubiese venido como rico y no como uno más entre los necesitados de salvación. Todo, incluso la encarnación, necesita del amor para no ser ofensivo. El amor acorta tu camino hacia el otro, hace de ti su siervo, hace de él tu señor. Y sólo el amor, tu amor, acortará el camino del otro hacia ti, de modo que los pobres te perdonen por el pan que les has dado . 

 El camino del hombre: 

A la luz de la fe, para que el hombre pudiera acceder al misterio de Dios, Dios ha venido al misterio del hombre: “El Verbo de Dios se hizo hombre y el Hijo de Dios se hizo Hijo del hombre para que el hombre, unido íntimamente al Verbo de Dios, se hiciera hijo de Dios por adopción” . Dios ha querido hacer del hombre su destino, para que el hombre pudiese tener como destino a Dios. 
Si leemos el evangelio con la sencillez de la fe, encontraremos que el hombre, el pobre, ocupa un lugar privilegiado en el corazón de Dios. Verás que el centro de esa increíble historia de amor lo ocupa el Hijo de Dios; pero observarás también que el nacimiento de ese Hijo fue anunciado como buena noticia para los pastores, como alegría para todo el pueblo. Tú sabes que su presencia fue vista como luz para las naciones, como gloria para Israel, y que su vida fue entendida como un evangelio para los pobres, pues el Espíritu de Dios, que lo ungió, lo envió a llevar a los pobres la buena noticia: a los cautivos, la libertad; a los ciegos, la vista; a los pecadores, la gracia; a los muertos, la vida. 
 El Hijo de Dios, de quien decimos con verdad que es el centro de la Historia, el centro del evangelio, más aún, que es el evangelio, ha entrado en el camino del hombre, se ha encarnado para el hombre, ha salido en busca del hombre, se ha hecho siervo del hombre. 
El hombre es también nuestro camino: Para el hombre hemos sido ungidos; al hombre hemos sido enviados; de los pobres es el tesoro que llevamos en el barro de nuestras vidas. 
Enamorada de sí misma, la razón se ahogó en el estanque de la nada. No vio que la vida estaba fuera del estanque, lejos de ese reflejo engañoso de la propia imagen; no vio que la vida estaba en el otro, en los otros. 
El gran ausente de la reflexión filosófica de la posmodernidad, de las teorías económicas, de los proyectos políticos, es el otro, los otros, el hombre, los pobres. Pero ellos son los que llenan con su presencia las páginas del evangelio, los artículos del credo, y, si no queremos traicionar evangelio y credo, el hombre, los pobres, han de ser el camino del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. 

De vuelta, con los pobres, al corazón de Dios: 

Si por medio de su Hijo, por medio de la Iglesia, por medio de nosotros, Dios abre a los pobres la puerta de la fe, él es quien, por medio de su Hijo, por medio de los pobres, nos abre a todos la puerta de su intimidad, la de su corazón, la de su gloria, la de de su ser. 
Un día verás –hoy lo sabe tu fe- que, en los pobres, hablabas con Cristo, amabas a Cristo, honrabas a Cristo. Y aquel día experimentarás –hoy ya lo sabe tu fe- que, en los pobres, Cristo hablaba contigo, te amaba a ti, te honraba a ti, y que el cielo no será otra cosa que hablarse cara a cara, amarse sin velos, honrarse mutuamente con una dicha sin fin. 
 Entonces será la bienaventuranza. Ahora son las bienaventuranzas. Aquélla es cosa del cielo y de los santos; éstas son cosa de la tierra y de los pobres. Un Año de la fe puede que sirva, espero que sirva, pido que sirva, a que las bienaventuranzas lleguen a ser nuestra forma de vida. 

CONCLUSIÓN: 

Queridos: La caridad nos urge a que entremos por los caminos de la humildad, de la encarnación, del hombre, para que a todos pueda llegar el evangelio que nos ha sido confiado, para que todos lleguen a conocer a Cristo Jesús, para que todos sientan a Cristo tan cercano a sus vidas como pueda estarlo de ellas nuestra voz y nuestras manos.
 La caridad nos urge a la conversión, a adentrarnos en el misterio de Dios, a conocer, como experiencia de salvación, el Credo, los artículos de la fe de la Iglesia. 
 Si alguien, Iglesia de Cristo, te pregunta a dónde vas, tú señala a los pobres. Y si te preguntan por qué los buscas, tú señala a tu Señor, al que va contigo porque te ama, al que te envía a ellos porque los ama. 
 El Espíritu del Señor te ha ungido y te ha enviado a evangelizarlos: Los pobres son la tierra del evangelio. 

Tánger, 4 de octubre de 2012. 
Fiesta de San Francisco de Asís. 

Siempre en el corazón Cristo. 

+ Fr. Santiago Agrelo Martínez 
Arzobispo de Tánger.

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