viernes, 8 de agosto de 2014

DÍA 6º: OBEDIENCIA




En el nombre del Señor…
            Hermanos, el cumplimiento de los prefectos del Señor es  un sacrificio saludable, dice el Eclesiástico. Pidamos, pues, al Señor que nos haga comprender bien la importancia y el valor de la obediencia.
 Oremos
            Oh Dios, que para librar a los hombres de la esclavitud del pecado enviaste a tu divino Hijo, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, haz que su ejemplo cure en nosotros la plaga del orgullo, que nos hace insufribles al yugo de la obediencia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.  

Escuchamos la Palabra de Dios
 Del Evangelio según San Juan 4, 31-36

 Reflexión
            Hablar de obediencia hoy no es fácil. Con el aurea de libertad que sopla en la mentalidad actual, por una parte, y por otra con la realidad de los innumerables abusos que en nombre de la obediencia o de la ley se han realizado o se realizan con daño de pueblos, de personas y de la misma dignidad humana, hoy también el término “obediencia” está comprometido y malamente tolerado.
            Y sin embargo, la obediencia además de ser virtud cristiana, es el fundamento del vivir civil y social, sin ella acabarían en nada las leyes, el orden, la autoridad, la disciplina y la misma vida comunitaria, a la que está totalmente ligado el progreso de la humanidad.
            No pretendemos hacer aquí el elogio de la obediencia. Nosotros creemos ya en el valor fundamental e insustituible de esta virtud. Sabemos que la obediencia en cuanto adhesión libre y espontánea a la voluntad de Dios, nos eleva a un orden sobrenatural y nos hace partícipes del misterio divino de la salvación.
            El voto de obediencia pues es un don de amor, un ofrecimiento que hacemos a Dios, para unir más íntimamente nuestra voluntad a la suya, para imitar a Jesús que nos dice: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me ha enviado”. Mi comida ¿entendéis? Porque si el hombre animal vive de pan, Cristo vive de esta voluntad divina. “Él por nosotros se ha hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz”.
Esta espiritualidad evangélica de la obediencia guió toda la vida y obra de Santa Clara, obediencia a Dios ante todo, obediencia al Evangelio pero también obediencia a la Iglesia, al Papa, a la jerarquía, y obediencia también a Francisco, a aquel que le había dado el Señor como el maestro en la forma de vida evangélica.
            A sus hermanas la Santa Madre no olvidó jamás de recordar “que por amor de Dios habían renunciado a su propia voluntad”: un motivo que sólo puede bastar para dar alas al espíritu y hacer pronta y alegre nuestra obediencia. También a las abadesas Santa Clara las recuerda que “el Hijo del Hombre no ha venido  “para ser servido sino para servir y dar su vida para la salvación de muchos… y quien entre vosotros quiera ser el mayor, que se haga vuestro siervo” “Porque así debe ser –dice Santa Clara– que la abadesa sea la sierva de todas las hermanas”.
            A estas normas ajustó la Santa Madre todo su comportamiento. Su obediencia no tuvo límites; su completa donación a Dios y  a su voluntad fue sin medida. Modelada sobre el ejemplo de Cristo su obediencia fue plenitud de caridad, expresión de inconmensurable amor a Dios y a las almas.
            Caridad que transforma en servicio como el arropar con sus propias manos a las hermanas por las noches para que las hermanas no cogieran frío. O aquella materna indulgencia hacia las hermanas que veía menos adelantadas en virtud; o como aquel postrarse ante sus hermanas enfermas o afligidas  para aliviarlas en el dolor. Y animada por su experiencia personal nos escribe en la Regla, y luego repetirá en su Testamento: “Ruego a aquella que tenga el gobierno de las hermanas que se preocupe de preceder a las otras más con la virtud y la santidad de vida, que por la diligencia, para que animadas por su ejemplo, las hermanas le obedezcan no tanto por deber cuanto por amor.
            Obedecer en espíritu de fe y por amor a Dios, de hecho es señal de verdadera madurez y libertad de espíritu.  Y con esta libertad también la paz. “Obediencia y paz” una fórmula tan querida por el beato, el Papa Juan XXIII, terciario franciscano, o para decirla con Dante: “en su voluntad está nuestra paz”.

  Plegaria comunitaria
             Hermanos, el ejemplo de la obediencia de Jesús y de los Santos nos anima a imitarlos para que el Señor nos enseñe a hacer su santa voluntad

 Oremos juntos diciendo:

 R. Escúchanos, Señor

·         Para que la Iglesia en el cumplimiento de la misión que Cristo le encomendó, siga el mismo camino que Él, el de la pobreza y de la obediencia, el del servicio y del sacrificio. Oremos. R.

·         Para que todos los hombres se convenzan de que el progreso, la justicia y paz dependen de la fiel observancia de las leyes divinas. Oremos. R.

·         Para que los cristianos con su obediencia al Evangelio contribuyamos eficazmente a la solución de los problemas que afligen a la sociedad humana. Oremos. R. 

·         Para que nosotros, los aquí reunidos, cumplamos siempre por amor y con amor cuanto hemos prometido a Dios conformándonos en todo a su santa voluntad. Oremos. R. 

            Ahora en silencio, pidamos al Señor por intercesión de Santa Clara, las gracias que deseamos alcanzar en esta Novena.  (Petición)

            Padrenuestro, Ave María y Gloria

Oremos
Oh Jesús, que por la gloria del Padre y por nuestro ejemplo, te hiciste obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, haz que con los mismos sentimientos de humildad, de obediencia y de amor, también nosotros sirvamos a Dios todos los días de nuestra vida. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

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