martes, 18 de octubre de 2011

BREVE HISTORIA DE NUESTRO CONVENTO (VI)



SENTADOS EN TORNO A LA MISMA MESA FRANCISCOY CLARA SE ALIMENTAN CON “PLATO ÚNICO”.
EL AMOR AL DIOS ALTÍSIMO Y A TODAS LAS CRIATURAS QUE LES ENVUELVE Y HACE BRILLAR COMO SOL ESPLENDENTE

Bajo la mirada y protección de nuestros Seráficos Padres Francisco y Clara, la Comunidad del Convento de la Santa Cruz, sigue con fidelidad y fervor el camino emprendido. Integra la Comunidad en esta época cerca de veinte monjas, que viven en verdadera fraternidad abrazando todas las austeridades y costumbres del Convento, guiadas por la Primera Regla de Santa Clara, que es un compendio de normas para vivir y convivir unidas la altísima pobreza que profesaban, queriéndose mucho y ayudándose mutuamente en los trabajos establecidos como medio de vida; orando sin intermisión por lo que se guarda un silencio absoluto, aunque disfrutaban de recreaciones, dos veces al día, después de la comida y de la cena; en esas ocasiones se comunicaban sus mutuas cuitas y experiencias de almas contemplativas que las servían de estímulo y ejemplo lo de unas a las otras, también se comentaban algunas veces las vivencias de sus respectivas familias para gozarse todas con ello y encomendar sus intenciones al Señor. Todas se alegran con las que se alegran y lloran con las que lloran, formaban una familia numerosa con un mismo ideal. Sentadas en torno a la misma mesa y alimentadas con “plato único”...sazonado con EL AMOR A DIOS y a toda la humanidad. En este ambiente de paz, amor seráfico y universal se deslizaba la vida de las Clarisas Descalzas de León...

PERO NO SOLO SOMOS MONJAS
Pertenecemos a una nación, España, y vivimos en una ciudad, León, somos por tanto ciudadanas de nuestro país y lógicamente en el Convento también se experimentan las vicisitudes y adversidades que asedian a nuestra querida nación. Caminamos tras el siglo XIX, y mismamente en el año 1835, el gobierno progresista de España, que presidía el señor Mendizábal, secuestra toda la documentación del archivo conventual, ¡todo!, absolutamente todo lo referente a la economía de esta pobre comunidad, a consecuencia de esta rapiña gubernamental, quedó completamente destruido, y no solo esto, a partir de esta fecha funesta, no se podía recibir ninguna novicia, situación peor que la económica, pues por ese camino estaban condenadas irremisiblemente a su extinción al ir la muerte diezmando los monasterios...
En medio de este fatal ambiente antimonacal, por gracia y milagro de Dios, pudieron nuestras hermanas permanecer en su clausura al abrigo de los muros conventuales, agobiadas, pero no turbadas, de tantas contrariedades y escasez para sobrevivir, seguían todas las observancias de la vida comunitaria sin dejar los maitines a media noche; trabajos fuertes y casi sin retribución, clandestinamente algún bienhechor las ayudaba con sus limosnas. Y, así se fueron pasando 17 años, hasta que en 1852, se abrió un portillo para remediar en parte esta situación, por un decreto del 26-III-de 1852, permitiendo el ingreso de dos candidatas en cada monasterio a título de cantora u organista a las cuales se las asignaba una pensión de 100 ducados anuales. En estas condiciones fueron admitidas Dña. Teresa de Santa María Magdalena que profesó el 24-IV-1850, organista, y Dña. Hilaria de Santa Clara, que profesó el 16-VI-1853, cantora...En el año 1849, el Sr. Obispo D. Joaquín Barbagero, condonó las cargas de la Comunidad que eran muchas y sin medios para hacerlas frente, tanto de Misas como de otras obligaciones, y este buenísimo y caritativo Prelado, estableció las que habían de cumplir en adelante... Así andaban las pobres Clarisas Descalzas, vivían menos que al día, ni el trabajo, ni las limosnas cubrían sus más perentorias necesidades, pero se sentían felices y daban gracias a Dios, por gustar y vivir tanta pobreza, complaciéndose en parecerse un poquito a quien seguían: “A Cristo Jesús, que pobre fue reclinado en un pesebre, pobre vivió en el mundo y desnudo permaneció en el patíbulo”
En estos años las Clarisas de León, experimentaron en grado sumo la santa pobreza, afectiva y efectiva, como San Francisco y Santa Clara.

(Continuará)

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