martes, 2 de febrero de 2010

Una Aventura Sorprendente (XXV)


TESTIMONIO DE UN ANCIANO

María y José con su Niño se encontraban felices viviendo en Belén, para cumplir con todo lo establecido por sus leyes. Así llegó el día en que hubieron de presentar al Niño en el Templo de Jerusalén, donde un anciano llamado Simeón dio un precioso testimonio de la identidad de este Niño. El Señor Dios le había revelado que no le llegaría la muerte hasta que no viera al Cristo-Mesías recién nacido. Avisado por un oráculo del Señor, el día que iban a presentar al Niño sus padres, el venerable anciano fue al Templo. Cuando los vio entrar en el atrio su corazón latió con fuerza, se sintió rejuvenecer en su espíritu y se acercó a los esposos, mirando al Niño que María llevaba en sus brazos.
Y ¡qué emoción tan grande le embargó! Tomó al Niño en sus brazos y exclamó lleno de alegría:
-"Ahora, Señor ya puedes dejar ir a tu siervo en paz según tu Palabra"
Fijó sus ojos llenos de luz en el Niño que sostenía entre sus brazos e hizo la gran revelación que había recibido de Dios, a quien se dirigía: 
-"porque mis ojos han visto tu Salvación, la que preparaste para todos los pueblos; Luz para iluminar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel".
"María y José estaban admirados de las cosas que se decían de él".
Iban conociendo su grandeza, su hermosura, el misterio divino de su amor infinito.
Dice el Libro Sagrado que Simeón bendijo a los padres, y a María la profetizó que tenía que ser asociada a la obra de su Hijo, el cual iba a ser signo de contradicción, y como una bandera discutida para muchos, por cuyos motivos: "una espada atravesará tu alma".
Estas palabras del anciano, pusieron un sello de sobresalto en los corazones de María y de José, que se suavizaron, sin embargo, cuando dentro del Templo, con la luz de Dios, meditaron y comprendieron mejor, que siendo este Niño Hijo del Dios Altísimo también se cumplía en Él lo dicho por el mismo Simeón: "es el Salvador del género humano, la Luz de todas las naciones, la Gloria más grande de su pueblo, Israel.
Así entraba hoy en la Casa de su Padre. Él era su Palabra, la Palabra substancial del Padre, reflejo de su gloria e impronta de su Ser; era la vida y la luz de los hombres, y la gloria de todos los pueblos.
Así entra en el Templo, para cumplir su misión de glorificador del Padre, ofreciéndole un culto perfecto de Redentor de la humanidad caída a la que reconciliaba con su Dios y Señor.

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