IDENTIDAD DEL HIJO DE DIOS
En el hogar de Nazaret transcurre el tiempo muy feliz, ya que María y José tienen la suerte única en el mundo, de convivir con el Hijo de Dios humanado. Y Él, por supuesto, era con sus padres cariñoso y comprensivo en la vida ordinaria.
Pero el Niño había crecido y era ahora un joven, por cierto, de unas cualidades humano-divinas extraordinarias: Un cuerpo perfectísimo formado por el Espíritu Santo (en el seno de una madre Virgen), de una belleza y una estatura prócer "el más bello entre los hijos de los hombres", dicen los Libros Sagrados, de un supremo atractivo.
Dotado de una inteligencia clarísima, que sin ser enseñado en muchas cosas, las conocía con una ciencia completa. Su memoria prodigiosa retenía todo, sin trabajo y sin olvido. Una voluntad libre e independiente, pero sumisa al Padre Celestial e identificada con Él, con un corazón abrasado por el fuego del amor a Dios y a los hombres. El Espíritu Santo estaba sobre Él.
El joven Jesús tenía, pues, una personalidad que, sin saber quien era, se notaba ciertamente un "algo indefinible", único, eminente y distinguido en todo su porte.
En sus conversaciones con sus padres María y José en el hogar, surgían preguntas, que Jesús con bondad infinita trataba de aclarar. Y era con ellos con los que únicamente podía comunicarse tal cual era.
- Dinos, hijo amadísimo, -decía María-. Siempre me llama la atención el salmo que dice: "Tú eres mi Hijo, yo te engendrado hoy. Pidémelo, te daré en herencia las naciones; en posesión los confines de la tierra". ¿Cómo se va a realizar esa promesa de nuestro Dios?
- Bueno, Madre, en parte ya se ha realizado. Recuerda lo que te dijo el ángel antes de mi nacimiento.
- ¡Ah sí! ¡Qué anuncio me hizo tan grande, cargado de misterio! Lo recuerdo perfectamente, hijo mío. Y algo parecido se le dijo a José.
- Sí, -intervinó José- ¡aquello es inolvidable!
- Dime, padre, -dijo Jesús, sonriendo- ¿Qué te dijo a ti el ángel cuando me contabas que tuviste un sueño?
- Te diré, hijo mío. que aquello fue para mí como devolverme la vida. Las palabras fueron así: "José, hijo de David, no temas; que de tu esposa nacerá un hijo, al que tú llamarás Jesús, y él salvará a su pueblo de sus pecados". Y me dijo el ángel otra palabra me dejó sobrecogido de admiración: Es "Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros"; ¡demasiado grande para mí!
Jesús se había emocionado. Pero dijo:
- Es muy pronto para aclararos todo eso, pero sabed, que ciertamente se ha de cumplir todo lo que está prometido. Lo que dice el salmo se refiere al Reino de Dios, que ha de venir a todo el mundo.
- Pero -dijo María- temo muchas veces que para realizarse te alejarás de nosotros...
- Nada de eso, Madre. El Reino de Dios que yo implantaré en el mundo, es un reino espiritual, un reino de amor y de paz. Este reino espiritual oculto está allí donde el amor de Dios llena los corazones. Es un reino de misericordia y de perdón. Está ya dentro de vosotros. Sois la primicia de este reino.
- ¡Qué hermoso me parece todo eso, hijo mío! -dijo María-; mas, no puedo comprender bien tus divinas palabras...
Jesús dijo:
- Ahora no lo comprendéis, pero ya lo iréis comprendiendo. Todavía no ha llegado la hora que el Padre me tiene señalada. Entre tanto, tenéis que vivir sin temores, pues Él quiere para nosotros todo bien.
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