Nací en un pueblo de León, perteneciente a la Diócesis de Astorga. Un pueblo precioso y de mucha vitalidad.
Soy la 7ª de nueve hermanos, muy querida por todos ellos y no digamos de mis padres, sobre todo de mi madre.
Siempre fui una niña muy alegre. Todos los del pueblo me querían muchísimo y siempre me llamaban la “millonaria de Teodora”, y es por el nombre que me recuerdan.
A los siete años (suerte o desgracia) perdí a mis padres en 20 días y mi vida cambió bruscamente ya que vine a vivir con unos tíos y… todo era distinto.
Ocho años tenía cuando hice mi Primera Comunión y ya Jesús me marcó profundamente. Estar a solas con Él era una delicia, de niña y de adolescente. Por eso San Marcos era para mí un refugio y también la iglesia de Palat del Rey a los pies de la Virgen de Lourdes.
Cuando tenía 12 años, me impusieron la medalla de Hijas de María en una ceremonia muy solemne.
Cuando me planteé el poder ser religiosa, mi primer impulso fueron las misiones y el cuidado de los sacerdotes, por eso me atraían las Discípulas de Jesús. Trabajé mucho por las misiones con los medios de aquel tiempo; entonces existían los “Luises” (dirigidos por los padres Jesuitas) y cooperaba con ellos.
No tenía ni idea de las monjas de clausura; por casualidad conocí este Convento y mi primer impulso fue de rechazo, dije: “Yo aquí, ni atada”, pero algo interior me decía que era aquí donde Él me quería, y al año, más o menos, ya me encontraba dentro. Y aquí sigo alabando al Señor con todo el amor que Él puso en mi corazón de criatura pobre, pero enriquecida con su abundante gracia.
Sor Mª Inés del Divino Prisionero
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