miércoles, 24 de marzo de 2010

Una Aventura Sorprendente (XXXI)

¿LLEGA LA "HORA"?
Pasaron algunos años.
Jesús sabía que se acercaba la "hora" en que debía de salir de su retiro nazaretano. A María la habían llegado los rumores de que se había visto en el río Jordán un gran profeta, como los antiguos, de los que hablan los Libros Santos.
Se llamaba Juan, que había empezado a predicar en el desierto; y en el Jordán impartía un bautismo de penitencia. María, cuando oyó estas cosas, recordó enseguida al hijo de su pariente Isabel. Ella sabía que Juan tenía algún encargo importante de su Dios y Señor. Bien se acordaba de los tres meses que había pasado en Ain-Karen, en compañía de sus parientes, hasta el nacimiento de aquel niño predestinado. Ahora en el desierto, decían que, hablaba de preparar el camino al que había de venir... Recordando estas cosas, su corazón sufría y latía con cierta zozobra. ¿La dejaría ya su Hijo? Esto no lo podía pensar sin que las lágrimas vinieran a sus ojos.
En efecto, Jesús en aquellos días, quiso hablar con su Madre confidencialmente una vez más, para comunicarle la voluntad del Padre que Él tenía que cumplir. Fue buena ocasión, porque aquella tarde al llegar a casa, la encontró sola, pues ya se había marchado Salomé, la de Santiago, que muchos días tenía costumbre de ir a acompañar a María en sus tareas.
Entonces la habló así:
- Madre mía, sabes muy bien que los signos más próximos a la llegada del Mesías, según las Escrituras Santas, se están cumpliendo. Son como sabes profecías muy lejanas que hablaban ya de lo que había de venir ahora. Recuerda por ejemplo, lo que dice Isaías en un párrafo precioso:
"Consolad... consolad a mi pueblo, dice nuestro Dios... una voz grita en el desierto: preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios: los valles se levanten, los montes y las colinas se abajen..."
Ya sabemos que el lenguaje de los profetas es simbólico, y lleno de alegorías pero muy bello. Y todo esto se refería a mi propia venida para salvar a los hombres. Y como sé que te preocupa mucho el asunto de mi ausencia, debo prepararte Madre, y te lo tengo que decir, que va llegando la "hora" que el Padre había señalado para que su Hijo anuncie la llegada del Reino de Dios a todo el mundo.
María se había entristecido mucho y sus ojos estaban llenos de lágrimas. Jesús trató de consolarla diciendo:
- No temas Madre mía, que no me alejaré demasiado de ti. No saldré de nuestra patria y podrás seguirme bastante de cerca en mis trabajos. Tienes que se tú mi apoyo más eficaz en la tarea de la predicación. Tendré que salir de tu casa, de nuestra casa; y vivir de otro modo con los discípulos que he de formar, pero estaré siempre cerca de ti.
- ¡Oh!¡Cómo me consuela esto!, -dijo María-. Poder verte y oírte, seguir tus pasos será el único consuelo de tu vida.
- Pues ya te digo que esto sí lo vas a poder hacer, -contestó Jesús-.
Y María prosiguió:
- Una cosa quiero confiarte, que nunca te he dicho y ahora necesito decirte Hijo amadísimo. He tenido toda mi vida una espina que me ha hecho sufrir lo indecible. Ha sido una especie de sobresalto por tu suerte. Cuando acompañada por José te llevaba en brazos al presentar en el Templo, un anciano salió a nuestro encuentro y nos dijo profecías hermosísimas de tu vida. Pero también me dijo a mí algo que quedó impreso en mi corazón. Y aunque lo quisiera alejar de mí no podía; me dijo: "Mira, este Niño está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel; y como signo de contradicción, o como una bandera discutida. Y una espada atravesará tu alma". Pienso que te va a pasar algo grave...
- Mira Madre; como vas a seguir mis pasos tienes que pensar que tendrás penas, pero también alegrías. Nuestro Padre celestial nos va a sostener siempre a ti y a mí. No sufras más ahora. Cuando llegue la hora del sufrimiento, sufriremos los dos. Ahora tienes que tener paz y alegría.
- Acepto tus palabras plenamente, Hijo mío -dijo María-. ¡Gracias por tanto amor! Me dejas consolada.

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