domingo, 4 de noviembre de 2012

DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO



SALMO 17

Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza,
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

 Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza
y quedo libre de mis enemigos.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca,
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tu diste gran victoria a tu rey,
 tuviste misericordia de tu Ungido.

SAN MARCOS 12, 28b-34 

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: 
- ¿Qué mandamiento es el primero de todos? 
Respondió Jesús: 
- El primero es: “Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. El segundo es este: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay mandamientos mayores que éstos. 
 Él replicó: 
- Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. 
 Jesús viendo que había respondido sensatamente le dijo: 
- No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

“YO TE AMO, SEÑOR":

 Lo dijo el salmista, y tú lo vas diciendo con él: “Yo te amo, Señor”. 
Y porque amas a tu Dios, vas marcando con su nombre vigilias y sueños, tu cuerpo y tu mente, tu familia y tu casa; porque lo amas, guardas su palabra en el corazón, en el alma, en todos los rincones de tu ser. 
Tu amor se desahoga en un cauce de nombres innumerables que no pueden agotar tu agradecimiento, nombres grabados en la memoria, repetidos en la oración, confiados a los amigos, susurrados en la intimidad del corazón: Mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. 
 Con el salmista vas diciendo a tu Dios nombres que evocan la salvación del pueblo amenazado por la violencia del enemigo. Pero la fe intuye que evocan también la serena quietud del niño en el regazo de su madre, el confiado abandono de la Iglesia en los brazos de su Salvador. 
“Yo te amo, Señor”. Detrás de tu declaración de amor, llenándola de ardor y de verdad, están la gracia de tu Dios y tu necesidad, su fuerza y tu debilidad, su regazo y tu pequeñez, su brazo y tu soledad. 
“Yo te amo, Señor”. Se lo dices por lo que él es para ti, y por lo que tú eres a sus ojos, por lo mucho que eres amado, por lo mucho que necesitas de ese amor. 
“Yo te amo, Señor”. Se lo dices, y el amor va desgranando nombres de tu Dios que todavía no habías pronunciado: Mi Dios encarnado, mi Dios excluido, mi Dios perseguido, mi Dios emigrante, mi Dios clandestino, mi Dios escarnecido, mi Dios crucificado, mi Dios resucitado, mi Dios resucitador. 
 “Yo te amo, Señor”. Hoy vienes a mí con nombres de Eucaristía: Mi Dios sacramentado, mi Dios pan de vida, mi Dios bebida de salvación, mi Dios entregado. 
“Yo te amo, Señor”. Mis ojos no se apartan de ti, de tu cuerpo, de tus sueños, de tus miedos, de tu angustia, de tus lágrimas, de tus heridas… Tú eres mi fortaleza, mi roca, mi alcázar, mi libertador, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. 
“Yo te amo, Señor”… 
Feliz domingo 

Siempre en el corazón Cristo. 
+ Fr. Santiago Agrelo 
Arzobispo de Tánger

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