miércoles, 21 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo VIII)


LA PRUEBA: SEPARACIÓN 

En el pobre San Damián, 
sigue la vida tranquila 
y muy feliz para Inés 
 junto a su hermana querida. 
Pero la llega la hora 
de la prueba más amarga 
que a la virgen asisiense 
dejará en la cruz clavada. 
 El Superior decidió 
 enviar a Hermana Inés (2) 
a una nueva fundación, 
 pues la conoce muy bien. 
Conoce su gran virtud 
 y que el ideal de Clara, 
y lo grande de su amor 
está plasmado en su hermana. 
 Seguro que allá en Florencia 
 ella podría plantar 
 el espíritu seráfico 
y de pobreza total 
que, como en ninguna parte 
florece hoy en San Damián. 

Era una tarde de sol, 
 primaveral, deliciosa, 
cuando fueron al jardín 
las dos hermanas dichosas. 
Los jazmines y los lirios, 
 las azucenas y rosas 
 revestían el vergel 
de colores y de aromas. 
 En el ribazo entre flores, 
se sentaron en silencio: 
pero en Clara se veía 
preocupación, sufrimiento. 
Oigamos, pues, ahora el diálogo 
de las dos santas hermanas 
de intensa y grande emoción, 
todo cuajado de lágrimas. 

Clara comienza a decirle 
con suma delicadeza 
a su querida hermanita, 
 la noticia, aunque le cuesta.
 - Inés, hermana querida, 
debo decirte una nueva 
que quizá pueda llenarte 
de inquietud y de tristeza. 

- ¿Pues, qué es, hermana mía?
 - Que es preciso que fundemos
 un convento algo lejano 
y tú has de ser portadora 
 del espíritu seráfico. 

Inés (que se ha conmovido) 
ha seguido preguntando:
 - ¿Quieres decirme que tengo 
 que separarme de ti? 

- Bueno, Inés mía… algo así… 
- ¡Oh! ¡Jamás! -exclamó Inés-: 
Me prometiste aquel día 
que así permaneceríamos 
 para siempre igual de unidas. 
 ¡Desde entonces hemos estado 
 unidas en una suerte; 
y así debemos de estar
 unidas hasta la muerte! 
 - Sí, esto te prometí;
 -le contestó humilde Clara-; 
 y es que el lazo del amor
 no lo rompen las distancias, 
ni tampoco el ideal, 
 pues es lazo de las almas. 

Pero Inés continuó: 
 - ¡No me digas eso, hermana! 
¿cómo voy a separarme 
de la mitad de mi alma? 
Clara contestó: - ¡Hija mía!
 ¡Mi corazón también sangra…! 
Pero ¡por Jesús, hijita…! 
lo podremos por su gracia. 
 ¡Oh! yo sé que el sacrificio 
es heroico, lo comprendo;
 mas, la obediencia lo pide 
y hemos de aceptarlo entero. 
¡Inés, hermana querida
 ¿te tengo que recordar 
que la cruz y el sacrificio 
es siempre lo que hay que amar?... 

- ¡Ah! Clara, ya lo comprendo. 
Sin embargo, hermana mía 
me parece un imposible;… 
 ¡me parece muy deprisa! 
Clara comprende a su hermana; 
 y amorosa y compasiva, 
sigue por ello animándola 
con sus palabras de vida:
 - Pues la cruz y el sacrificio 
serán como una locura;
 pero ¡locura de amor! 
que se convierte en dulzura. 
Contemplemos “el Espejo
 sin mancha”, Jesús amado; 
su inefable caridad, 
que en la Cruz nos la ha mostrado. 
 Él muere por nuestro amor 
entre atroces sufrimientos… 
y ¿no amaremos la Cruz, 
teniendo así parte en ellos?...

 Inés se había conmovido 
hondamente, hasta las lágrimas, 
que también ella había visto 
en los ojos de su hermana. 
Y así dijo dulcemente: 
 - Sabes que tus pensamientos 
 son ciertamente los míos; 
 y contigo al recordarlos, 
 todo eso lo he sentido: 
Por la Cruz, hermana mía,
 ¡todo es posible! es muy cierto. 
Por Jesús y por su amor, 
Clara dijo aún entre lágrimas: 
 - Hija mía, hermana amada: 
 ¡esto esperaba de ti! 
Has demostrado el coraje 
que siempre te conocí: 
Siempre sensible al amor, 
siempre fuerte y decidida. 
¡El amor es invencible! 
¡el amor es lo que anima! 

Se abrazaron, se fundieron 
en abrazo fraternal… 
Se abrazaron a la Cruz, 
ambas en el ideal. 
Y sintieron que la Cruz 
de Jesús, creída locura, 
se les cambió ciertamente 
en oleada de dulzura. 

 Inés hubo de partir
 para su nueva morada. 
Clara quedó en San Damián 
sin su santa y dulce hermana…
 Se separaron los cuerpos: 
 ¡unidas quedan las almas! 

(2) Se supone que fue enviada a Monticelli de Florencia en 1231

No hay comentarios:

Publicar un comentario