martes, 20 de noviembre de 2012

LEYENDA MEDIEVAL (Capítulo VII)


LAS TRES CORONAS 

Se van pasando los años,
 e Inés en su corazón 
 sigue su vida entregada 
siempre al querer del Señor. 
Su contemplación avanza 
y su comunicación 
con el Señor, se ha mostrado 
 a veces, al exterior. 

 Estos dones tan visibles 
son para ella un sufrimiento; 
pues se siente anonadada,
 indigna, en todo momento. 
Su vida sacrificada, 
siempre humilde y escondida,
 puede llamar la atención; 
y esto la hiere y la humilla. 
Entregada a las Hermanas 
disponible para todo, 
pasar desapercibida 
 es su deseo, tan solo. 
Porque por Jesús lo ofrece; 
por Jesús lo pasa todo; 
por Él y para Él es su vida, 
entregada, siempre y solo. 

 Pero Dios una vez más 
va de nuevo a visitarla; 
quiere premiar a su sierva 
tan niña, y siempre tan grata. 

Así una tarde fue Inés 
a orar, como acostumbraba 
 y al punto se sintió envuelta 
en gran luz tornasolada. 
 El misterio de lo santo
 la llena de turbación, 
postrándose humildemente 
ante su Dios y Señor. 
En su éxtasis contempla 
una hermosa aparición 
que la llena de sorpresa 
y de gran admiración: 
Un ángel azul, bellísimo 
que traía entre sus manos
 tres coronas para ella 
enviadas por su Amado, 
contemplado entre las nubes 
como un Niño sonrosado. 
Inés recibe extasiada 
 la noticia y el regalo; 
y con gratitud inmensa 
 hacia su Esposo adorado,
 le repite: ¡Gracias! ¡Gracias
 porque me has amado tanto! 
Podemos pensar ahora 
un poco en las tres coronas 
que llamaremos de flores, 
aunque con piedras preciosas. 
Fijemos, pues, la atención 
en tan brillantes regalos 
con que a Inés la adorna el ángel 
de los cielos enviado.
 Ellas nos pueden hablar 
de virtudes de la Santa 
para conocer mejor e
n lo que ella destaca. 

El ángel pone en su frente 
una corona de nardos 
cuyo perfume la embriaga: 
es premio a su amor seráfico. 
Sí; el amor más puro ardiente 
va marcando su existencia, 
 con anhelos fascinantes 
de fuego vivo, que quema… 
y que en medio del cauterio 
causa un gozo que enajena… 

Otra corona le trae 
de claveles rojo vivo, 
premio a su vida entregada 
 en pobreza y sacrificio. 
Se despojó de las honras, 
y de todas las riquezas. 
Y se abrazó a Cristo pobre 
¡y en la Cruz! fue su riqueza. 
La pobreza del pesebre,
 la pobreza de la Cruz 
resplandece en su camino: 
¡sacrificio en plenitud! 

Y la tercera corona 
es de rosas, rojas, blancas… 
corona que iba a premiar 
su gran celo por las almas. 
Esta intención ha tenido 
desde su entrega al Señor: 
la salvación de las almas 
 con su vida de oración. 
Preocupación por el Reino 
de Cristo y de su doctrina: 
que llegue a todos los hombres 
esa paz, esa alegría. 
Su oración abarca el mundo 
y a su Iglesia tan querida: 
 “a sus miembros vacilantes”, 
 a todos su ayuda brinda. 
¡Oh! ¡Qué visión tan divina
 tan dulce y consoladora! 
que a Inés , humildísima virgen, 
dejó confusa; y ahora 
agradece a su Señor
 tal gracia maravillosa; 
que no merece por cierto 
pero que estima y adora. 

Así hemos conocido 
la oración de gran altura 
de esta mística, en su tiempo, 
de gran belleza y dulzura. 
Y así transcurrió su vida, 
mansamente en el silencio 
de aquel pobrecillo claustro 
que tan dichosa la ha hecho.

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