Sí, puedo proclamar con el profeta, y cantar con el salmista: “En el vientre materno ya me apoyaba en ti, en el seno tú me sostenías, siempre he confiado en ti”.
En el sexto mes de embarazo de mi madre, se le presentó una apendicitis aguda por lo que tuvo que ser intervenida quirúrgicamente; y yo allí, acurrucadita en el seno de mi madre, sin sufrir daño alguno. Nací al noveno mes, por eso un señor del pueblo, muy mayor, cual otro Simeón, me llamaba la niña milagrosa.
La vocación a la oración y a la soledad, creo que también tuvo sus primeras manifestaciones en los años de mi infancia. Esta oración era siempre una oración de intercesión. Por eso en los momentos de graves peligros, me refugiaba en ese lugar solitario, oraba largamente al Señor, y con la confianza y seguridad de que mi pobre súplica había sido escuchada, me marchaba feliz a jugar con mis amiguitos.
Estas escapadas en momentos difíciles me costaron sus regañinas, ¿dónde te has ido? Nunca descubrí mi secreto.
Bien es verdad que a los diez años mi fe comenzó a vacilar, debido a lo que las personas mayores nos decían con frecuencia: “Como hagáis esto, Dios os va a mandar al infierno...”, “Se va a enfadar con vosotros...”, “El Niño Jesús llora si hacéis esto otro...”, etc. Yo me interrogaba ¿Cómo puede ser Dios así? No podía creer en ese Dios castigador, y en un Niño Jesús tan quisquilloso que por todo se enfadaba. Conclusión: “esto es un chantaje que los mayores nos hacen para que hagamos siempre lo que ellos quieren”.
Nunca quise ser monja. Y por lo mismo tampoco me acercaba a ellas ni a los sacerdotes.
A los 14 años quise marcharme del pueblo, a casa de unos tíos, para vivir en la ciudad. Soñaba con ser independiente, ¡Cuántas ilusiones! Pero las madres, que siempre están ahí, respetando mi voluntad de querer salir del pueblo, puso unas condiciones: “te dejo ir para León, pero será a un colegio en el que hay unas horas de trabajo y a la vez sigues recibiendo cultura general. Si aceptas esto, bien y si no, tienes que seguir en el pueblo”.
Me contrarió enormemente. Todo lo que yo soñaba quedó por el suelo. Pero como en el pueblo no quería quedarme, acepté la decisión de mis padres.
A los 15 años hice ejercicios espirituales. En estos días de retiro tuve un encuentro vivo con Jesús y su Evangelio, y recuperé la fe que había quedado adormecida durante estos años de atrás. Presentí la llamada de Jesús, que se fue haciendo más clara en los ratos de oración silenciosa ante el Sagrario. La mirada de Jesús no me abandonaría ya más.
Al exterior mi vida seguía igual... pero en mi interior se estaba efectuando una transformación. En estos ratos de intimidad con Él, me atreví a decirle: “Si me quieres para ti en la totalidad de mi ser, quiero decirte que sí... pero a los 30 años”. Pues yo pensaba que la juventud era una etapa para disfrutar y pasarlo bien sin ningún compromiso.
Hablando un buen día sobre la vocación, una amiga dijo: “A Dios le gusta la juventud”, frase que fue como un dardo que atravesó mi corazón. Cuando oraba, esa frase volvía a mi mente una y otra vez, y le dije: “Señor, si Tú me llamas para ser tuya, en plena juventud, yo te digo sí, aquí estoy.” Palabra irrevocable.
La vocación a la vida contemplativa en “soledad y silencio, oración continua y generosa penitencia”, fue clara desde el primer momento.
Me preparé con todo fervor a la fiesta de Pentecostés, para que el Espíritu me iluminara y me diera su fuerza para presentarme en este convento, sin conocer a nadie, y decirles: “Quiero ser monja”.
Tuve que esperar un año. Por ser menor de edad necesitaba el consentimiento de mis padres, que les costó muchas lágrimas, pero me lo dieron, y el día de la Natividad de la Virgen, ellos me acompañaron al convento.
Nunca pensé que mi decisión fuera a provocar tantos inconvenientes. Tuve que luchar contra todo y contra todos para realizar mi vocación, pero cuando uno está enamorado, ¡qué bonito es luchar por ese Amor!
¡Joven, no tengas miedo al Amor de Jesús! ¡Déjate mirar por Él!, y dile que SÍ
Sor Mª Belén de Jesús
En el sexto mes de embarazo de mi madre, se le presentó una apendicitis aguda por lo que tuvo que ser intervenida quirúrgicamente; y yo allí, acurrucadita en el seno de mi madre, sin sufrir daño alguno. Nací al noveno mes, por eso un señor del pueblo, muy mayor, cual otro Simeón, me llamaba la niña milagrosa.
La vocación a la oración y a la soledad, creo que también tuvo sus primeras manifestaciones en los años de mi infancia. Esta oración era siempre una oración de intercesión. Por eso en los momentos de graves peligros, me refugiaba en ese lugar solitario, oraba largamente al Señor, y con la confianza y seguridad de que mi pobre súplica había sido escuchada, me marchaba feliz a jugar con mis amiguitos.
Estas escapadas en momentos difíciles me costaron sus regañinas, ¿dónde te has ido? Nunca descubrí mi secreto.
Bien es verdad que a los diez años mi fe comenzó a vacilar, debido a lo que las personas mayores nos decían con frecuencia: “Como hagáis esto, Dios os va a mandar al infierno...”, “Se va a enfadar con vosotros...”, “El Niño Jesús llora si hacéis esto otro...”, etc. Yo me interrogaba ¿Cómo puede ser Dios así? No podía creer en ese Dios castigador, y en un Niño Jesús tan quisquilloso que por todo se enfadaba. Conclusión: “esto es un chantaje que los mayores nos hacen para que hagamos siempre lo que ellos quieren”.
Nunca quise ser monja. Y por lo mismo tampoco me acercaba a ellas ni a los sacerdotes.
A los 14 años quise marcharme del pueblo, a casa de unos tíos, para vivir en la ciudad. Soñaba con ser independiente, ¡Cuántas ilusiones! Pero las madres, que siempre están ahí, respetando mi voluntad de querer salir del pueblo, puso unas condiciones: “te dejo ir para León, pero será a un colegio en el que hay unas horas de trabajo y a la vez sigues recibiendo cultura general. Si aceptas esto, bien y si no, tienes que seguir en el pueblo”.
Me contrarió enormemente. Todo lo que yo soñaba quedó por el suelo. Pero como en el pueblo no quería quedarme, acepté la decisión de mis padres.
A los 15 años hice ejercicios espirituales. En estos días de retiro tuve un encuentro vivo con Jesús y su Evangelio, y recuperé la fe que había quedado adormecida durante estos años de atrás. Presentí la llamada de Jesús, que se fue haciendo más clara en los ratos de oración silenciosa ante el Sagrario. La mirada de Jesús no me abandonaría ya más.
Al exterior mi vida seguía igual... pero en mi interior se estaba efectuando una transformación. En estos ratos de intimidad con Él, me atreví a decirle: “Si me quieres para ti en la totalidad de mi ser, quiero decirte que sí... pero a los 30 años”. Pues yo pensaba que la juventud era una etapa para disfrutar y pasarlo bien sin ningún compromiso.
Hablando un buen día sobre la vocación, una amiga dijo: “A Dios le gusta la juventud”, frase que fue como un dardo que atravesó mi corazón. Cuando oraba, esa frase volvía a mi mente una y otra vez, y le dije: “Señor, si Tú me llamas para ser tuya, en plena juventud, yo te digo sí, aquí estoy.” Palabra irrevocable.
La vocación a la vida contemplativa en “soledad y silencio, oración continua y generosa penitencia”, fue clara desde el primer momento.
Me preparé con todo fervor a la fiesta de Pentecostés, para que el Espíritu me iluminara y me diera su fuerza para presentarme en este convento, sin conocer a nadie, y decirles: “Quiero ser monja”.
Tuve que esperar un año. Por ser menor de edad necesitaba el consentimiento de mis padres, que les costó muchas lágrimas, pero me lo dieron, y el día de la Natividad de la Virgen, ellos me acompañaron al convento.
Nunca pensé que mi decisión fuera a provocar tantos inconvenientes. Tuve que luchar contra todo y contra todos para realizar mi vocación, pero cuando uno está enamorado, ¡qué bonito es luchar por ese Amor!
¡Joven, no tengas miedo al Amor de Jesús! ¡Déjate mirar por Él!, y dile que SÍ
Sor Mª Belén de Jesús
Muchas gracias por esta experiencia, justo estaba desarrollando un tema sobre la vocación y me apareció este artículo. Saludos desde México
ResponderEliminar